- ciriloperalocaVoz de la Experiencia
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La leyenda siempre viva del Chato Nevarez
Lun 18 Abr 2016, 12:33 pm
Chihuahua.- Según consta en documentos del siglo Diecinueve, tan sólo en uno de los entierros del famosísimo y célebre bandido el Chato Nevárez, los cuartos de dos ranchos se encontraban materialmente tapizados de ollas de barro llenas de monedas selladas.
Todavía por estos días que corren, en Satevó, en Rosales, en Santa Isabel, en varias partes de la región situada entre la sierra y los llanos centrales del estado, existen hombres de edad que aseguran que poseen algún mapa y que se trata del “auténtico derrotero” del mayor tesoro del Chato Nevárez.
Pero ¿quién fue este individuo? Y ¿por qué saltó a la fama, a una fama que no termina aun hoy?
El Chato Nevárez asaltó conductas de metales preciosos en los caminos, y merodeó desde principios del siglo antepasado hasta el año 42 del siglo Diecinueve, en la región que se denominaba de “Los Ríos” y que antiguamente se conocía como “Tierra Adentro”, entre los pueblos de Santa Cruz de Herrera, Ciénega de Olivos, Huejotitán y Balleza.
En testimonios que cita el historiador Jesús Vargas Valdez, “según Ventura Balderrama, quien murió en el año de 1906, y quien nació y vivió toda su vida en el pueblo de Santa Isabel, el Chato Nevárez era originario de ahí, pero don Juan Borunda sostenía que había nacido en el pueblo de Santa Cruz de Herrera”. Lo cierto es que en ambas poblaciones hay familias con ese apellido.
UNA ESPECIE DE “BANDIDO SOCIAL”
Era el Chato, según testigos diversos, un bandido muy audaz, valiente y muy caritativo, un Robin Hood de estas latitudes. Contaban que en los años de malas cosechas, el Chato Nevárez suministraba semillas a todos quienes no las podían pagar. Afirmaban asimismo que hacía llegar sus caridades por diversos conductos a las iglesias de todos los pueblos de la región.
En la imaginación popular, el Chato había dejado varios tesoros enterrados en múltiples sitios. Algunos de los viejos sostuvieron que el monto de sus robos ascendía a dimensiones de fábula, y que tanto en la sierra de Palomos y en la sierra del Tambor, había hecho entierros.
Hay una carta histórica firmada por María Asunción Nevárez, quien se decía hija del afamado bandolero, fechada en la ciudad de México el año de 1861 y dirigida a don José María Nevárez, residente de Santa Isabel y al que trataba de tío. En esa carta, daba ella datos de los entierros que su padre había dejado en los distintos ranchos en la sierra de los Frailes, cerca del Río San Pedro, además de un entierro compuesto de barras de oro que, según ella, había su padre escondido al pie de una encina en una playa del arroyo llamado del Colegio. El dicho arroyo nace en el puerto de San Pedro y desemboca en el río del mismo nombre.
¿EXISTIÓ SU TESORO?
Según la mujer, las piezas de los dos ranchos estaban literalmente tapizadas de ollas de barro conteniendo monedas selladas.
Cuenta don Manuel Romero en el boletín de la Sociedad Chihuahuense de Estudios Históricos: “Lo cierto es que mi abuelo don Rafael Romero, en compañía de otros amigos y de don José María Nevárez, a quien estaba dirigida la carta, fueron en busca de dichos tesoros, y no encontraron nada ni en los dos ranchos, pero ni siquiera huellas de que otros se les hubieran adelantado”.
Otros “tesoros” del Chato Nevárez son fama de que existen en el Picacho, que es el cerro más alto de la Sierra del Tambor. Para más señas, aseguran quienes tienen el dato, que el lugar exacto de uno de estos entierros lo marca el sol al salir el día 25 de diciembre. ¿Cuántos incautos han esperado al sol en esos días? Todavía hay personas en esos pueblos del interior que se entusiasman año con año y que hacen expediciones en busca de ése y otros tesoros.
Mientras que algunos afirman que el Chato salió gravemente herido de un asalto y que murió después a consecuencia de las heridas, otros aseguran que en el año de 1842 se trasladó a la ciudad de México.
UNA LEYENDA, SU FINAL ROMÁNTICO
Un final más romántico y más apropiado para un bandido como el Chato Nevárez, es el de la leyenda: al famoso asaltante y bandido no lo pudieron matar, ni siquiera cuando el gobierno lo atrapó y lo iba a fusilar en Babonoyaba. Para salvarse de ser fusilado, Nevárez ideó en el último minuto una treta que lo alejó una muerte a manos de sus enemigos. “Creo que tengo derecho a que se me conceda un último deseo, capitán”, dijo el Chato al jefe de la Acordada. Éste se desconcertó con la petición, miró al sargento quien captó la seña en la mirada de éste, y díjole al reo: “Está bien, Chato, nomás no me pidas que te deje en libertad”.
Y aquí, la tradición oral en Satevó asegura que lo que siguió fue como de película. “Quiero darme el gusto de torear un toro, capitán”.
Los rurales se movilizaron con rapidez para arrancar a los campesinos un animal para que lo lidiara aquel bandido que tanta lata les había dado durante tantos años, y que estando vivo era una papa caliente.
Era bueno el Chato Nevárez para torear, y esa corrida fue todo un espectáculo que nadie olvidó. Todavía hay viejitos en la región de Satevó que, aunque no fueron testigos presenciales, sí tuvieron la referencia más fresca de parte de sus mayores, acerca de lo que sucedió a continuación.
Improvisaron el coso en el patio de una casa vecina del calabozo, y a pesar de que nadie dio aviso formal de la corrida, para el medio día se había congregado ya toda la gente del pueblo y aun vinieron de las rancherías a tres leguas.
Bueno era el Chato en esas lides, y dio buen espectáculo, pero cuando el público esperaba una faena vistosa con el capote, el toro embistió al lidiador y le ensartó un cuerno en el vientre, vaciándole los intestinos y desangrándolo, tirado entre el estiércol del corral.
Un rumor de asombro y gritos de dolor de las mujeres y niños estremecieron la “plaza”, y el propio capitán de rurales trató de detenerle la hemorragia, no fuera a morírsele el reo sin que lo pudiera ejecutar. Dicen que aquel infeliz militar mandó fusilar el cadáver de todas maneras.
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