El Troje de Oro
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- eltroje
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El Troje de Oro
Jue 10 Ene 2013, 1:02 pm
El imperio del Sol, considerado por investigadores como el más grande del planeta con más de siete millones de habitantes, dominadores de la astrología, de las pakarinas que son portales a las estrellas lugares del amanecer, conocedores de las doce constelaciones del zodíaco, para ello tienen doce templos dedicados al cielo. Poseedores de ingentes cantidades de oro y su beneficio, teniendo orfebres de destrezas hasta ahora desconocidas. Poseedores de misterios transmitidos mediante mitos y leyendas.
La leyenda del TROJE se inicia y se sitúa poco después de la muerte de Atahuallpa, el Inca reinante en la época de la llegada de los españoles (1532). El Imperio estaba entonces en su apogeo, pero desgarrado por una guerra civil entre Huascar, el heredero legítimo del trono de los Incas, y su semi-hermano Atahuallpa, ambos pusieron al imperio incaico a un estado de guerra civil,
Varias crónicas reales hablan particularmente de una maravillosa "cadena de oro" que el Inca Huayna Kapac había hecho labrar por sus orfebres para conmemorar el nacimiento de su sucesor, Huascar, el heredero legitimo de los Incas, que Atahuallpa, su hermanastro, hará asesinar, por engaños de los conquistadores. Esta yahuirka, cuya longitud estaba por lo menos de doscientos metros, tenía, dice, eslabones como el pulgar de un hombre. Gracilazo de Vega, un mestizo que pasó su juventud en Cuzco, pretende que su peso era tal que doscientos Indios llegaban apenas a levantarle. Fue recubierta con plaquetas articuladas de oro que, simulando las escamas de la piel de una serpiente, centelleaban al Sol. Los conquistadores intentaron vanamente apoderarse de la cadena. Pero la leyenda cuenta que esta cadena inestimable de oro secretamente habría sido devuelta, por los indios mismos, hasta el reino del Gran Paititi y echada en una laguna, acompañada por cantidades de objetos de un valor inestimable. También escucharon del gran Dorado, lugar donde existían inmensas cantidades de oro y que sus habitantes eran dóciles y amigables.
Pizarro entró en la ciudad capital el 15 de noviembre de 1532 y, en una breve entrevista con Atahualpa, éste les instó a que le devolvieran las tierras tomadas y aplazaran la entrevista para el día siguiente. Aquella noche los españoles se escondieron alrededor de la plaza. Al día siguiente, llegó el Inca con su escolta y se empezó a impacientar. El clérigo que acompañaba a Pizarro corrió hacia donde se hallaba el conquistador y le previno: «Actúa al instante. Yo te absuelvo.» Pizarro agitó un pañuelo blanco, tronó un cañón desde la fortaleza y sus hombres, algunos montados y otros a pie, se precipitaron hacia la plaza, lanzando su grito de batalla que invocaba a Santiago, patrón de España: «!Santiago y a ellos!» los españoles cayeron sobre ellos sin previo aviso, ahuyentándoles y apresando a Atahuallpa; al amanecer siguiente saquearon el campamento de la ciudad.
Los indios fueron presa del pánico. Sorprendidos por el estruendo de la artillería y los mosquetes, y cegados por la humareda sulfurosa, no ofrecieron resistencia cuando los españoles los arrollaron con sus caballos y los acuchillaron indefensos.
La matanza de los indios continuó durante mucho tiempo hasta que cayeron miles de ellos. El número de muertos no fue cuantificado, pero los prisioneros fueron incontables, entre ellos estaba Atahuallpa. Algunos de los soldados de Pizarro deseaban ejecutar a los prisioneros o al menos incapacitarles, cortándoles las manos. Pizarro se negó y liberó a todos con la excepción de un pequeño número de ellos que quedaron para atender las necesidades de los españoles.
El Inca Atahuallpa preso, sometido al trato de agua y fuego, observaba atentamente a los españoles. Pronto descubrió que sentían un deseo aún más poderoso que el de convertirle al cristianismo: su amor al oro. Un día Atahuallpa propuso un trato. Si Pizarro le dejaba en libertad, así como a su hermanastro Huascar y que dejasen las tierras del Tawantinsuyu, el Inca dispondría que en el plazo de dos meses la estancia por él ocupada fuese colmada de oro hasta la altura donde alcanzara su mano; el oro procedería del palacio real, los templos y los edificios públicos.
La estancia tenía de cinco metros de ancho por siete metros de largo y tres metros de alto, más de setenta metros cúbicos de oro. Ansioso de tantas riquezas, Pizarro aceptó la oferta. Cuando Atahuallpa se puso de puntillas, trazaron una línea roja en el punto hasta donde llegó; un escribano redactó las cláusulas del acuerdo y que Atahuallpa despache correos para la ejecución de la tarea.
Pizarro, que era deslumbrado por las riquezas de Perú, que acepta evidentemente la propuesta. El rescate del emperador comienza entonces a concurrir en el campo español, de todas las provincias del Tawantinsuyu. ¡Los cronistas de esta época hablan de verdaderas montañas de oro! Se dice que en la misma época una parte de la nobleza inca, tomando una red de ciudades secretas, habría encontrado refugio en la selva, en la ladera amazónica por el río Madre de Dios lo que hoy es la frontera entre Perú y Bolivia. Y es a propósito de eso que se pronuncia, desde los primeros años de la conquista, unas palabras misteriosas: la del gran Paititi, El gran Dorado y el menos conocido el Troje.
Pizarro también envió a la capital, Cuzco, emisarios que hubieron de recorrer 900 Km. por un escarpado camino entre las montañas. Allí encontraron el gran templo del Sol cubierto de planchas de oro y en su interior momias reales, cada una sentada en un trono áureo.
Los españoles arrancaron de los muros del templo setecientas planchas del tamaño de la tapa de un cofre y un peso de algo más de dos kilos. Así constituyeron doscientas cargas de oro que serían trasladadas a Cajamarca sobre los hombros de los humillados indios.
Esta fue simplemente una incursión preliminar; más tarde se llevaría a cabo una mayor y más rapaz expedición a Cuzco.
Mientras tanto llegaba oro de todo Perú, de los templos y palacios del Inca y de otros edificios públicos, para cumplir su pacto con Pizarro. El metal revestía muchas formas: copas, aguamaniles, bandejas, vasos de variedades múltiples, ornamentos y utensilios, baldosas y planchas, curiosas imitaciones de distintos animales y plantas y una fuente que alzaba un deslumbrante surtidor de oro.
Objetos recubiertos con finos panes de oro vasijas y máscaras de gran variedad, complejidad y opulencia. Entre sus logros más espectaculares figuraron enormes copas de boca ancha con la forma de una efigie humana, difícil obra técnica con un efecto sorprendente en quien las contemplaba. Algunas de ellas muestran la cabeza en una posición invertida; se bebía así del cuello, indicio de que tales recipientes representaban quizá cabezas de enemigos derrotados. Quien las utilizaba bebía simbólicamente en el cráneo de un adversario, al igual que los lombardos.
Se ha encontrado una túnica de lana que contenía 30.000 minúsculas placas de pan de oro. En el otro extremo de la escala, los orfebres crearon planchas de oro con dibujos repujados y destinadas a cubrir las paredes, como las que los españoles arrancaron de los muros del templo de Cuzco. A excepción de la pequeña muestra reservada a Carlos V, todo el tesoro acumulado en forma de ornamentos fue convertido en dinero. Un objeto tras otro desapareció en los crisoles para ser transformado en lingotes de un tamaño uniforme. Pizarro asignó esta tarea a los orfebres indios, los mismos hombres que habían creado esas maravillosas obras. La tarea duró un mes entero, pero produjo 1.326.539 pesos de oro, cuyo valor fue calculado por Prescott en 15 millones de dólares cuando escribió su libro, durante la década de 1840. En dinero actual equivaldrían a 270 millones de dólares, que en cualquier circunstancia representarían una espléndida retribución por los esfuerzos acometidos. Mas esta cifra no puede revelar la repercusión de tal tesoro en las economías mucho más menguadas del siglo XVI.
El cálculo no incluye el trono en el cual el Inca hizo su tumultuosa llegada: 86 Kg. de oro de 16 quilates. Pizarro se reservó este botín.
El tesoro que llenó la estancia de Atahualpa superaba el total de la producción anual en Europa en aquel momento, dato todavía más impresionante, era comparable a veinte años de producción de las minas peruanas. En contraste, vale la pena recordar que Justiniano empleó el doble de oro en Santa Sofía y que los tres millones de coronas del rescate de Juan II suponían más del doble de la masa de oro en la estancia de Atahualpa. ¡No es extraño que Justiniano creyera haber superado a Salomón y que los franceses se rebelaran ante los gravámenes que soportaron!
Se habla también de un fabuloso disco solar de oro, el Punchao, que reinaba antaño en la sala principal del Qorikancha, el Recinto de Oro, el Gran Templo de Cuzco. Alto de cerca de cuatro metros, este ídolo antropomórfico que representaba al Inti, el dios Sol, reposaba en un zócalo que contenía, dice, los corazones pulverizados por los Sapas Incas. Era el santo de los santos, el objeto más precioso del Imperio. Se pierde su rastro después de 1572.
Pizarro seleccionó una pequeña muestra de esos objetos para remitirlos al emperador, Carlos V nieto de Isabel. Éste había heredado de su madre, Juana la Loca, los reinos de España y era además emperador del Sacro Imperio Romano, cuyo trono ocupó su abuelo paterno. Sólo Napoleón y Hitler en la cumbre de su poderío gobernaron una superficie mayor de Europa.
Excepto la reducida muestra que Pizarro envió a España, ni una sola pieza de aquel tesoro de la estancia de Atahualpa ha sobrevivido en su forma original, pero resulta asombrosa la menguada cantidad de obras áureas peruanas que escapó de las manos de los españoles y ha llegado hasta nosotros.
Con tal facilidad se obtenía oro de gran pureza de los depósitos fluviales de Perú que muy pronto surgió la orfebrería. Hacia 500 a.C. se hacían ya diademas, pendientes, brazaletes y placas. Existen incluso objetos más antiguos con claras influencias chinas y vietnamitas, que sugieren que los marinos asiáticos cruzaban el Pacífico cuando los europeos apenas conseguían atravesar el Mediterráneo.
Pese a las grandes cantidades de oro que llegaba, el Inca Atahuallpa fue traicionado haciendo ejecutar a su hermanastro Huascar y ejecutado por fraticida y anotado en quipus que recorrieron velozmente por los cuatro puntos cardinales y en esos momentos los cargamentos de oro que estaban llegando fueron alejados del alcance de los españoles. Dicen que se fueron al Dorado al norte del Perú, otros al Paitití al este del Perú por el río Madre de Dios, y otros al Troje al sur oeste del Perú hoy el noroeste de Bolivia.
Ninguno lo sabe. Porque nadie encontró todavía jamás estas misteriosas ciudades perdidas del Paitití, el Gran Dorado ni el Troje. Es allá también dónde habrían sido escondidos con urgencia todos los tesoros del Imperio. Toneladas de oro y de magníficos objetos preciosos que habrían estado en tránsito así de prisa hacia la selva y a las laderas. Ciertos cronistas hablan de veinte mil llamas cargadas de oro, conducidas por la Coya, la esposa del Inca, hacia el este del Perú por un destino desconocido.
Hasta aquí se hizo un resumen de las páginas que existen en la web, como marco histórico para la leyenda del troje. Metodológicamente para no hacer recurrente una investigación tras otra y esta más, si solamente queremos la leyenda del Troje..
De las casi veinte mil llamas cargadas de oro, un mil quinientas llamas retornaron hacia el Sudoeste y lo depositaron en un solo lugar a manera de un recipiente en forma de tonel o troje de donde viene su nombre.
Según lo que se sabe gracias a las crónicas de la época y a las viejas y legendarias tradiciones, Paititi habría sido una ciudad inmensa que se encontraría escondida en alguna parte de la selva amazónica. Es una ciudad que se buscó en toda Suramérica. Pero desde una cincuentena de años, las investigaciones se enfocaron hacia el sudeste de Perú-Bolivia.
La transmisión de la leyenda de padres a hijos dice que están en las lagunas artificiales cercanas al la ciudad de Trinidad, también en el departamento del Beni en la amazonía boliviana. El gran Dorado al sur del ecuador y el Troje al noroeste de Bolivia.
El Troje es mencionado por el Dr. Filiberto Montecinos en su libro sobre la provincia muñecas, que en la década de los cuarenta los habitantes de Chuma, pagaron una expedición hacia el cerro sagrado Thuana, donde está el Troje, no pudieron llegar por situaciones climatológicas inexplicables. En 1979 se hizo otra expedición dirigida por Don Ángel Angles Gutiérrez, ingresaron por el norte de Thuana y salieron por el noreste. Entonces describieron las tres extrañas lagunas, hablaron de las wacas y las aucas. Los muchos guerreros recibieron la orden de cuidar el tesoro del Troje y da la impresión de que siguen cuidando.
Elaborado por Gonzalo Nilo Angles Riveros
La leyenda del TROJE se inicia y se sitúa poco después de la muerte de Atahuallpa, el Inca reinante en la época de la llegada de los españoles (1532). El Imperio estaba entonces en su apogeo, pero desgarrado por una guerra civil entre Huascar, el heredero legítimo del trono de los Incas, y su semi-hermano Atahuallpa, ambos pusieron al imperio incaico a un estado de guerra civil,
Varias crónicas reales hablan particularmente de una maravillosa "cadena de oro" que el Inca Huayna Kapac había hecho labrar por sus orfebres para conmemorar el nacimiento de su sucesor, Huascar, el heredero legitimo de los Incas, que Atahuallpa, su hermanastro, hará asesinar, por engaños de los conquistadores. Esta yahuirka, cuya longitud estaba por lo menos de doscientos metros, tenía, dice, eslabones como el pulgar de un hombre. Gracilazo de Vega, un mestizo que pasó su juventud en Cuzco, pretende que su peso era tal que doscientos Indios llegaban apenas a levantarle. Fue recubierta con plaquetas articuladas de oro que, simulando las escamas de la piel de una serpiente, centelleaban al Sol. Los conquistadores intentaron vanamente apoderarse de la cadena. Pero la leyenda cuenta que esta cadena inestimable de oro secretamente habría sido devuelta, por los indios mismos, hasta el reino del Gran Paititi y echada en una laguna, acompañada por cantidades de objetos de un valor inestimable. También escucharon del gran Dorado, lugar donde existían inmensas cantidades de oro y que sus habitantes eran dóciles y amigables.
Pizarro entró en la ciudad capital el 15 de noviembre de 1532 y, en una breve entrevista con Atahualpa, éste les instó a que le devolvieran las tierras tomadas y aplazaran la entrevista para el día siguiente. Aquella noche los españoles se escondieron alrededor de la plaza. Al día siguiente, llegó el Inca con su escolta y se empezó a impacientar. El clérigo que acompañaba a Pizarro corrió hacia donde se hallaba el conquistador y le previno: «Actúa al instante. Yo te absuelvo.» Pizarro agitó un pañuelo blanco, tronó un cañón desde la fortaleza y sus hombres, algunos montados y otros a pie, se precipitaron hacia la plaza, lanzando su grito de batalla que invocaba a Santiago, patrón de España: «!Santiago y a ellos!» los españoles cayeron sobre ellos sin previo aviso, ahuyentándoles y apresando a Atahuallpa; al amanecer siguiente saquearon el campamento de la ciudad.
Los indios fueron presa del pánico. Sorprendidos por el estruendo de la artillería y los mosquetes, y cegados por la humareda sulfurosa, no ofrecieron resistencia cuando los españoles los arrollaron con sus caballos y los acuchillaron indefensos.
La matanza de los indios continuó durante mucho tiempo hasta que cayeron miles de ellos. El número de muertos no fue cuantificado, pero los prisioneros fueron incontables, entre ellos estaba Atahuallpa. Algunos de los soldados de Pizarro deseaban ejecutar a los prisioneros o al menos incapacitarles, cortándoles las manos. Pizarro se negó y liberó a todos con la excepción de un pequeño número de ellos que quedaron para atender las necesidades de los españoles.
El Inca Atahuallpa preso, sometido al trato de agua y fuego, observaba atentamente a los españoles. Pronto descubrió que sentían un deseo aún más poderoso que el de convertirle al cristianismo: su amor al oro. Un día Atahuallpa propuso un trato. Si Pizarro le dejaba en libertad, así como a su hermanastro Huascar y que dejasen las tierras del Tawantinsuyu, el Inca dispondría que en el plazo de dos meses la estancia por él ocupada fuese colmada de oro hasta la altura donde alcanzara su mano; el oro procedería del palacio real, los templos y los edificios públicos.
La estancia tenía de cinco metros de ancho por siete metros de largo y tres metros de alto, más de setenta metros cúbicos de oro. Ansioso de tantas riquezas, Pizarro aceptó la oferta. Cuando Atahuallpa se puso de puntillas, trazaron una línea roja en el punto hasta donde llegó; un escribano redactó las cláusulas del acuerdo y que Atahuallpa despache correos para la ejecución de la tarea.
Pizarro, que era deslumbrado por las riquezas de Perú, que acepta evidentemente la propuesta. El rescate del emperador comienza entonces a concurrir en el campo español, de todas las provincias del Tawantinsuyu. ¡Los cronistas de esta época hablan de verdaderas montañas de oro! Se dice que en la misma época una parte de la nobleza inca, tomando una red de ciudades secretas, habría encontrado refugio en la selva, en la ladera amazónica por el río Madre de Dios lo que hoy es la frontera entre Perú y Bolivia. Y es a propósito de eso que se pronuncia, desde los primeros años de la conquista, unas palabras misteriosas: la del gran Paititi, El gran Dorado y el menos conocido el Troje.
Pizarro también envió a la capital, Cuzco, emisarios que hubieron de recorrer 900 Km. por un escarpado camino entre las montañas. Allí encontraron el gran templo del Sol cubierto de planchas de oro y en su interior momias reales, cada una sentada en un trono áureo.
Los españoles arrancaron de los muros del templo setecientas planchas del tamaño de la tapa de un cofre y un peso de algo más de dos kilos. Así constituyeron doscientas cargas de oro que serían trasladadas a Cajamarca sobre los hombros de los humillados indios.
Esta fue simplemente una incursión preliminar; más tarde se llevaría a cabo una mayor y más rapaz expedición a Cuzco.
Mientras tanto llegaba oro de todo Perú, de los templos y palacios del Inca y de otros edificios públicos, para cumplir su pacto con Pizarro. El metal revestía muchas formas: copas, aguamaniles, bandejas, vasos de variedades múltiples, ornamentos y utensilios, baldosas y planchas, curiosas imitaciones de distintos animales y plantas y una fuente que alzaba un deslumbrante surtidor de oro.
Objetos recubiertos con finos panes de oro vasijas y máscaras de gran variedad, complejidad y opulencia. Entre sus logros más espectaculares figuraron enormes copas de boca ancha con la forma de una efigie humana, difícil obra técnica con un efecto sorprendente en quien las contemplaba. Algunas de ellas muestran la cabeza en una posición invertida; se bebía así del cuello, indicio de que tales recipientes representaban quizá cabezas de enemigos derrotados. Quien las utilizaba bebía simbólicamente en el cráneo de un adversario, al igual que los lombardos.
Se ha encontrado una túnica de lana que contenía 30.000 minúsculas placas de pan de oro. En el otro extremo de la escala, los orfebres crearon planchas de oro con dibujos repujados y destinadas a cubrir las paredes, como las que los españoles arrancaron de los muros del templo de Cuzco. A excepción de la pequeña muestra reservada a Carlos V, todo el tesoro acumulado en forma de ornamentos fue convertido en dinero. Un objeto tras otro desapareció en los crisoles para ser transformado en lingotes de un tamaño uniforme. Pizarro asignó esta tarea a los orfebres indios, los mismos hombres que habían creado esas maravillosas obras. La tarea duró un mes entero, pero produjo 1.326.539 pesos de oro, cuyo valor fue calculado por Prescott en 15 millones de dólares cuando escribió su libro, durante la década de 1840. En dinero actual equivaldrían a 270 millones de dólares, que en cualquier circunstancia representarían una espléndida retribución por los esfuerzos acometidos. Mas esta cifra no puede revelar la repercusión de tal tesoro en las economías mucho más menguadas del siglo XVI.
El cálculo no incluye el trono en el cual el Inca hizo su tumultuosa llegada: 86 Kg. de oro de 16 quilates. Pizarro se reservó este botín.
El tesoro que llenó la estancia de Atahualpa superaba el total de la producción anual en Europa en aquel momento, dato todavía más impresionante, era comparable a veinte años de producción de las minas peruanas. En contraste, vale la pena recordar que Justiniano empleó el doble de oro en Santa Sofía y que los tres millones de coronas del rescate de Juan II suponían más del doble de la masa de oro en la estancia de Atahualpa. ¡No es extraño que Justiniano creyera haber superado a Salomón y que los franceses se rebelaran ante los gravámenes que soportaron!
Se habla también de un fabuloso disco solar de oro, el Punchao, que reinaba antaño en la sala principal del Qorikancha, el Recinto de Oro, el Gran Templo de Cuzco. Alto de cerca de cuatro metros, este ídolo antropomórfico que representaba al Inti, el dios Sol, reposaba en un zócalo que contenía, dice, los corazones pulverizados por los Sapas Incas. Era el santo de los santos, el objeto más precioso del Imperio. Se pierde su rastro después de 1572.
Pizarro seleccionó una pequeña muestra de esos objetos para remitirlos al emperador, Carlos V nieto de Isabel. Éste había heredado de su madre, Juana la Loca, los reinos de España y era además emperador del Sacro Imperio Romano, cuyo trono ocupó su abuelo paterno. Sólo Napoleón y Hitler en la cumbre de su poderío gobernaron una superficie mayor de Europa.
Excepto la reducida muestra que Pizarro envió a España, ni una sola pieza de aquel tesoro de la estancia de Atahualpa ha sobrevivido en su forma original, pero resulta asombrosa la menguada cantidad de obras áureas peruanas que escapó de las manos de los españoles y ha llegado hasta nosotros.
Con tal facilidad se obtenía oro de gran pureza de los depósitos fluviales de Perú que muy pronto surgió la orfebrería. Hacia 500 a.C. se hacían ya diademas, pendientes, brazaletes y placas. Existen incluso objetos más antiguos con claras influencias chinas y vietnamitas, que sugieren que los marinos asiáticos cruzaban el Pacífico cuando los europeos apenas conseguían atravesar el Mediterráneo.
Pese a las grandes cantidades de oro que llegaba, el Inca Atahuallpa fue traicionado haciendo ejecutar a su hermanastro Huascar y ejecutado por fraticida y anotado en quipus que recorrieron velozmente por los cuatro puntos cardinales y en esos momentos los cargamentos de oro que estaban llegando fueron alejados del alcance de los españoles. Dicen que se fueron al Dorado al norte del Perú, otros al Paitití al este del Perú por el río Madre de Dios, y otros al Troje al sur oeste del Perú hoy el noroeste de Bolivia.
Ninguno lo sabe. Porque nadie encontró todavía jamás estas misteriosas ciudades perdidas del Paitití, el Gran Dorado ni el Troje. Es allá también dónde habrían sido escondidos con urgencia todos los tesoros del Imperio. Toneladas de oro y de magníficos objetos preciosos que habrían estado en tránsito así de prisa hacia la selva y a las laderas. Ciertos cronistas hablan de veinte mil llamas cargadas de oro, conducidas por la Coya, la esposa del Inca, hacia el este del Perú por un destino desconocido.
Hasta aquí se hizo un resumen de las páginas que existen en la web, como marco histórico para la leyenda del troje. Metodológicamente para no hacer recurrente una investigación tras otra y esta más, si solamente queremos la leyenda del Troje..
De las casi veinte mil llamas cargadas de oro, un mil quinientas llamas retornaron hacia el Sudoeste y lo depositaron en un solo lugar a manera de un recipiente en forma de tonel o troje de donde viene su nombre.
Según lo que se sabe gracias a las crónicas de la época y a las viejas y legendarias tradiciones, Paititi habría sido una ciudad inmensa que se encontraría escondida en alguna parte de la selva amazónica. Es una ciudad que se buscó en toda Suramérica. Pero desde una cincuentena de años, las investigaciones se enfocaron hacia el sudeste de Perú-Bolivia.
La transmisión de la leyenda de padres a hijos dice que están en las lagunas artificiales cercanas al la ciudad de Trinidad, también en el departamento del Beni en la amazonía boliviana. El gran Dorado al sur del ecuador y el Troje al noroeste de Bolivia.
El Troje es mencionado por el Dr. Filiberto Montecinos en su libro sobre la provincia muñecas, que en la década de los cuarenta los habitantes de Chuma, pagaron una expedición hacia el cerro sagrado Thuana, donde está el Troje, no pudieron llegar por situaciones climatológicas inexplicables. En 1979 se hizo otra expedición dirigida por Don Ángel Angles Gutiérrez, ingresaron por el norte de Thuana y salieron por el noreste. Entonces describieron las tres extrañas lagunas, hablaron de las wacas y las aucas. Los muchos guerreros recibieron la orden de cuidar el tesoro del Troje y da la impresión de que siguen cuidando.
Elaborado por Gonzalo Nilo Angles Riveros
- PachitoGran Experto del Foro
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Frase Célebre : Los locos hacemos camino, que un dia aquellos que se hacen llamar cuerdos recorreran.
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Re: El Troje de Oro
Jue 10 Ene 2013, 7:06 pm
eltroje, este relato es un buen tentempié para su presentación en el foro,... :welb:.
Saludos.
Saludos.
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