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vartmaz
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EL TESORO DE DON SÓSTENES Empty EL TESORO DE DON SÓSTENES

Miér 11 Mayo 2016, 9:11 pm
Compañeros les comparto esta historia por demás interesante para mí, aunque fue escrita por el narrador y escritoor Ramón Rubín puede tener algo de sentido ya que el poblado al que se hace mención en esta historia se llama La Mora Escarbada, cuando en mapas antiguos solo aparece como La Mora. Algunos lugares a los que se hace referencia como El Quelite y el Limón (ahora Limón de los Peraza) también existen y son verídicos. De mucho provecho es la anécdota final de esta narración. Saludos a todos.  study


EL TESORO DE DON SÓSTENES
 
Y a todo esto, ¿quién era aquel Sóstenes Bastidas?
 
En el camino de El Quelite, recogido en el ángulo interior que describe el río entre este pueblo y el de El Limón y tendido por una pequeña eminencia sembrada de ásperos peñascos, se hallaba un lugarejo de campesinos pobres conocido por La Mora. Algunas labores con maizal y calabazas y unas cuantas cabezas de ganado vacuno que pastaban libres por el monte, constituían toda la riqueza de aquel rincón, que había tomado su nombre de un corpulento y solitario árbol de los que en Sinaloa dominan moras, el cual se levantaba a mitad del plano un poco en declive donde se daban las mejores milpas.
Aquel amanecer, un rumor de plegarias y lamentos salía del jacalito de hojas de palma en donde[url=#99257501] habitabaEL TESORO DE DON SÓSTENES Arrow-10x10[/url] con su familia Sóstenes Bastidas, quizás el más pauperrimo de los vecinos del lugar.
En el interior, tendido sobre un petate y cubierto con una cobija maltratada, se empezaba a poner cárdeno el cadáver del mayor de sus hijos. Levantando un poco la manta, se hubieran podido apreciar sus músculos exangües y la piel de su cara hundida en las cavidades óseas, delatando la anemia que lo llevara a la tumba.
Mientras su mujer rezaba y lloraba en un rincón, sorda a las piadosas frases de consuelo de sus vecinas, y sus otros dos hijos dormían las pesadillas de la infancia ajenos a la desgracia, Sóstenes permanecía de pie junto a la puerta, envuelto en otra frazada y con el sombrero de palma dando vueltas en sus manos. Miraba alternativamente al niño muerto y a la yegua escuálida que, atada a la cerca del machero, se defendía a resoplidos y patadas de la agresión de unos perros. Y dos gotas tibias resbalaban indiscretas por sus mejillas cobrizas, manchadas por el paño.
No ignoraba que el muchacho se le había muerto por falta de alimentación adecuada, de medicinas y de atención médica; por la miseria de su pobre hogar, en fin. Pero ante esas consideraciones él no tenía ningún derecho a reaccionar en un sentido antisocial, como con toda justicia lo hacían otros; pues la culpa no era de la sociedad, sino eminentemente suya, de Sóstenes. Y porque lo comprendía y lo aceptaba, estaba allí tan abrumado que sus vecinos habían tenido que asistirle obsequiándole unos tragos de mezcal y cerrando piadosamente los párpados del muchacho después de cubrir con aquel viejo poncho su cuerpecillo.
Sóstenes se hubiera sentido sacrílego haciendo aquel uso de la frazada. Por la misma razón de que esa mañana no se movía un ápice para espantar a los perros que hostigaban a su pobre penco, otrora orgullo de su miserable existencia junto con las cobijas, y entonces flaco, lleno de rasguños, garrapatas y mataduras, y, además, sombríamente odiado.
Porque los culpables de la prematura muerte de aquel hijo eran Sóstenes, su yegua y sus frazadas.
Un día ya lejano había llegado a la La Mora con su mujer y sus hijos, sin otra riqueza que los andrajos puestos, porque una violenta avenida del río de Dimas, a cuyas orillas vivieron hasta entonces, les llevó choza, cosechas y reses. Parecíole fácil el desmonte de unos terrenos allí, y se estableció en el poblado.
Sóstenes elevó otro jacal, y con herramientas y bestias que por un tanto por ciento muy considerable del valor de la cosecha le prestaba don Sebastián, el único ranchero medio acomodado del lugar, desmontó y taspanó unas labores, las roturó con el arado de madera y las sembraba de maíz y calabaza cada año. Con ello tenía algo propio que añadir a los míseros jornales que por alguna tarea le pagaba su protector y podía alimentar una esperanza de sobrevivir, ya que no de salir adelante.
Hasta siete hijos llegaron a nacerle al matrimonio en medio de la mayor miseria. Pero se le murieron cuatro de ellos, quién sabe de qué.
Estaba tan hecho de toda su vida a la pobreza, que nunca se había puesto a pensar en que la suerte pudiera serle propicia algún día. Vivía absolutamente convencido de que su destino estaba allí, y de que su fin no podía ser otro que una muerte miserable y silenciosa, muy comentada por los compadres y comadres de la ranchería, tendido sobre aquel petate desorillado y viendo filtrarse los rayos del sol ardiente por las rendijas que dejaba la palma de los techos y paredes de su hogar.
Claro que, como cualquier otro campesino de la región, había oído hablar de tesoros ocultos. ¿Cómo no, si la comarca era pródiga en entierros?... Hasta podía saberse de memoria el catecismo de las supersticiones del buen buscador de ellos. Y de haber visto brotar de[url=#19968208] nocheEL TESORO DE DON SÓSTENES Arrow-10x10[/url] y sin motivos aparentes una llamarada del suelo, difícilmente se hubiera podido sustraer a la tentación de escarbar allí para comprobar si eran, como atestiguaban que solía suceder gentes de sólida experiencia en esos trances, los gases emanados de algún metal precioso escondido que se inflamaban... Mas como la ambición de hallar un tesoro no había llegado a obsesionarle, nunca tuvo oportunidad de ver la prometedora llamarada.
Bien es verdad que desde los años de la Colonia, la región estuvo por mucho tiempo infestada por gavillas de asaltantes que desvalijaban a las conductas de los minerales de la Sierra Madre, despojándolas de las barras de metal o del dinero que llevaban para las rayas de los trabajadores. Y como vivían a salto de mata, estos bandoleros solían enterrar su botín. A unos los sorprendía la partida y los mandaban a sitios de donde jamás volvían, a otros los fusilaban y muchos de ellos morían en las inevitables sarracinas sin que nadie supiese de lo que tenían escondido. Los arrieros de las minas de Tayoltita, Contraestaca, San Dimas, Plomosas, Guadalupe de los Reyes y otras más tuvieron que seguir antiguamente, camino del puerto de Mazatlán, la ruta que pasaba por lo que hoy es la Mora; y el nombre de algunos de aquellos bandoleros, muchas veces generosos como el legendario Heraclio Bernal era aún recordado en toda la comarca. No tenía, pues, por qué sorprender que en La Mora hubiese tesoros ocultos.
Sóstenes volvía una tarde de otoño de la milpa, envuelto en una frazada de algodón que en otro tiempo fue colorada, el sombrero astroso, grasiento y desflecado de palma en la cabeza, el pantalón de dril muy sucio y averiado y sus pobres huaraches ya casi sin suelas.
Al pasar junto a aquella mora solitaria que le diera nombre al poblado, lo detuvo el propósito de cazar una iguana trepada a sus ramas, y cuya carne podía constituir un apetitoso manjar para él y su familia. Al pie de la mora había, desde tiempo al parecer inmemorial, un peñasco grande recargado en el tronco del árbol y bastante hundido en el suelo. Sóstenes le tiró un pedrusco al saurio, acertándole en las crestas del lomo y derribándolo, pero sin que el golpe lo entonteciese bastante para que no tuviera tiempo de correr e introducirse por una ranura bajo el peñasco en cuestión. Casi segura la pieza, él no podía abandonar entonces la cacería. Y aunque el monolito no pesaba menos de unos trescientos kilos, se dispuso a removerlo hasta hacer salir al bicho.
Al cabo de reiterados forcejeos logró hacerlo a un lado. Mas advirtió con desaliento que en la movida había aprisionado a la iguana bajo la roca, despanzurrándola sobre otra piedra más pequeña que había enterrada bajo ella. Trató entonces de mover ésa para observar si quedaba algo aprovechable del animal, y notó con sorpresa que el fondo raspaba en algo como latón. Encarrilado entonces por el camino de una sospecha, volvió a forcejear con el peñasco de arriba para[url=#35076570] apartarloEL TESORO DE DON SÓSTENES Arrow-10x10[/url] más y desprender así desahogadamente el otro.
Cuando momentos después extraía éste de entre la tierra, descubría bajo él un bote comido por el orín, tapado y muy denso para su tamaño.
Lo sacó a su vez, temblándole en las manos la emoción. Y con la punta de su machete levantó dificultosamente la tapa, abriendo unos ojos terriblemente dilatados por la sorpresa al observar su contenido.
Con el bote cariñosamente envuelto en su frazada bajó a la choza, donde su mujer echaba nixtamal para las tortillas y sus hijos lloraban de hambre prendidos de  las enaguas de la torteadora. Sóstenes no saludó ni articuló palabra. Penetró en el jacal, introdujo el bote y la cobija bajo un cajón volteado que hacía las veces de silla y luego ahuyentó de por allí a los muchachos como si su quejumbre y sus gritos le molestaran.
- Anda tú por la leña - le dijo después a su muer -; yo, quién sabe lo que tengo.
- ¿Tas infermo?- inquirió ella en un simple movimiento de cortesía.
- Toy como cansado.
- Han de ser las calenturas... -dedujo la mujer, mientras dejaba el maíz, tomaba el machete y partía por la leña a la espesura vecina.
Después de cerciorarse bien de que estaba solo, Sóstenes colgó el petate cubriendo la puerta del jaca y, dentro de éste, se dedicó a escarbar con su cuchillo afanosamente el piso de tierra en el rincón donde solían dormir, hasta hacer un agujero lo suficiente capaz de enterrar el bote. Luego lo cubrió con tierra, aplanó el suelo, tendió el petate allí y se acostó encima.
Estuvo sin apenas moverse de ese lugar durante nueve días, fingiéndose enfermo.
Al cabo de todo ese tiempo, un amigo y compadre del Limón que iba para Mazatlán, conociendo su enfermedad, aprovechó la parada del troque para visitarle. Y a petición de Sóstenes, que le dijo que necesitaba ir también al puerto para consultar a un doctor, le prestó tres pesos.
Al día siguiente el supuesto enfermo se levantó y puso a su mujer al tanto de su enorme secreto, encomendándole la discreción más absoluta. Desenterraron entre los dos el bote y de él extrajeron treinta onzas de oro, confiándole Sóstenes a su mujer el cuidado del recipiente con el resto de su contenido mientras él iba a la ciudad a cambiar por dinero circulante las monedas extraídas.
Partió para el puerto en el primer camión que pasó por allí, con ellas atadas en un pañuelo y éste envuelto a su cintura por la parte interior del pantalón. Una vez en su destino, se apeó y anduvo un buen rato por las calles de la cuidad sin rumbo fijo. Después recaló a un mesón donde pidió un cuarto. Y encerrado en él extrajo del atado una onza, tornando a envolver y guardar las otras. Salió de nuevo a la calle, por la que transitó indeciso durante un tiempo. Y por fin, en una esquina detuvo a un transeúnte que le pareció gente informada, preguntándole mientras le mostraba la valiosa moneda:
- Oiga, amigo: ¿qué no me hace el favor de ecirme ónde, pues, me ferean ésta?
El aludido le tomó la onza de la mano.
- ¡Ah, jijo!... ¡Una alazana! - exclamó. Y enseguida quiso saber -: ¿Tiene muchas de ésas, amigo?
- Nomás la que mira - mintió prudentemente Sóstenes -. Y ni es mía. Me la emprestó un compadre pa que se la cambeara en el puerto.
- Yo creo, pues, que ai en un banco como aquel, se la cambian - le dijo devolviéndosela y señalando una de esas instituciones en la inmediata esquina.
Sóstenes entró en el banco venciendo su timidez. Y enseñando la moneda preguntó en una ventanilla a cómo se la pagaban. Pero antes de aceptar el precio fue a tantiar a otros bancos de la ciudad. Cuando se convenció de que no le quedaba ninguno por visitar y que pagaban lo mismo, volvió al primero y desató sus treinta alazanas para convertirlas en pesos.
Le representaba un serio conflicto sacar la cuenta de lo que por todas habían de darle; y para mayor seguridad le pidió al pagador que se las pagara de una en una. Aun así, todavía salió con la certidumbre de que lo habían engañado... Pero llevaba un montonal tan grande de billetes y pesos fuertes de lata que pronto lo echó al olvido.
La costumbre llevole al mercado y allí se le antojó comprar unos aretes y unos cortesitos de etamina muy floreada para su siñora, así como unos percales y driles para que ésta les hiciera camisolas y calzones a los muchachos; cosas que regateó cuanto pudo, pero exhibiendo el dinero como prueba de que tenía de sobra con qué pagarlo, aunque no le guastaba que le vieran la cara de tarugo cobrándole más de la cuenta. Encargó el paquete en el puesto de papas que tenía un compadre y paisano, y se fue al mesón donde paraban los troques en busca de algún conocido.
Sólo estaban el chofer del camión en que llegase y dos amigos de poca intimidad de Las Higueras. Pero como sentía grandes deseos de mostrarle a alguien lo que era Sóstenes Bastidas cuando se disponía a ser obsequioso, invitólos a tomarse con él unas copitas de mezcal añejo del mejor que hubiera. Y así empezó la parranda.
La[url=#37831221] nocheEL TESORO DE DON SÓSTENES Arrow-10x10[/url] los sorprendió en la cantina. Y fue hasta en la madrugada que salieron de ella bien abrazados, en una extraña fraternidad los cuatro, cantando con voz aguardentosa y midiendo de cuneta a cuneta la calle, con una banda de música que no dejaba de tocar un solo momento en pos.
Cuando por tener que partir para San Ignacio, el chofer y los otros lo abandonaron luego de entonar el estómago en el mercado con un plato de menudo, Sóstenes se encontró a su fiel amigo de El Limón, convidándole de todo corazón a seguirla. El compadre se resistía, pues no acertaba a comprender cuál de los dos iba a costear la juerga. Más, para quitarle esa preocupación de la cabeza, Sóstenes sacó de su bolsa un rollo de billetes de banco y, después de pagarle los tres pesos que le adeudaba, le regaló de amigo y para que se fuera enterando de quién era Sóstenes Bastidas, otros cincuenta duros.
La siguieron todo el día. Pero en vano intentó el compadre hacerle confesar a Sóstenes el origen de aquel dinero. A pesar de estar borracho, una cautela felina le hacía callar lo que no debía decirse.
- ¿Tú eres mi amigo? - le preguntaba, abrazándole.
- Seguro, vale...
- Enton's no me preguntes.
La noche los sorprendió en un prostíbulo. Y la madrugada de nuevo en la calle, con una mujer de la vida alegre por cada lado, una mulita o pequeña botella de buen mezcal en la mano y tres bandas de música detrás para que no dejasen de tocar ni un solo instante. Entrada ya la mañana, alquilaron autos para toda la comitiva y se fueron a pasear al camino de[url=#86760435] VillaEL TESORO DE DON SÓSTENES Arrow-10x10[/url] Unión... Cuando regresaron era ya casi de noche, y apenas podían tenerse en pie del sueño, el aguardiente y cansancio; por lo que decidieron hacerse llevar al mesón, en donde durmieron pesadamente hasta el amanecer del otro día.
Entonces Sóstenes se esculcó los bolsillos sacando todo el dinero que le quedaba. Dióselo a contar a su compadre, que era mejor matemático que él, y salieron ochenta y nueve pesos y cuarenta y cinco centavos. Se echaron de nuevo a la calle. Y para curarse la cruda, abordaron nuevamente una cantina, donde volvieron a contratar música y reanudaron la parranda.
Poco después de ese anochecer tuvieron un pleito con otros bocantes por causas baladíes, y como hubiese en él botellas rotas y cabezas averiadas, cargaron los cuicos con ellos a la Jefatura de la Policía, en donde Sóstenes se insolentó ofendiendo al comisario, y tuvo que poner siete pesos su compadre para completar el importe de la multa.
¡Qué gran parranda!
Cuando en la mañana del otro día despertaron, Sóstenes se hallaba físicamente deshecho.
Pero, ¡eso sí!, ya sabían en el puerto y sus amigos de El Limón y Las Higueras quién era él gastando dinero... Lo único que se le ocurría deplorar era no haber tenido a tiempo la precaución de comprarse una pistola antes de dar cuenta del dinero. Aunque todavía le quedaban en su casa onzas bastantes para ello.
Pidióle ocho pesos prestados a su compañero y tomó el troque para La Mora.
- ¿Siempre te lo ferearon? - le preguntó su mujer al verlo llegar.
- ¡Pos, ¿luego?...!
- ¿Y on tán, pues, las jolas?
- Las gasté, pues, con los amigos - respondió él con la mayor naturalidad del mundo -. Tenea que inseñarle a mi compa Ines y unos cuates de Las Higueras quién es Sóstenes Bastidas... - Y terminó ofreciendo el paquete -: Ai les merqué esas hilachas a ti y a los muchachos.
Ni por asomo se le ocurrió a la mujer reprocharle aquel dispendio. Todo lo que su marido hacía, bien hecho estaba. Además había tenido la galantería de acordarse de ella comprándole aquellos trapos, y nunca hubiera esperado de él mayores atenciones.
Nuestro hombre se introdujo, menos desconfiado ya, en el jacal, a fin de desenterrar el bote y ver lo que quedaba en él. Contólo trabajosamente; eran veinte onzas. Las hizo un atado en el pañuelo y volvió a metérselas en la cintura por dentro de los pantalones. Aquella[url=#88362634] nocheEL TESORO DE DON SÓSTENES Arrow-10x10[/url] se fue a las labores llevando el palote. Pero en vano revisó si quedaba más dinero enterrado junto a la mora.
Cuando al día siguiente se dirigía de nuevo al puerto con el fin de reducir a dinero circulante el oro que le quedaba, pensó por primera vez que no debía despilfarrarlo como lo otro. Y se desentendió, con descortesía, de los amigos que al llegar le salieron al encuentro.
- Antes ni las moscas se paraban a recibirme - les dijo -... Pero ¿qué tal ora?... Como lo miran a uno con jolas.
Cambió el dinero y le dieron otro montón de pesos y billetes.
Decidido a ser cuerdo, se fue a los comercios y adquirió tres hermosas frazadas de lana de dos vistas, unos carranclanes e indianitas para su vieja y una pistola con canana repleta de parque que le consiguió en buena proporción uno de los cuicos que la otra vez lo encerraron. Después decidió que aún le faltaba vestirse bien y adquirir un buen caballo. Se mercó, pues, un sombrero charro, un paliacate colorado de seda, unas botas rubias de elástico, un pantalón de caqui y una chompa de gamuza; y luego fue a ver una yegua que le informaron vendían, comprándola con todo y montura.
Vestido así y cabalgando sobre ella, sintióse tan opulento que estuvo a pique de perder su escasa cordura y volver a las andadas.
Pero, después de hacer cuentas y comprobar que le quedaban unos doscientos ochenta pesos, volvió con ellos a La Mora.
Se los mostró en un puñado a su vieja, que estaba estupefacta de verlo tan elegante y derrochador, igual que los demás vecinos. Las frazadas fueron motivo de admiración y envidia generales y de gran regocijo de su mujer y prole. El caballo y la montura despertaron también expectación y elogiosos comentario. Y no faltaron los dos vecinos que acudieron enseguida a echarle un préstamo.
Después de darle treinta pesos a uno y cincuenta al otro, Sóstenes se detuvo unos días en su casa acariciando el resto del dinero.
Hasta que una tarde pasaron por allí unos amigos de San Ignacio, y viéndole tan elegante y bien montado lo invitaron a ir con ellos.
Sóstenes tenía grandes deseos de lucir su pistola, su traje y su caballería en San Ignacio, donde vivían algunos parientes. Y se dejó tentar, tomando los doscientos pesos restantes para adherirse a la cabalgata. Por el camino compraron mezcal y, llegados a la población, no pudieron menos de contratar a unos músicos e iniciar la parranda que duró dos días.
Hasta que, acabado el dinero, Sóstenes hubo de regresar a La Mora.
Al verlo llegar, bien molido del cansancio dentro de su traje fanfarrón y sobre su yegua de brío, la mujer se asomó a las puertas del jacal gritándole:
- ¿Trujites algo pa nosotros, Sóstenes?
Y éste, sin el menor asomo de emoción y mientras se apeaba de la cabalgadura, replicó:
- Ora sí no, vieja. Se acabaron las jolas... ¡Pero ya saben en San Ignacio quién es Sóstenes Bastidas!...
Por eso entonces, tres años después, Sóstenes culpaba a la yegua y a los sarapes, desconocidos ya de tan maltrechos, de la muerte del mayor de sus hijos. Eran los testigos mudos, pero elocuentes, del atroz despilfarro de aquellos días que sólo le había dejado lo indispensable para arropar y trasladar en lomos de acémila la camposanto el cadáver del muchacho.

Circunstancia tanto más deplorable si nos ponemos a considerar que en toda la región ya nadie se acuerda de quién es Sóstenes Bastidas, fuera de él mismo.
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sahuaripa77
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Frase Célebre : Nos creen locos, hasta que encontramos algo.
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EL TESORO DE DON SÓSTENES Empty Re: EL TESORO DE DON SÓSTENES

Jue 12 Mayo 2016, 9:12 am
Excelente historia, increíble narración, tristes los acontecimientos últimos que solo dan cuenta y deberían de enseñarnos mucho sobre el uso correcto y sigiloso que se debe de dar al dinero encontrado.     
goldgone
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Voz de la Experiencia
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Frase Célebre : NUNCA TRATES DE PONER EL MUNDO A TUS PIES PON LOS PIES EN LA TIERRA
Fecha de inscripción : 21/01/2015
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EL TESORO DE DON SÓSTENES Empty Re: EL TESORO DE DON SÓSTENES

Jue 12 Mayo 2016, 2:52 pm
Agradecido compañero por su muy buena historia estas sonde las que dan ganas de leer, gracias.
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potrillo llanero
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Frase Célebre : todo cuesta en esta vida.
Fecha de inscripción : 22/02/2016
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Jue 12 Mayo 2016, 7:36 pm
muy buena historia amigo vartmaz gracias por compartir,saludos.
Charlymex
Charlymex
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Frase Célebre : Mi Señor,aun cuando yo pase por el valle más oscuro, no temeré,porque tú estás a mi lado
Fecha de inscripción : 20/09/2013
Puntos : 4743

EL TESORO DE DON SÓSTENES Empty Re: EL TESORO DE DON SÓSTENES

Lun 16 Mayo 2016, 10:35 pm
muy buena historia compañero, le dejo su +
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