- charly BertoniIdentidad Certificada
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Fragmento del libro.
Jue 11 Jun 2015, 12:11 pm
Un aventurero en Mexico.
En su recorrido por México, Ruxton, peculiar viajero poco dispuesto a dejarse robar, eludió a los salteadores de caminos, y en Durango y Chihuahua evitó el encuentro con los guerreros comanches.
George Frederick Augustus Ruxton nació en Kent, Inglaterra, en 1820, y se graduó en la Academia Militar de Sandhurst; a los diecisiete años de edad se alistó como voluntario en la primera guerra carlista y fue por entonces que aprendió el idioma español.
Ruxton sirvió luego al ejército británico en Canadá, y una vez que dejó la milicia pasó varios años en ese país conociendo las costumbres de los indios y los tramperos. Más adelante estuvo en África y en México, para finalmente morir en el transcurso de un viaje al oeste de los Estados Unidos en septiembre de 1848.
En agosto de 1846 las condiciones para emprender un viaje por territorio mexicano no podían ser peores; el país estaba en guerra con los Estados Unidos, abundaban los salteadores de caminos y los indios cometían tropelía y media en los estados del norte. Pero estos obstáculos, lejos de desalentar a Ruxton, lo impulsaron en su atrevida aventura.
Cuando el viajero llegó a Veracruz la ciudad mostraba los estragos de los bombardeos estadounidenses: “La ciudad está bien planeada, con amplias calles que se cruzan entre sí, pero las iglesias y los edificios públicos se están convirtiendo en ruinas: apenas se encuentra un ser humano y los pocos que se ven están pálidos y delgados. Los muchos nativos y negros que hay aquí parecen cadáveres, y los perros, que se disputan la carroña con los zopilotes, son entre los miserables los que más sufren”.
A los tres días de su estancia, Ruxton escucha alarmantes rumores sobre una epidemia de vómito, de modo que prepara sus maletas y sale rumbo a Jalapa. “Al averiguar cómo viajar a la ciudad de México, supe que era mejor ir por diligencia a causa de las lluvias, aunque con el inconveniente de estar expuesto a los asaltos. Esta desagradable costumbre es tan normal que los mexicanos calculan siempre en sus gastos una suma para ‘los caballeros del camino’ ”.
Ruxton es un viajero de otro tipo y poco dispuesto a dejarse robar impunemente, así que al subir a la diligencia lo hace con un formidable arsenal. “Señores, aquí hay armas para todos ustedes, será mejor pelear como hombres a morir como ratas”, dice a sus acompañantes. Por fortuna, nada sucede en el trayecto y días después entra en la ciudad de México.
“Al extranjero en México le sorprenden constantemente las procesiones religiosas que a todas horas deambulan por las calles. Un carro que es jalado por mulas lleva la hostia a las casas de los católicos moribundos que tienen dinero suficiente para pagar este privilegio. Cuando pasa suena una campana que previene a los ortodoxos que deben arrodillarse, y miserable el desafortunado que se niegue a esta ceremonia, pues es condenado por los ignorantes.
El Paseo es el Hyde Park de México. Aquí acude alrededor de las cuatro de la tarde toda la población alegre y elegante de la ciudad. Los carros retumban con sus pesados brincos, jalados por bien cuidadas mulas. Por las ventanas se ven los brillantes ojos de las señoritas, vestidas de blanco [...] Después de una o dos vueltas por el campo, los carruajes se alinean a lo largo del camino mientras sus pasajeras admiran a los dandys que pasan llevando las riendas de sus corceles”.
Ansioso por explorar la capital, Ruxton se disfraza de paisano y hace una excursión nocturna al vecindario de La Acordada (“una prisión que alberga la colección más completa de malhechores que las que pudieran tener las más civilizadas ciudades de Europa, llena de pillos y bandidos, carteristas, asesinos y falsificadores”), en donde visita una pulquería. Apenas si ha probado un vaso de la bebida cuando es descubierto por la multitud, que lo llama “extranjero, yanqui, tejano y burro” y lo rodea amenazante. Gracias al obsequio de media arroba de pulque las cosas cambian y los gritos se transforman en exclamaciones de “¡Viva el inglés! ¡Que mueran los yanquis! ¡Viva nosotros y viva el pulque!”. Ruxton escribe que “después de ver esta horrible región del crimen, tomamos otra dirección y cruzando la ciudad entramos en el Barrio de Santa Ana, zona habitada por villanos de una clase más respetable, de ladrones a caballo y muy frecuentada por arrieros, que aunque ganan mucho dinero, su devoción al pulque y al bello sexo los deja pobres”.
Tres días más tarde Ruxton se prepara para viajar al norte: “La mayor dificultad era conseguir sirvientes, pues no había quien deseara participar en un viaje tan largo. Nuevo México era tierra incógnita y lo asociaban con bestias, indios salvajes y todo tipo de horrores. Por fin encontré a Jesús María, un ‘mozo’ que iría conmigo hasta Durango”.
A su paso por Querétaro, el joven viajero admira los campos de agave americano: “Ahora estábamos en la tierra del pulque por excelencia. Decir que éste es la bebida preferida por los ángeles sedientos es dar una pobre descripción de este licor nacional, que es la bebida más deliciosa que se haya inventado para el mortal sediento [...] Tan sólo en la ciudad de México el consumo de pulque alcanza la enorme cantidad de cuarenta y dos millones de litros anuales y el gobierno obtiene grandes ganancias por su venta”.
Celaya, Silao, León, Aguascalientes y Fresnillo son dejados atrás. El 4 de octubre Ruxton entra en la ciudad de Durango, donde se teme una invasión de indios. “Los enemigos más formidables y temidos por los habitantes de Durango y Chihuahua son los guerreros comanches que varias veces al año organizan expediciones para internarse en el país desde sus distantes praderas, más allá del Río del Norte y el Pecos. Sus expediciones tienen el propósito de conseguir animales y esclavos, para lo cual se llevan a los jóvenes y muchachas, masacrando a los adultos de la manera más bárbara”.
Pero los indios no son la única amenaza. En el pueblo de Guajuquilla, Ruxton encuentra a once estadounidenses que se han salvado de milagro: “Nunca he visto hombres más demacrados. Con las barbas y el cabello largos, con los huesos casi sobre la piel y las bocas agrietadas de tan secas, desmontaron frente a mi puerta, incapaces de mantenerse en pie. Muchos de ellos habían perdido completamente la voz y algunos se desvanecían por las penurias que habían soportado [...] Supe que diez de su grupo estaban perdidos en la sierra y muy probablemente habían muerto”.
Al llegar a Chihuahua la ciudad está en gran efervescencia porque se espera el inminente ataque de las tropas de los Estados Unidos. Aquí Ruxton observa un espectáculo poco común: “Frente a la entrada principal de la catedral, que es considerada una de las mejores construcciones del mundo y es un edificio con una hermosa fachada embellecida con estatuas de los doce apóstoles, sobre uno de los portales colgaban las siniestras cabelleras de 170 apaches que habían sido atrapados e inhumanamente asesinados por los cazadores de indios que paga el Estado. Las cabelleras de hombres, mujeres y niños fueron llevadas en procesión triunfal a la ciudad y colgaban como trofeos del valor y la humanidad mexicanos”.
Aunque Ruxton es parco en temas de zoología, Chihuahua le causa una profunda impresión: “Este estado es un paraíso para los cazadores. En las sierras y montañas hay dos especies de oso [...] también es común encontrar el carnero cimarrón. Abundan además el ante, el ciervo de cola prieta, el ciervo rojo y el antílope. Hay gamos, jabalíes, liebres y conejos en gran número, y todavía se encuentran castores en el Gila, el Pecos y sus arroyos tributarios. También hay dos variedades de lobo y el coyote, cuyo constante y melancólico aullido acompaña siempre a los campamentos nocturnos en México”.
El 16 de enero de 1847, seis meses y 3 200 km después de su partida, George F. Ruxton culmina su viaje en Nuevo México. Un año más tarde se publicaría su libro Aventuras en México.
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