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Carranza en su huida con el tesoro de la nación.....
Sáb 28 Nov 2015, 1:44 pm
Ya tenemos dos post de hace varios años, que han enviado respecto a este tema, para quien quiera verlos o checarlos den click en los siguientes post:
Mi aportación a este tema es la siguiente:
Por accidente conseguí el libro Camino a Tlaxcalantongo, el cual leí y encontré la siguiente narración de su autor Ramón Beteta de la editorial FONDO DE CULTURA ECONOMICA (PRIMERA EDICIÓN SEPTIEMBRE 1961)
En la página 47-48 dice:
Me llamó la atención, mientras esperaba, un furgón alrededor del cual se arremolinaban desordenadamente algunos soldados. En él venía el tesoro nacional. Varios empleados habían abierto unas bolsas de lona repletas de monedas de plata y las fuertes cajas que contenían el oro, y repartían el dinero sin siquiera contarlo. Curioso me aproximé más. Nunca había visto nada semejante: los soldados en línea, con cara de alucinados, se acercaban, cogían un puñado o dos de hidalgos o medios hidalgos, se los echaban a la bolsa y se alejaban.
A la plata apenas si había quien le hiciera caso. No supe si quienes entregaban el dinero estaban autorizados para hacerlo, ni si quienes lo recibían tenian derecho a ello, aunque parecía que se estaba "socorriendo" a la tropa.
Pero lo más sorprendente era la falta de entusiasmo de unos y otros. Podría haberse pensado que todos se lanzarían sobre aquel tesoro como águilas sobre una presa; pero no era así. Solo un oficial de mediana edad, delgado y pálido, se apresuró a llenar con monedas de oro de cinco pesos un pequeño costal que llevaba consigo; se lo echó al hombro y se alejó de prisa hasta donde estaba el caballo que su asistente le detenía. Acomodó aquel costal sobre el anca, amarrándolo cuidadosamente con los tientos de la silla y montó sobre el animal. En él si se notaba cierta nerviosidad, pero como todo lo hacía a la luz del día, sin tratar de ocultarse, pensé que sería el oficial encargado de llevar algún dinero para cubrir las necesidades del camino. Sin embargo, aquella misma noche me daría cuenta de que no era así, y que aquel sujeto había cometido un grave error.
Y en las páginas 57 a 60 continua con el siguiente relato:
Avanzábamos con rapidez por el viejo camino de herradura a pesar de la creciente oscuridad. Nos habíamos dividido espontáneamente en pequeños grupos más compactos para no extraviarnos. De cuando en cuando nos guiaba una luz de una lámpara sorda que alguien en la vanguardia proyectaba sobre el cielo, iluminando unas nubes bajas, prontas a desplomarse sobre nosotros. Esta luz intermitente daba un no sé qué de misterioso y trágico a aquella marcha silenciosa y apresurada.
Hubo un momento en que mi llegua se paró y estuvo a punto de tropezar con un bulto que obstruía el camino y que no se percibía claramente. Le acicateé para que reanuda el paso y al hacerse de lado me di cuenta que se trataba de una bestia que estaba echada en el suelo. Nos detuvimos. Uno del grupo prendió un cerillos y a su luz efímera vimos que se trataba de unc aballo y que junto a él, de pié estaba un hombre uq trataba de levantarlo tirándolo de las bridas.
--¿Se le cansó el caballo, amigo?-- preguntó el que había prendido el cerillo.
--Sí, se me echó, y ya no puede con la carga.—
--¿Pues que trae que tanto pesa? Tirelo y montese usted.
El individuo que estaba de pié se tardó un poco en contestar.
--Lo que traigo es oro—dijo finalmente como si le costara trabajo.
Después de un momento en que nadie dijo nada, añadió:
--Vamos turnándonos para cargarlo y al salir de esto nos lo repartimos.
Varios miembros de la comitiva pasaron de largo, sin hacer caso, pero otros se habían unido interesados por lo que habían oído. Uno de los recién llegados preguntó:
--A ver ¿On´ta el oro?, y prendió un cerillo, y luego, con él, un pedazo de vela que llevaba el soldado que me servía de asistente. En la absoluta oscuridad de la noche, bajo aquel cielo encapotado, la vela resultaba extraordinariamente luminosa. El hombre que estaba de pié la tomó y la acercó a la montura de su caballo. Pude así reconocer aquel costalito que había visto llenar con monedas de oro y al oficial joven y pálido que lo había cargado, amarrándolo al anca de su jaca.
-- Sí, sí es oro – dije sin dirigirme a nadie en particular--. Yo vi cuando se lo dieron.
Mientras yo hablaba, el oficial desamarraba el costal de la silla, lo levantaba, lo ponía al lado de su caballo, al que ahora se podía ver cubierto de sudor y jadeante. Al dejarlo caer en el suelo, las monedas sonaron alegremente dentro del costal.
--¿Quién va aser el valiente que cargue con eso?
-Dijo uno de los presentes.
--Pa´que le pase lo mismo que a este…-dijo otro.
--Yo de tarugo—añadió un tercero.
--Vámonos turnando un rato cada uno—insistió el oficial, tratando de convencernos.
--Pero si el caballo ya no puede ni con usted solo
--Le respondió uno de los que habían hablado.
Sergio el asistente de mi hermano, que se había quedado un poco alejado, se acercó ahora y dirigiéndose a aquél le dijo:
--Mire jefe, mejor que nos dé la fierrada y le cambiamos su caballo por el que traemos de refresco. El pa´que quiere dinero si se queda aquí tirado.
--¿Y a nosotros qué?—Preguntó el que antes había prendido el cerillo.
Mi hermano propuso entonces:
--Le cambiamos su caballo por el que tenemos de refresco y el dinero lo repartimos entre todos por igual.
Nadie objetó.
--¿Cuántos somos?—Preguntó enseguida.
El oficial levantó la vela para iluminarnos. Yo conté. Éramos doce: el oficial, nuestros dos asistentes, mi hermano, yo y siete personas más, a quienes no era fácil reconocer en la semioscuridad. El oficial sacó una navaja de su bolsa, cortó el cordón con que estaba atada la boca del costal y empezó a repartir aquél dinero.
La escena era completamente irreal. Mal iluminados por la vela que parpadeaba, estábamos en círculo, todos a caballo, menos el oficial que continuaba a pié en el centro, cargando el costal de dinero en los brazos como a un bebé y del cual estaba sacando una a una las pieza de oro de cinco pesos que nos distribuía silenciosamente, una después de otra, como se reparten dulces a los niños en una fiesta infantil. Cuando las monedas ya no me cabían en una mano, saqué un pañuelo y ahí las fui guardando. Estaba próxima a terminarse la repartición cuando llegó otro jinete que se había rezagado. Se enteró de lo que pasaba y reclamó su parte. Se convino que entrara a la repartición a partir de ese momento, pero que no le daríamos nada de lo que ya se había recibido. Sin mucha dificultad aceptó.
Bueno esto es lo único que menciona el libro sobre el tesoro de la nación que se llevó Venustiano Carranza en su huida a Veracruz, sería interesante saber si alguien más ha leído en algún libro, periódico o revista algo al respecto.
saludos
Carranza y el Tesoro de Nación
por radimemx el Miér Nov 16, 2011 3:07 pmLas cajas con centenarios del tren dorado de Carranza
por Mr. Tat el Miér Mar 03, 2010 9:31 amMi aportación a este tema es la siguiente:
Por accidente conseguí el libro Camino a Tlaxcalantongo, el cual leí y encontré la siguiente narración de su autor Ramón Beteta de la editorial FONDO DE CULTURA ECONOMICA (PRIMERA EDICIÓN SEPTIEMBRE 1961)
En la página 47-48 dice:
Me llamó la atención, mientras esperaba, un furgón alrededor del cual se arremolinaban desordenadamente algunos soldados. En él venía el tesoro nacional. Varios empleados habían abierto unas bolsas de lona repletas de monedas de plata y las fuertes cajas que contenían el oro, y repartían el dinero sin siquiera contarlo. Curioso me aproximé más. Nunca había visto nada semejante: los soldados en línea, con cara de alucinados, se acercaban, cogían un puñado o dos de hidalgos o medios hidalgos, se los echaban a la bolsa y se alejaban.
A la plata apenas si había quien le hiciera caso. No supe si quienes entregaban el dinero estaban autorizados para hacerlo, ni si quienes lo recibían tenian derecho a ello, aunque parecía que se estaba "socorriendo" a la tropa.
Pero lo más sorprendente era la falta de entusiasmo de unos y otros. Podría haberse pensado que todos se lanzarían sobre aquel tesoro como águilas sobre una presa; pero no era así. Solo un oficial de mediana edad, delgado y pálido, se apresuró a llenar con monedas de oro de cinco pesos un pequeño costal que llevaba consigo; se lo echó al hombro y se alejó de prisa hasta donde estaba el caballo que su asistente le detenía. Acomodó aquel costal sobre el anca, amarrándolo cuidadosamente con los tientos de la silla y montó sobre el animal. En él si se notaba cierta nerviosidad, pero como todo lo hacía a la luz del día, sin tratar de ocultarse, pensé que sería el oficial encargado de llevar algún dinero para cubrir las necesidades del camino. Sin embargo, aquella misma noche me daría cuenta de que no era así, y que aquel sujeto había cometido un grave error.
Y en las páginas 57 a 60 continua con el siguiente relato:
Avanzábamos con rapidez por el viejo camino de herradura a pesar de la creciente oscuridad. Nos habíamos dividido espontáneamente en pequeños grupos más compactos para no extraviarnos. De cuando en cuando nos guiaba una luz de una lámpara sorda que alguien en la vanguardia proyectaba sobre el cielo, iluminando unas nubes bajas, prontas a desplomarse sobre nosotros. Esta luz intermitente daba un no sé qué de misterioso y trágico a aquella marcha silenciosa y apresurada.
Hubo un momento en que mi llegua se paró y estuvo a punto de tropezar con un bulto que obstruía el camino y que no se percibía claramente. Le acicateé para que reanuda el paso y al hacerse de lado me di cuenta que se trataba de una bestia que estaba echada en el suelo. Nos detuvimos. Uno del grupo prendió un cerillos y a su luz efímera vimos que se trataba de unc aballo y que junto a él, de pié estaba un hombre uq trataba de levantarlo tirándolo de las bridas.
--¿Se le cansó el caballo, amigo?-- preguntó el que había prendido el cerillo.
--Sí, se me echó, y ya no puede con la carga.—
--¿Pues que trae que tanto pesa? Tirelo y montese usted.
El individuo que estaba de pié se tardó un poco en contestar.
--Lo que traigo es oro—dijo finalmente como si le costara trabajo.
Después de un momento en que nadie dijo nada, añadió:
--Vamos turnándonos para cargarlo y al salir de esto nos lo repartimos.
Varios miembros de la comitiva pasaron de largo, sin hacer caso, pero otros se habían unido interesados por lo que habían oído. Uno de los recién llegados preguntó:
--A ver ¿On´ta el oro?, y prendió un cerillo, y luego, con él, un pedazo de vela que llevaba el soldado que me servía de asistente. En la absoluta oscuridad de la noche, bajo aquel cielo encapotado, la vela resultaba extraordinariamente luminosa. El hombre que estaba de pié la tomó y la acercó a la montura de su caballo. Pude así reconocer aquel costalito que había visto llenar con monedas de oro y al oficial joven y pálido que lo había cargado, amarrándolo al anca de su jaca.
-- Sí, sí es oro – dije sin dirigirme a nadie en particular--. Yo vi cuando se lo dieron.
Mientras yo hablaba, el oficial desamarraba el costal de la silla, lo levantaba, lo ponía al lado de su caballo, al que ahora se podía ver cubierto de sudor y jadeante. Al dejarlo caer en el suelo, las monedas sonaron alegremente dentro del costal.
--¿Quién va aser el valiente que cargue con eso?
-Dijo uno de los presentes.
--Pa´que le pase lo mismo que a este…-dijo otro.
--Yo de tarugo—añadió un tercero.
--Vámonos turnando un rato cada uno—insistió el oficial, tratando de convencernos.
--Pero si el caballo ya no puede ni con usted solo
--Le respondió uno de los que habían hablado.
Sergio el asistente de mi hermano, que se había quedado un poco alejado, se acercó ahora y dirigiéndose a aquél le dijo:
--Mire jefe, mejor que nos dé la fierrada y le cambiamos su caballo por el que traemos de refresco. El pa´que quiere dinero si se queda aquí tirado.
--¿Y a nosotros qué?—Preguntó el que antes había prendido el cerillo.
Mi hermano propuso entonces:
--Le cambiamos su caballo por el que tenemos de refresco y el dinero lo repartimos entre todos por igual.
Nadie objetó.
--¿Cuántos somos?—Preguntó enseguida.
El oficial levantó la vela para iluminarnos. Yo conté. Éramos doce: el oficial, nuestros dos asistentes, mi hermano, yo y siete personas más, a quienes no era fácil reconocer en la semioscuridad. El oficial sacó una navaja de su bolsa, cortó el cordón con que estaba atada la boca del costal y empezó a repartir aquél dinero.
La escena era completamente irreal. Mal iluminados por la vela que parpadeaba, estábamos en círculo, todos a caballo, menos el oficial que continuaba a pié en el centro, cargando el costal de dinero en los brazos como a un bebé y del cual estaba sacando una a una las pieza de oro de cinco pesos que nos distribuía silenciosamente, una después de otra, como se reparten dulces a los niños en una fiesta infantil. Cuando las monedas ya no me cabían en una mano, saqué un pañuelo y ahí las fui guardando. Estaba próxima a terminarse la repartición cuando llegó otro jinete que se había rezagado. Se enteró de lo que pasaba y reclamó su parte. Se convino que entrara a la repartición a partir de ese momento, pero que no le daríamos nada de lo que ya se había recibido. Sin mucha dificultad aceptó.
Bueno esto es lo único que menciona el libro sobre el tesoro de la nación que se llevó Venustiano Carranza en su huida a Veracruz, sería interesante saber si alguien más ha leído en algún libro, periódico o revista algo al respecto.
saludos
Re: Carranza en su huida con el tesoro de la nación.....
Lun 30 Nov 2015, 1:35 am
hace algunos años tube el gusto de ir con 2 compañeros de este foro a esa busqueda, pasamos la noche en un pueblitollamado union.. lo que descubrimos ahi nos asombro... las mayorias de las personas que tenian negocios como tiendas, u otros negocitos, son porque se encontraron dinero.. todo ese camino que siguio carranza hubo muchos entierros.. y los que faltan x descubrir... nos comentaban de los fortuitos descubrimientos de los entierros y la mayoria eran x accidente, solo por mencionar uno... iba un leñador caminando y a la burra se le va la pata a un hoyo... el cual al sacar la pata del hoyo , salio expulsada una moneda de oro.. cambiando asi su suerte y su vida x completo al sacar lo que ahi estaba.
andando x los detectores enmedio de la sierra norte de puebla descubrimos varios hoyos como si hubieran escarbado mas de un metro...o quisas mas...
asi tambien nos encontramos al pie de un maguey un clavo de via de tren... a lo que nos preguntamos que diablos hacia ese clavo en ese lugar.. totalmente alejado y escondido .. lo que nos die cierto animo de seguir buscando mas... bueno amigos ese es mi relato, saludos a todos!.
andando x los detectores enmedio de la sierra norte de puebla descubrimos varios hoyos como si hubieran escarbado mas de un metro...o quisas mas...
asi tambien nos encontramos al pie de un maguey un clavo de via de tren... a lo que nos preguntamos que diablos hacia ese clavo en ese lugar.. totalmente alejado y escondido .. lo que nos die cierto animo de seguir buscando mas... bueno amigos ese es mi relato, saludos a todos!.
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