- Pedro CantúAdmin
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La misteriosa cueva del rancho de los Yeguales.
Vie 15 Feb 2008, 8:27 am
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"LA MISTERIOSA CUEVA DEL RANCHO DE LOS YEGUALES"
Autor: Don Gabriel Robledo Luna. (QPD)
Un Domingo del mes de Agosto de fines de aquellos años de 1930, cuando un grupo de amigos nos divertíamos jugando billar en El Montecarlo, establecimiento propiedad del señor don Eduardo Perales, llegó hasta ese lugar, un joven de aspecto campesino, pero muy bien trajeado con una chamarra de piel, pantalón de casimir negro,estilo charro y una gorra tejana galoneada y zapatos estilo vaquero, de una edad menor de 35 años.
Después de ver jugar varios partidos, pidió que lo dejáramos tomar parte de este juego y como íbamos de compañero , yo con todo gusto le cedí mí taco y me puse a contemplar el juego.
El visitante desconocido se estuvo divirtiendo alegremente con todos nosotros hasta nos obsequió refrescos, lo que aceptamos de muy buena gana pues a esas horas ya se sentía un calor sofocante.
Terminado el partido de billar nos despedimos todos los amigos de allí nos encontrábamos dirigiéndonos cada cual a nuestra casa.
El desconocido y yo nos fuimos juntos, pues íbamos por el mismo camino yo me quedaría en el barrio del Rincón, mientras él seguiría hasta el Ojo de Agua donde estaba hospedado. En el camino fuimos platicando amigablemente diciéndome que él se llamaba Ramiro Menchaca y que actualmente vivía en el rancho Los Yeguales y que estaba encargado de una de las cuevas de "guano" un fertilizante que una empresa sacaba de esa cueva y lo enviaba a Monterrey, que su trabajo era anotar las cargas que diariamente extraían de dicho guano, entregándoselas a los arrieros extendiéndoles las boletas respectivas para que el sábado de cada semana les fueran liquidadas por el pagador de la empresa.
Yo también le dí mí nombre y le enseñé mí casa en el barrio del Rincón la que puse a sus ordenes, despidiéndonos amigablemente con la promesa de volvernos a ver el siguiente domingo.
En esta forma tanto yo, como todos los de mí grupo nos hicimos amigos de Ramiro quien casi cada quince días venía a Parras, pues se había echo novio de una muchacha muy guapa del barrio de "La Loma de San Isidro" a quien nosotros le habíamos puesto el nombre de "la borrada", por los hermosos ojos borrados que tenía, novia con quien Ramiro platicaba solamente los domingos después de misa mayor, en que todas las muchachas y muchachos nos íbamos a dar la vuelta al mercado Porfirio Díaz como se llamaba todavía en ese tiempo. Nuestro amigo Ramiro era muy obsequioso con nosotros, pues muy seguido nos invitaba a comer o cenar al restaurante del Hotel Parras que entonces era lo mejor que había en Parras y siempre traía mucho dinero, por lo que nosotros pensábamos que era rico, pues no creíamos que le pagaran tanto dinero como empleado de la Empresa Guanera en la que prestaba servicios.
Yo tenía unos amigos de apellido Macias, que eran originarios del rancho Los Yeguales a quienes les describí a mí amigo y les pregunté sí lo conocían, manifestándome que era la primera vez que lo oían nombrar, pero que de todas maneras iban a investigar para comprobar sí efectivamente trabajaba en la Empresa Guanera la que en realidad sí estaba operando en una de las montañas donde se encontraba ese fertilizante que en aquellos tiempos adquirió tanto prestigio y tan alto precio. Pocas semanas después veía a mis amigos los Macias y ellos me informaron que habían preguntado a los encargados de la empresa sobre un joven de nombre Ramiro Menchaca que se les había informado que trabajaba para dicha empresa, diciéndoles que efectivamente allí había prestado sus servicios ese joven, pero que de la fecha hacía ya varios meses que no asistía al trabajo ní lo habían visto por ahí. Mis amigos y yo nos seguimos juntando con nuestro amigo Ramiro, pero yo nunca le dije de lo que me había informado mis amigos los Macias y tampoco les conté al resto de mis amigos, una de las veces que andábamos con nuestro amigo Ramiro nos sorprendió diciéndonos que nos invitaba el siguiente domingo a Torreón a ver la corrida en que se presentaban los mejores matadores de toros del momento, Armillita, Lorenzo Garza, mexicanos y El Niño de la Palma un gran torero español, diciéndonos a la vez que él nos invitaba y por lo mismo todos los gastos corría por su cuenta.
Como luego dicen nosotros no nos hicimos del rogar, diciéndole que ya veía que no éramos menos de 6 los que nos reuníamos y que el gasto sería bastante fuerte y nos daba pena que el solo pagase. Entonces él nos dijo ya no discutan más sí están dispuestos a ir, díganme para comprar con tiempo los boletos del tren y ya en Torreón escogeremos un hotel donde pasar la noche del sábado para estar a buena hora y adquirir los boletos de la corrida.
Bueno Ramiro sí estamos de acuerdo en ir contigo a Torreón, en la forma que nos invitaste, pero permítenos avisar a nuestros padres y mañana te resolvemos definitivamente, al cabo ahora es sábado y mañana nos vemos como de costumbre.
Al día siguiente, domingo que nos vimos con Ramiro le dijimos que sí lo acompañábamos y ya nos pusimos de acuerdo en todos los detalles para el viaje.
De esa manera todos los amigos juntos acompañamos a Ramiro y pasamos la noche del sábado y el domingo en medio de gran alegría pues Ramiro mí amigo estaba tan obsequioso que al entrar a la corrida pagó un habanero como se acostumbraba en esos tiempos lucir como se asistía a la fiesta brava. El tremendo gasto que hizo Ramiro, al llevarnos por su cuenta a la corrida de toros en Torreón, si nos puso a pensar en la riqueza de nuestro amigo. Un domingos fuimos Ramiro y yo a la tanda del Teatro Juárez con unas muchachas y después lo invite a cenar a mí casa. Esa noche teníamos luna llena y Ramiro y yo nos salimos a la calle orilla de agua a admirar el hermoso paisaje que pintaba la luz de la luna llena al reflejarse en las quietas aguas de la acequia que entonces siempre iba llena hasta sus bordes y el hermoso claroscuro que pintaba entre las sombras de los árboles y la plateada luz de la luna que matizaba de reflejos plateados toda la callecita de la orilla de la acequia. Después comentamos de muchas cosas y viendo que Ramiro estaba en esos instantes muy voluntarioso en sus platicas y confidencias le digo. Oye Ramiro, dispénsame, desde luego que me meta en lo que no me importa, platícame de donde sacas tanto dinero, que te permite ser tan generoso con tus amigos, lo cual te agradecemos desde luego. Pues mira Robledo, tú eres la primera persona a quien le platico de estas cosas en la inteligencia que no se lo dirás a nadie.
Esta historia empieza cuando yo llegué hace tres años a los alrededores de ese rancho que se llama Los Yeguales, me dice Ramiro, trabajando con la empresa que empezó a extraer guano de una cueva que se encuentra enclavada a la mitad de la montaña, mí padre es muy amigo de los dueños y me consiguió el trabajo de administrador de Empresa en esta región cuyo trabajo, no ganaba gran cosa, pero sí completaba mí subsistencia y gastos personales, no gastábamos en asistencia pues había un cocinero que nos hacía las tres comidas, pagado por la empresa desde luego.
Construimos una cabaña muy amplia donde dormíamos los ocho o diez trabajadores que diariamente atendíamos, lo relativo a al bajada y empacada del guano, así como su traslado a la primera estación de ferrocarril donde se enviaba a Monterrey.
Un domingo que no pude ir al pueblo, tomé mí rifle calibre 22 y una caja de cartuchos y para matar el tiempo me llevé mí lonche y me fuí de cacería por toda la orilla de la montaña.
Me encontré con una hondonada y empecé a bajarla pensando que allí entre los altos yerbajales, podría encontrase algún conejo o liebre o cualquier otro animal, pues no había visto nada por ahí, ya dentro de la hondonada, al salir de una maraña de hizaches, me encontré frente a la entrada de una cueva a la que me asomé y ví que presentaba una enorme extensión, por lo que temiendo que dentro si hubiese un animal feroz, pues decían que al otro lado de la sierra había osos, seguí sobre el barranco de la hondonada y ya había dejado atrás la puerta de la cueva, cuando dije: lo que es ahora me la juego y voy a ver que hay en esa cueva, con mí cuchillo de campo corté un grueso tronco de mezquite y lo agarré de modo de poder usar como arma ofensiva y defensiva, por sí llegara a salirme un animal feroz.
Me devolví y ya decidido entré a la cueva, estaba sola y solo ratas corría a mí paso, divise con la curiosidad que la cueva daba vuelta y entonces sí ante tanta oscuridad, cogí ramas gruesas que estaban en el piso y con ellas hice a modo de una antorcha y seguí hasta la vuelta de la cueva. Bueno Robledo, me dice Ramiro no lo vas a creer pero desde cerca de mis pies en ese recodo de la cueva hasta donde terminaba la cueva, había una gran cantidad de dinero que llegaba hasta donde terminaba la cueva, yo no me asuste continua mí amigo, pues presa de una verdadera ansiedad recogí todas las monedas que pude, llené la bolsa del lonche, me llene todos los bolsillos y con la antorcha encendida me dirigí hacia la puerta. Pero la puerta había desaparecido y hasta se me heló la sangre cuando escuche una voz cavernosa que decía: "TODO O NADA"
La verdad Robledo, no sabia, que hacer, rodeado de una terrible oscuridad y cerrada la puerta de la cueva, yo pensé, mejor vacié el dinero y me voy, pues esto es cosa del diablo, todo asustado, vacié todo el dinero que había echado a la bolsa del lonche y acabando de vaciar las bolsas de mí guayabera, me invadió una claridad y con inmenso gusto vi abierta la puerta de la cueva y con gran ansiedad me eche a correr y salí, llegando hasta el centro de la hondonada, en donde con un poco de batalla pude orientarme y a gran prisa tomé el camino por la orilla de la montaña con dirección a nuestro paraje.
Era tal la emoción y ansiedad que me invadía, que no me había dado cuenta que las dos bolsas del pantalón no las había vaciado y las traía llenas de las monedas que había dentro de la cueva. Antes de llegar a nuestro paraje y aprovechando que ya casi estaba oscuro, me detuve ante un barranco, allí hice un hoyo y guardé todas las monedas que traía en las bolsas del pantalón.
Toda la semana estuve inquieto, vigilando mí pequeño tesoro y el sábado le pedí permiso al jefe que venía con el pagador, de faltar lunes y martes al trabajo, lo que me concedió, dejando a uno de los muchachos encargado de mí puesto.
Me vine a Parras ese sábado y al siguiente me fuí a Torreón, llevando conmigo las monedas, me hospedé en el Hotel Casa Blanca y al siguiente día muy temprano tome una moneda que era como esta, enseñándome un peso de aquellos del principio del siglo por un lado tenía un sol y en la otra cara, un águila y alrededor decía República Mexicana, pesos grandes muy mal hechos y muy mal grabados.
Y me sigue diciendo Ramiro, fuí con un joyero que encontré por allí cerca y le pregunté que en cuanto me compraba ese peso, el joyero lo tomó en sus manos lo estuvo observando y me dijo, este peso es plata pura y lo menos que puedo darte por el son cuando menos Diez Pesos de los de ahora, yo no te la compro por que acabo de comprar plata, estoy sin dinero ya con ese dato me fuí al hotel, recogí las monedas y me fuí directamente al Banco de la Laguna, donde no quisieron darme mas que 8 pesos actuales por cada una de las monedas que llevaba. Acepte lo que me daban, pero les pedí que una parte del dinero me lo dieran en billetes pues no iba yo andar cargando ese dinero que eran más de QUINIENTOS PESOS.
Ya con ese dinero en el bolsillo, me vine a Parras y para el miércoles ya estaba en el paraje, trabajando como de costumbre. Parte de ese dinero lo mandé a mí padre a Monterrey, me compré ropa y todas las cosas que necesitaba de urgencia y termine con el dinero que me había dado el Banco.
Aunque con miedo uno de esos sábados me encamine nuevamente a la cueva, con el propósito de recoger unas cuantas monedas, tantas como las que me cupieran en la bolsa del pantalón y sí no había ninguna dificultad, de esa misma manera iba a seguir sacando monedas.
http://www.geocities.com/esparzac/leyendas.htm
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"LA MISTERIOSA CUEVA DEL RANCHO DE LOS YEGUALES"
Autor: Don Gabriel Robledo Luna. (QPD)
Un Domingo del mes de Agosto de fines de aquellos años de 1930, cuando un grupo de amigos nos divertíamos jugando billar en El Montecarlo, establecimiento propiedad del señor don Eduardo Perales, llegó hasta ese lugar, un joven de aspecto campesino, pero muy bien trajeado con una chamarra de piel, pantalón de casimir negro,estilo charro y una gorra tejana galoneada y zapatos estilo vaquero, de una edad menor de 35 años.
Después de ver jugar varios partidos, pidió que lo dejáramos tomar parte de este juego y como íbamos de compañero , yo con todo gusto le cedí mí taco y me puse a contemplar el juego.
El visitante desconocido se estuvo divirtiendo alegremente con todos nosotros hasta nos obsequió refrescos, lo que aceptamos de muy buena gana pues a esas horas ya se sentía un calor sofocante.
Terminado el partido de billar nos despedimos todos los amigos de allí nos encontrábamos dirigiéndonos cada cual a nuestra casa.
El desconocido y yo nos fuimos juntos, pues íbamos por el mismo camino yo me quedaría en el barrio del Rincón, mientras él seguiría hasta el Ojo de Agua donde estaba hospedado. En el camino fuimos platicando amigablemente diciéndome que él se llamaba Ramiro Menchaca y que actualmente vivía en el rancho Los Yeguales y que estaba encargado de una de las cuevas de "guano" un fertilizante que una empresa sacaba de esa cueva y lo enviaba a Monterrey, que su trabajo era anotar las cargas que diariamente extraían de dicho guano, entregándoselas a los arrieros extendiéndoles las boletas respectivas para que el sábado de cada semana les fueran liquidadas por el pagador de la empresa.
Yo también le dí mí nombre y le enseñé mí casa en el barrio del Rincón la que puse a sus ordenes, despidiéndonos amigablemente con la promesa de volvernos a ver el siguiente domingo.
En esta forma tanto yo, como todos los de mí grupo nos hicimos amigos de Ramiro quien casi cada quince días venía a Parras, pues se había echo novio de una muchacha muy guapa del barrio de "La Loma de San Isidro" a quien nosotros le habíamos puesto el nombre de "la borrada", por los hermosos ojos borrados que tenía, novia con quien Ramiro platicaba solamente los domingos después de misa mayor, en que todas las muchachas y muchachos nos íbamos a dar la vuelta al mercado Porfirio Díaz como se llamaba todavía en ese tiempo. Nuestro amigo Ramiro era muy obsequioso con nosotros, pues muy seguido nos invitaba a comer o cenar al restaurante del Hotel Parras que entonces era lo mejor que había en Parras y siempre traía mucho dinero, por lo que nosotros pensábamos que era rico, pues no creíamos que le pagaran tanto dinero como empleado de la Empresa Guanera en la que prestaba servicios.
Yo tenía unos amigos de apellido Macias, que eran originarios del rancho Los Yeguales a quienes les describí a mí amigo y les pregunté sí lo conocían, manifestándome que era la primera vez que lo oían nombrar, pero que de todas maneras iban a investigar para comprobar sí efectivamente trabajaba en la Empresa Guanera la que en realidad sí estaba operando en una de las montañas donde se encontraba ese fertilizante que en aquellos tiempos adquirió tanto prestigio y tan alto precio. Pocas semanas después veía a mis amigos los Macias y ellos me informaron que habían preguntado a los encargados de la empresa sobre un joven de nombre Ramiro Menchaca que se les había informado que trabajaba para dicha empresa, diciéndoles que efectivamente allí había prestado sus servicios ese joven, pero que de la fecha hacía ya varios meses que no asistía al trabajo ní lo habían visto por ahí. Mis amigos y yo nos seguimos juntando con nuestro amigo Ramiro, pero yo nunca le dije de lo que me había informado mis amigos los Macias y tampoco les conté al resto de mis amigos, una de las veces que andábamos con nuestro amigo Ramiro nos sorprendió diciéndonos que nos invitaba el siguiente domingo a Torreón a ver la corrida en que se presentaban los mejores matadores de toros del momento, Armillita, Lorenzo Garza, mexicanos y El Niño de la Palma un gran torero español, diciéndonos a la vez que él nos invitaba y por lo mismo todos los gastos corría por su cuenta.
Como luego dicen nosotros no nos hicimos del rogar, diciéndole que ya veía que no éramos menos de 6 los que nos reuníamos y que el gasto sería bastante fuerte y nos daba pena que el solo pagase. Entonces él nos dijo ya no discutan más sí están dispuestos a ir, díganme para comprar con tiempo los boletos del tren y ya en Torreón escogeremos un hotel donde pasar la noche del sábado para estar a buena hora y adquirir los boletos de la corrida.
Bueno Ramiro sí estamos de acuerdo en ir contigo a Torreón, en la forma que nos invitaste, pero permítenos avisar a nuestros padres y mañana te resolvemos definitivamente, al cabo ahora es sábado y mañana nos vemos como de costumbre.
Al día siguiente, domingo que nos vimos con Ramiro le dijimos que sí lo acompañábamos y ya nos pusimos de acuerdo en todos los detalles para el viaje.
De esa manera todos los amigos juntos acompañamos a Ramiro y pasamos la noche del sábado y el domingo en medio de gran alegría pues Ramiro mí amigo estaba tan obsequioso que al entrar a la corrida pagó un habanero como se acostumbraba en esos tiempos lucir como se asistía a la fiesta brava. El tremendo gasto que hizo Ramiro, al llevarnos por su cuenta a la corrida de toros en Torreón, si nos puso a pensar en la riqueza de nuestro amigo. Un domingos fuimos Ramiro y yo a la tanda del Teatro Juárez con unas muchachas y después lo invite a cenar a mí casa. Esa noche teníamos luna llena y Ramiro y yo nos salimos a la calle orilla de agua a admirar el hermoso paisaje que pintaba la luz de la luna llena al reflejarse en las quietas aguas de la acequia que entonces siempre iba llena hasta sus bordes y el hermoso claroscuro que pintaba entre las sombras de los árboles y la plateada luz de la luna que matizaba de reflejos plateados toda la callecita de la orilla de la acequia. Después comentamos de muchas cosas y viendo que Ramiro estaba en esos instantes muy voluntarioso en sus platicas y confidencias le digo. Oye Ramiro, dispénsame, desde luego que me meta en lo que no me importa, platícame de donde sacas tanto dinero, que te permite ser tan generoso con tus amigos, lo cual te agradecemos desde luego. Pues mira Robledo, tú eres la primera persona a quien le platico de estas cosas en la inteligencia que no se lo dirás a nadie.
Esta historia empieza cuando yo llegué hace tres años a los alrededores de ese rancho que se llama Los Yeguales, me dice Ramiro, trabajando con la empresa que empezó a extraer guano de una cueva que se encuentra enclavada a la mitad de la montaña, mí padre es muy amigo de los dueños y me consiguió el trabajo de administrador de Empresa en esta región cuyo trabajo, no ganaba gran cosa, pero sí completaba mí subsistencia y gastos personales, no gastábamos en asistencia pues había un cocinero que nos hacía las tres comidas, pagado por la empresa desde luego.
Construimos una cabaña muy amplia donde dormíamos los ocho o diez trabajadores que diariamente atendíamos, lo relativo a al bajada y empacada del guano, así como su traslado a la primera estación de ferrocarril donde se enviaba a Monterrey.
Un domingo que no pude ir al pueblo, tomé mí rifle calibre 22 y una caja de cartuchos y para matar el tiempo me llevé mí lonche y me fuí de cacería por toda la orilla de la montaña.
Me encontré con una hondonada y empecé a bajarla pensando que allí entre los altos yerbajales, podría encontrase algún conejo o liebre o cualquier otro animal, pues no había visto nada por ahí, ya dentro de la hondonada, al salir de una maraña de hizaches, me encontré frente a la entrada de una cueva a la que me asomé y ví que presentaba una enorme extensión, por lo que temiendo que dentro si hubiese un animal feroz, pues decían que al otro lado de la sierra había osos, seguí sobre el barranco de la hondonada y ya había dejado atrás la puerta de la cueva, cuando dije: lo que es ahora me la juego y voy a ver que hay en esa cueva, con mí cuchillo de campo corté un grueso tronco de mezquite y lo agarré de modo de poder usar como arma ofensiva y defensiva, por sí llegara a salirme un animal feroz.
Me devolví y ya decidido entré a la cueva, estaba sola y solo ratas corría a mí paso, divise con la curiosidad que la cueva daba vuelta y entonces sí ante tanta oscuridad, cogí ramas gruesas que estaban en el piso y con ellas hice a modo de una antorcha y seguí hasta la vuelta de la cueva. Bueno Robledo, me dice Ramiro no lo vas a creer pero desde cerca de mis pies en ese recodo de la cueva hasta donde terminaba la cueva, había una gran cantidad de dinero que llegaba hasta donde terminaba la cueva, yo no me asuste continua mí amigo, pues presa de una verdadera ansiedad recogí todas las monedas que pude, llené la bolsa del lonche, me llene todos los bolsillos y con la antorcha encendida me dirigí hacia la puerta. Pero la puerta había desaparecido y hasta se me heló la sangre cuando escuche una voz cavernosa que decía: "TODO O NADA"
La verdad Robledo, no sabia, que hacer, rodeado de una terrible oscuridad y cerrada la puerta de la cueva, yo pensé, mejor vacié el dinero y me voy, pues esto es cosa del diablo, todo asustado, vacié todo el dinero que había echado a la bolsa del lonche y acabando de vaciar las bolsas de mí guayabera, me invadió una claridad y con inmenso gusto vi abierta la puerta de la cueva y con gran ansiedad me eche a correr y salí, llegando hasta el centro de la hondonada, en donde con un poco de batalla pude orientarme y a gran prisa tomé el camino por la orilla de la montaña con dirección a nuestro paraje.
Era tal la emoción y ansiedad que me invadía, que no me había dado cuenta que las dos bolsas del pantalón no las había vaciado y las traía llenas de las monedas que había dentro de la cueva. Antes de llegar a nuestro paraje y aprovechando que ya casi estaba oscuro, me detuve ante un barranco, allí hice un hoyo y guardé todas las monedas que traía en las bolsas del pantalón.
Toda la semana estuve inquieto, vigilando mí pequeño tesoro y el sábado le pedí permiso al jefe que venía con el pagador, de faltar lunes y martes al trabajo, lo que me concedió, dejando a uno de los muchachos encargado de mí puesto.
Me vine a Parras ese sábado y al siguiente me fuí a Torreón, llevando conmigo las monedas, me hospedé en el Hotel Casa Blanca y al siguiente día muy temprano tome una moneda que era como esta, enseñándome un peso de aquellos del principio del siglo por un lado tenía un sol y en la otra cara, un águila y alrededor decía República Mexicana, pesos grandes muy mal hechos y muy mal grabados.
Y me sigue diciendo Ramiro, fuí con un joyero que encontré por allí cerca y le pregunté que en cuanto me compraba ese peso, el joyero lo tomó en sus manos lo estuvo observando y me dijo, este peso es plata pura y lo menos que puedo darte por el son cuando menos Diez Pesos de los de ahora, yo no te la compro por que acabo de comprar plata, estoy sin dinero ya con ese dato me fuí al hotel, recogí las monedas y me fuí directamente al Banco de la Laguna, donde no quisieron darme mas que 8 pesos actuales por cada una de las monedas que llevaba. Acepte lo que me daban, pero les pedí que una parte del dinero me lo dieran en billetes pues no iba yo andar cargando ese dinero que eran más de QUINIENTOS PESOS.
Ya con ese dinero en el bolsillo, me vine a Parras y para el miércoles ya estaba en el paraje, trabajando como de costumbre. Parte de ese dinero lo mandé a mí padre a Monterrey, me compré ropa y todas las cosas que necesitaba de urgencia y termine con el dinero que me había dado el Banco.
Aunque con miedo uno de esos sábados me encamine nuevamente a la cueva, con el propósito de recoger unas cuantas monedas, tantas como las que me cupieran en la bolsa del pantalón y sí no había ninguna dificultad, de esa misma manera iba a seguir sacando monedas.
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