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El tesoro Del Cura Garcia*
Miér 24 Oct 2012, 12:56 pm
EL TESORO DEL CURA GARCIA
Lampazos de Naranjo, Nuevo León.
Desde principios de 1900, el barrio del Ojito se convirtió en lugar de
miedo porque múltiples manifestaciones sobrenaturales se suscitaron por
sus callejones: Sombras humanoides seguían a los noctámbulos que
regresaban de un rato de recreo con las pupilas de Petra González,
alegre matrona famosa por sus casas "Non Sanctas" tanto en Lampazos como en Estación Rodríguez.
Voces que parecían rozar el oído en caricia macabra, así como tétricos
ruidos de fierros y rastreo de pies espantaban a transeúntes y
borrachines. Los viejos lampacenses decían saber la razón de tales
fenómenos y contaban una interesante historia:
EL TESORO DEL CURA GARCÍA
Según memorias del pueblo, en el siglo pasado, en la esquina de lo que hoy son las calles de Mina y Allende,
había una casa propiedad en aquel tiempo de don Santiago González
Anaya. Dicho inmueble fue prestado al padre García, párroco de gran
carisma que supo mover voluntades y recibía generosos donativos, diezmos
y ofrendas. Fue tanto lo que captaba, que las colectas superaban las
necesidades, así que decidió guardar los excedentes enterrando gran
cantidad de monedas de plata y oro por algún lugar del predio aquél.
Pero el cura García fue removido a otras tierras y la muerte lo
sorprendió antes de volver por el depósito secreto, quedando el dinero
perdido para siempre. Desde entonces, nació la leyenda y los espíritus
rondarían por el lugar hasta que el tesoro fuera rescatado.
Dentro de esta trama, el humor popular dio lugar a una truculencia:
María de la Luz Ortiz -señorita y soltera hasta el día de su muerte-,
contaba que su hermano Rafael fue aterrorizado por blanco espantajo que
desde un árbol del anacual, por las cercanías al Puente Colorado,
lo llamó con voz cavernosa. Como "el miedo no anda en burro", salió
como chiflido y llegó ahogado de pánico hasta la casa de su hermana.
Ella lo consoló, lo curó de susto y parecía que lo demás ya sería
olvido.
"Gallina que come huevo, aunque le quemen el pico..."
Pocos días duró el susto y, pensando que una pistola es más efectiva
para librarnos de todo mal, el alegre parrandero volvió con La Petra y
sus muchachas. Ya pasada la media noche, se llegó a la cantina "El
Fogonazo" a rematar la ronda. Ya bien alumbrado, se arriscó las alas del
sombrero y salió decidido a pasar otra vez por la calle del espanto.
Todo sucedió tal como lo esperaba. Al pasar por el anacual, oyó la
voz profunda e inhumana que arrastraba las letras de su nombre:
_¡Rafaeeel...! ¡Rafaeeel...!
Con los cabellos erizados de miedo bajo el sombrero, pero decidido a
enfrentar de una vez por todas al ser de ultratumba, Rafael se acercó al
espectro que se mecía tenebroso entre las ramas del árbol. Lo encaró
con un grito y un balazo al aire y lo conminó a identificar el mundo al
que pertenecía. El fantasma bajó al suelo despacio y se acercó macabro y
lento al valiente. Súbitamente una blanca sábana cayó y se dio una
inesperada revelación que don Vidal García Canales registró en verso singular:
"¡No me mates...!
¡Te lo pido por favor!
Soy del mundo de los vivos
y te pido compasión
pa' seguir en este mundo
de engañoso y hablador..."
Y el "espanto", espantado, corrió "como ánima que lleva el Diablo" al
imaginarse con un plomo entre las costillas, y ya ni de la sábana se
acordó.
Después de este sainete, el misterio de la casa de don Santiago
González siguió generando historias entre la población. Don Jesús, un
alcalde de los años treinta, hizo frente a la casa de esta leyenda, una
zanja de un metro de ancho, tres de hondo y treinta de largo por toda la
orilla de la acera. El pueblo suspicaz, murmuraba que en vez de obra
pública buscaba otra cosa -¡ah, qué gente tan desconfiada...!-. Y así, a
lo largo de muchos años, varios pozos y hoyancos fueron apareciendo por
cuartos, patios y paredes -¡ah, raza...!-; pero eso sí, sin encontrar
nada.
Corría el año de 1970, cuando se dio el desenlace súbito de esta historia. Se hacían las obras de la carretera a Colombia
y, al arrancar de cuajo una vieja anacua por los linderos de la casa ya
en ruinas, el brillo de unas monedas hizo que se detuviera la máquina.
En el lugar quedó un gran jarrón quebrado y tres trabajadores
desaparecieron del pueblo para jamás volver. Con el dinero, se fueron
también las entelequias que asustaron por el sector, terminando para
siempre una época que muchas historias dejó a las tradiciones del
pueblo.
Hoy, todo es ruina y olvido por los alrededores del Ojito. La casa de
este relato es ya sólo un promontorio sobre un lote baldío donde los
restos de las paredes suspiran en silencio por los tiempos idos. También
La Petra y sus pupilas se fueron dejando en los muros derruidos los
ecos de sus risas. En fin, todo lo humano es perecedero y sólo las
piedras permanecen inmunes a la acción del tiempo; pero por
generaciones, este relato ha sobrevivido y los lampacenses siguen
contando a los niños, la leyenda de…
El Tesoro del cura García…
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