ESTE RELATO LO ENCONTRE EN LA RED, ES DE GUACHINANGO JAL; Y AQUI SE LOS COMPARTO
E L T E S O R O D E L M I N E R O Sucedio en la mina El Rojo. Cuando llegaron a Guachinango las noticias de que don Miguel Hidalgo se había levantado en armas contra el mal gobierno y lograr la independencia, el dueño de este antiguo mineral, que era un español, se sobresaltó al saber que estaban matando a todos los peninsulares. Le dio mucho miedo y preparó todo para huir. Ordenó a sus esclavos y sirvientes que desarmaran toda las taunas y ocultaran la herramienta y demás enseres en los socavones, mismos que fueron cubiertos con troncos y piedras. Creía que la revuelta iniciada en Dolores seria pasajera y, al terminar, volvería a seguir trabajando en sus minas. Al siguiente día, muy de mañana, cargó todas sus pertenencias en varias mulas. Cuatro caballos los cargó de cajas de madera que contenian marquetas de oro y de plata. Huyó acompañado de un mozo de confianza. Antes de llegar al rancho El Mortero, le pidio a su sirviente que se adelantara y que llegara a Guachinango a verificar si no habia peligro, y que él lo esperaria en la Tierra Blanca. El mozo llegó al pueblo y vio que había un ejército de insurgentes y mucho movimiento en la plaza y en las calles. Viendo que su patrón corria peligro, se regresó a darle el informe. Lo encontró en el sitio donde habian acordado, pero el fiel sirviente observó que los cuatro caballos que traían las marquetas del valioso metal, venian sin carga. Al enterarse el español de lo que ocurría en Guachinango, optó por rodear y se fue hacia el cerro de San Francisco, donde radicaba, en la mina de la Haciendita, uno de sus paisanos, conocido de muchos años atras. Al llegar, los dos españoles se saludaron y platicaron del temor de perder la vida. El mozo escuchó que su amo le contaba al amigo que habia dejado escondidas (enterradas), en el punto llamado Las Tinajas, las cajas repetas de oro y plata y, como señal, habia clavado su espada en la tierra. Otro día, al enterarse los insurgentes de que en la Haciendita estaban dos españoles, se dirigieron hacia allá y les dieron muerte. El mozo, el único que sabia del tesoro enterrado, se dedicó entonces a buscarlo, pero no lo encontró. Un siglo despues, hacia el año de 1915, un ranchero de El Mortero que andaba a pie en una corrida de yeguas, tomó una piedra para tirársela a las potrancas. Al quererla arrojar, notó que la piedra pesaba mucho. Le entro curiosidad y la guardo en su morral. Cuando terminó la corrida, se regresó a su rancho y dejó la piedra sobre el pretil del corredor de la casa de don Refugio Langarica. Días despues, pasó por ahí don Pedro Castillo que iba a su rancho llamada la Piedra Grande. Como hacia mucho calor, se detuvo y pidió le regalaran un jarro con agua. Mientras calmaba su sed, vio la piedra en el pretil y le llamó la atención por su forma y color. La tomó y también notó el peso. Preguntó dónde se la habian encontrado y los rancheros le explicaron. Pidió permiso para rasparla y le contestaron afirmativamente. Raspó la piedra y descubrió que no era tal, sino una marquetita de oro puro. Les aclaró lo que era y se retiró, dejando a todos alegres por el hallazgo. Conocido esto, se juntaron todos los habitantes de El Mortero para ir al lugar donde se la habia encontrado el ranchero. Llegaron al sitio y buscaron por todos lados, pero no hallaron nada. Años más tarde, en otra corrida de yeguas, el señor Gabino Langarica, del mismo rancho El MOrtero, encontró y recogió la empuñadura de la espada que habia dejado el español como señal. Tenia aún como ocho centimetros de la hoja completamente oxidada. Se organizó otra busqueda, pero fue en vano. Las cargas de marquetas de oro y plata, están ocultas en algun lugar cercano al El Mortero, esperando ser encontradas. | |