- Jose AlcarazExperto del Foro
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Frase Célebre : despacio que voy de prisa
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Oro, caballo, hombre
Sáb 07 Sep 2013, 7:46 pm
Hola a todo el foro, para los foreros de chihuas:
Como en Casas Grandes terminaba la línea férrea, los villistas que se dirigían rumbo a Sonora bajaron de los trenes, echando fuera de las jaulas la flaca caballada y después de ensillar emprendieron la caminata hacia el cañón del púlpito. La llanura estaba oculta bajo una espesa costra de nieve endurecida que crujía a la presión de las herradas pezuñas de los animales; a veces, éstos resbalaban y caían sobre el húmedo colchón, blanco e interminable […].
Frente a Casas Grandes, a poco trotar, hay una laguna extensa, pero poco profunda, casi una charca donde el viento no hace oleajes, rizando apenas la superficie pantanosa, que semeja un cristal ahumado […].
El grueso de la columna se desvió, prefiriendo hacer un gran rodeo por tierra firme, que atravesar la sospechosa calma de las aguas oscuras. Pero un grupo de villistas […], se decidieron a marchar en línea recta a través de la charca. A la cabeza del grupo iba un hombre alto […], rostro oscuro completamente afeitado, cabellos que eran casi cerdas, lacios, rígidos, negros; boca de perro de presa, manos poderosas, torso erguido y piernas de músculos boludos que apretaban los flancos del caballo como si fuera garra de águila. Aquel hombre se llamaba Rodolfo Fierro; había sido ferrocarrilero y después fue bandido, dedo meñique del jefe de la División del Norte, asesino brutal e implacable, de pistola certera y dedo índice que no se cansó nunca de tirar del gatillo.
—Los caballos andan mejor en el agua que en la nieve —dijo y metió espuelas. El animal dio un gran salto, penetró en la laguna levantando un abanico de agua con cada pata, siguió adelante braceando a un metro de alto y chapoteando con regocijado estrépito—. Éste es el camino para los hombres que sean hombres, y que traigan caballos que sean caballos… ¡Adelante!
Los otros le siguieron, haciendo ruidos de cascada. Fierro iba cargado de oro […], oro en los bolsillos abultados del pantalón, oro en el pliegue que hacía la camisola al voltearse sobre el cinturón ajustado […], oro en bolsas de lona colgadas de la cabeza de la montura… Una coraza de oro… ¡Kilos de oro!
Cuando caminaba en tierra firme, el caballo parecía no sentir sobre su lomo al hombre enorme, parecía no llevar encima aquel tremendo cargamento […]. Pero a cien metros, a ciento cincuenta, a doscientos metros de la orilla de la laguna, el caballo fuese fatigando de no encontrar tierra firme bajo sus herraduras, de meter los cascos en un lodazal negro, espeso, congelado. […]
—Mi general, está el terreno muy pesado para los caballos —aventuró a decir uno de los acompañantes—, mejor es que nos devuélvanos y denos la vuelta por la orillita…
—¡Qué devuélvanos ni qué el demonio…! ¡Me canso de pasar este tal por cual charco! El que tenga miedo, que se raje y dé media vuelta… no se vaya a dar un baño.
Y dio otro apretón de pies en el vientre del caballo […]. El caballo volvió a caer sobre sus cuatro patas y se vio entonces que el agua le llegaba hasta el vientre. […] Fuese desarrollando una lucha tremenda: el caballo contra el fango y el hombre contra el caballo. Los demás jinetes no se atrevían a acercarse y habían formado un semicírculo a cinco o seis metros de distancia. […]
Llegó el momento en que el animal no pudo desprender las manos del lodo. Debía tenerlo ya más arriba de la rodilla, porque el agua le llegaba hasta la mitad del cuerpo. Quedó un instante inmóvil dando unos bufidos que parecían respuesta a los insultos que le seguía diciendo Fierro. Y entonces fue cuando éste pensó en desmontar […], levantó la pierna derecha sobre el lomo del animal y la sumergió en el agua tratando de tocar fondo; pero el pie se le hundió en el barro que parecía mantequilla […]. Sintió miedo, un miedo espantoso de quedarse ahí para siempre, con su caballo y con su oro; volvió los ojos hacia sus hombres con una intensa angustia. […]
—¡Epa! ¡Imbéciles! A ver si hacen algo… […]
Fierro estaba de rodillas sobre la silla, pálido, con los ojos desorbitados por el espanto.
—Una reata… ¡Échenme una reata! Le doy una bolsa a cada uno que me ayude a salir…[…] Pronto… pronto… el caballo ya se fue al diablo.
Las reatas partieron simultáneamente con un uniforme silbido, pero fuera por mal cálculo o porque los lanzadores tuvieran pocas ganas de verse envueltos en el peligro, todas quedaron cortas y Fierro, sin soltar el oro, intentó alcanzarlas alargando el brazo derecho. […] Pronto la cabeza quedó a ras de agua y luego se hundió […]. Luego todo desapareció bajo las aguas, que volvieron a quedar como un vidrio ahumado, sin oleaje, apenas rizadas por el viento. Muy despacio, con toda clase de precauciones, los testigos de la tragedia fueron saliendo a la orilla. […]
La columna continuó su marcha en la nieve, y al ponerse el sol acampó en un bosque. […] Recordando el drama, algunos dijeron:
—¡Lástima de oro!
Otros:
—¡Lástima de caballo!
Y ninguno lamentó la desaparición del hombre.
Saludos.
José A.
Tomado de Rafael F. Muñoz, Relatos de la revolución: antología, selec. y pról. de Salvador Reyes Nevares, SepSetentas Diana, México, 1981, pp. 181-188
Como en Casas Grandes terminaba la línea férrea, los villistas que se dirigían rumbo a Sonora bajaron de los trenes, echando fuera de las jaulas la flaca caballada y después de ensillar emprendieron la caminata hacia el cañón del púlpito. La llanura estaba oculta bajo una espesa costra de nieve endurecida que crujía a la presión de las herradas pezuñas de los animales; a veces, éstos resbalaban y caían sobre el húmedo colchón, blanco e interminable […].
Frente a Casas Grandes, a poco trotar, hay una laguna extensa, pero poco profunda, casi una charca donde el viento no hace oleajes, rizando apenas la superficie pantanosa, que semeja un cristal ahumado […].
El grueso de la columna se desvió, prefiriendo hacer un gran rodeo por tierra firme, que atravesar la sospechosa calma de las aguas oscuras. Pero un grupo de villistas […], se decidieron a marchar en línea recta a través de la charca. A la cabeza del grupo iba un hombre alto […], rostro oscuro completamente afeitado, cabellos que eran casi cerdas, lacios, rígidos, negros; boca de perro de presa, manos poderosas, torso erguido y piernas de músculos boludos que apretaban los flancos del caballo como si fuera garra de águila. Aquel hombre se llamaba Rodolfo Fierro; había sido ferrocarrilero y después fue bandido, dedo meñique del jefe de la División del Norte, asesino brutal e implacable, de pistola certera y dedo índice que no se cansó nunca de tirar del gatillo.
—Los caballos andan mejor en el agua que en la nieve —dijo y metió espuelas. El animal dio un gran salto, penetró en la laguna levantando un abanico de agua con cada pata, siguió adelante braceando a un metro de alto y chapoteando con regocijado estrépito—. Éste es el camino para los hombres que sean hombres, y que traigan caballos que sean caballos… ¡Adelante!
Los otros le siguieron, haciendo ruidos de cascada. Fierro iba cargado de oro […], oro en los bolsillos abultados del pantalón, oro en el pliegue que hacía la camisola al voltearse sobre el cinturón ajustado […], oro en bolsas de lona colgadas de la cabeza de la montura… Una coraza de oro… ¡Kilos de oro!
Cuando caminaba en tierra firme, el caballo parecía no sentir sobre su lomo al hombre enorme, parecía no llevar encima aquel tremendo cargamento […]. Pero a cien metros, a ciento cincuenta, a doscientos metros de la orilla de la laguna, el caballo fuese fatigando de no encontrar tierra firme bajo sus herraduras, de meter los cascos en un lodazal negro, espeso, congelado. […]
—Mi general, está el terreno muy pesado para los caballos —aventuró a decir uno de los acompañantes—, mejor es que nos devuélvanos y denos la vuelta por la orillita…
—¡Qué devuélvanos ni qué el demonio…! ¡Me canso de pasar este tal por cual charco! El que tenga miedo, que se raje y dé media vuelta… no se vaya a dar un baño.
Y dio otro apretón de pies en el vientre del caballo […]. El caballo volvió a caer sobre sus cuatro patas y se vio entonces que el agua le llegaba hasta el vientre. […] Fuese desarrollando una lucha tremenda: el caballo contra el fango y el hombre contra el caballo. Los demás jinetes no se atrevían a acercarse y habían formado un semicírculo a cinco o seis metros de distancia. […]
Llegó el momento en que el animal no pudo desprender las manos del lodo. Debía tenerlo ya más arriba de la rodilla, porque el agua le llegaba hasta la mitad del cuerpo. Quedó un instante inmóvil dando unos bufidos que parecían respuesta a los insultos que le seguía diciendo Fierro. Y entonces fue cuando éste pensó en desmontar […], levantó la pierna derecha sobre el lomo del animal y la sumergió en el agua tratando de tocar fondo; pero el pie se le hundió en el barro que parecía mantequilla […]. Sintió miedo, un miedo espantoso de quedarse ahí para siempre, con su caballo y con su oro; volvió los ojos hacia sus hombres con una intensa angustia. […]
—¡Epa! ¡Imbéciles! A ver si hacen algo… […]
Fierro estaba de rodillas sobre la silla, pálido, con los ojos desorbitados por el espanto.
—Una reata… ¡Échenme una reata! Le doy una bolsa a cada uno que me ayude a salir…[…] Pronto… pronto… el caballo ya se fue al diablo.
Las reatas partieron simultáneamente con un uniforme silbido, pero fuera por mal cálculo o porque los lanzadores tuvieran pocas ganas de verse envueltos en el peligro, todas quedaron cortas y Fierro, sin soltar el oro, intentó alcanzarlas alargando el brazo derecho. […] Pronto la cabeza quedó a ras de agua y luego se hundió […]. Luego todo desapareció bajo las aguas, que volvieron a quedar como un vidrio ahumado, sin oleaje, apenas rizadas por el viento. Muy despacio, con toda clase de precauciones, los testigos de la tragedia fueron saliendo a la orilla. […]
La columna continuó su marcha en la nieve, y al ponerse el sol acampó en un bosque. […] Recordando el drama, algunos dijeron:
—¡Lástima de oro!
Otros:
—¡Lástima de caballo!
Y ninguno lamentó la desaparición del hombre.
Saludos.
José A.
Tomado de Rafael F. Muñoz, Relatos de la revolución: antología, selec. y pról. de Salvador Reyes Nevares, SepSetentas Diana, México, 1981, pp. 181-188
- PEDRO CARDENASIdentidad Certificada
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Localización : MONTERREY
Frase Célebre : El Mayor Tesoro, Dios y la Familia
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Re: Oro, caballo, hombre
Sáb 07 Sep 2013, 7:59 pm
Que buena historia,,, vamomos pa CHIHUAHUA....
- morabros243Identidad Certificada
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Frase Célebre : VIXI
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Re: Oro, caballo, hombre
Sáb 07 Sep 2013, 8:39 pm
excelente historia compañero
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- dionicio vazquez muñizExperto del Foro
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Frase Célebre : el que percebera alcansa
Fecha de inscripción : 01/03/2011
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Re: Oro, caballo, hombre
Dom 08 Sep 2013, 1:57 am
pos no que una charca nos echo mentiras estos asta se aogaron yo creo que era onda de verdad
- chicharoIdentidad Certificada
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Localización : Gto.
Frase Célebre : CARPE DIEM...
Fecha de inscripción : 28/01/2008
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Re: Oro, caballo, hombre
Dom 08 Sep 2013, 2:40 pm
Esto ya lo había leído con anterioridad y en este mismo foro, de igual manera se agradece la historia.dionicio vazquez muñiz escribió:pos no que una charca nos echo mentiras estos asta se aogaron yo creo que era onda de verdad
Esto nos recuerda que en donde menos espera uno puede haber peligro, uno diría, que te puede hacer un charca, pero no sabemos que tan honda este, que tipo de fondo tiene, y para los que son curiosos como uno..... a veces su espíritu aventurero lo lleva a ver situaciones extrañas.....
Hace muchos años se seco a presa del palote, aquí en mi ciudad, y resulta que acudimos a tomarnos fotos en el centro de la presa que tiene un "casco de hacienda" que en sus tiempos era la "hacienda el palote", bueno entre una cosa y otra, había espacios de tierra todavía húmedos, y otros secos, resecos, caprichos de la naturaleza, por lo seco no había problema hasta brincar se podía, resulta que uno de los acompañantes se había comprado unas botas muy bonitas y se las llevo para esta ocasión, eran de tubo largo que bien pasaban de la pantorrilla una bota normal dirían algunos, según recuerdo de piel, suela de plástico, mas bien como moderna, no de vaquero, no de trabajo, a este sujeto se le ocurrio dar un brinco tras otro y de un de repente se paro en medio de una zona que se veía a todas luces húmeda, pero a simple vista no representaba peligro alguno, se paro cercas de esto, puso un pie dentro, no paso nada y luego el otro, y de repente se lo comenzó a tragar la tierra, se comenzó a hundir y este a dar gritos de desesperación , nos alarmamos por que lo que gritaba era que sus botas era nuevas y que se le iban a echar a perder, en realidad ese era su panico , y no que se estuviera hundiendo, la fuerza de atraccion hizo que cayera sentado entre que el queria salir y el lodo que se lo queria llevar...........jajajaja para no hacer el cuento mas largo, casi se hundió por arriba del tobillo, no lo podíamos sacar, tuvimos que decirle que se sacara las botas y posteriormente sacar las botas sin el peso de el....................créanlo o no, se lo estaba tragando el lodo, y eso que ya no tenia agua, así que..............no me quiero imaginar como seria una charca, corrientes internas, el fango aguadito, tiernito, enramadas y el peso del cuerpo mas el del liquido.............TRAMPA MORTAL..............sin mas!!!.
Saludos
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