Marco Polo y la moneda de papel Félix Ojeda* No se ha podido determinar con exactitud en qué época de la historia de la China surgió el papel moneda. Hay indicios de que billetes de distinta denominación ya circulaban en tiempos de la dinastía Sung. El formidable viajero veneciano Marco Polo visitó la China en 1271. Reinaba en ese entonces el emperador mongol Kublai Khan, quien al parecer dio a Polo grandes facilidades para conocer vastas regiones del país asiático. Escribió nuestro veneciano un libro, Il Millione, conocido en idioma castellano como El Libro de las Maravillas, o Los Viajes de Marco Polo. En esta obra nos ha legado algo extraordinario para la historia del dinero: hablamos de lo escrito en el capítulo XCIX ‑Libro Segundo‑ que lleva por título “De como el gran Khan imprime y obliga a utilizar papel moneda”. Esta narración de Polo es sencillamente fascinante por su estilo franco, y por sus detalles descriptivos de inmenso valor para el estudio del fenómeno monetario del pasado y el presente. En esta oportunidad queremos compartir con nuestro amigo lector el citado capítulo, y que nos perdone el gran Marco Polo por la osadía de intercalar entre corchetes en su texto, algunos comentarios que estimamos de interés para el ciudadano de hoy. Contaba Polo que “La Ceca del Gran Señor se encuentra en esta ciudad de Cambaluc [actual Pekín]; y obran allí de tal forma que se puede decir que el Gran Khan está en posesión del secreto de la alquimia, tal como ahora os mostraré. Para fabricar su moneda envían a unos hombres para mondar la corteza de un tipo de árboles que nosotros llamamos moreras y ellos gelsus, con los que los gusanos hacen seda comiendo de sus hojas; y hay allí tal cantidad de estos árboles que todos los campos están llenos de ellos. Cogen una capa de la corteza que es muy fina y está situada entre la monda exterior, más espesa, y la madera, que es de color blanco; de esta delgada película elaboran unas hojas, similares al papel de algodón, aunque son negras por completo. Y una vez hechas las hacen cortar así: la más pequeña vale entre ellos la mitad de un pequeño tornés; y la siguiente, algo mayor, un tornés; la que le sigue, que es más grande aún, vale medio doblón de plantas de Venecia; la superior un doblón de plata, la otra dos, la otra cinco, la otra diez doblones, la siguiente un bizancio de oro, la que le sigue dos de éstos, y la siguiente aún tres bizancios, continuando así hasta llegar a diez bizancios de oro. [El tornés, el doblón y el bizancio fueron monedas occidentales metálicas de gran circulación en los tiempos de Polo. Para esta época los europeos no conocían todavía el papel moneda; la sorpresa y la curiosidad del joven Marco al ver por primera vez los billetes negros de los chinos deben haber sido muy grandes. Pasemos ahora de la fabricación a la impresión]. En todas estas hojas se imprime el Sello del Gran Señor, sin el cual nada valen; y están fabricadas con tantas garantías y formalidades como si se tratase de plata u oro puro. [Las monedas de estos metales tan valiosos se pesaban y acuñaban en Europa procurando gran exactitud y nitidez, respectivamente]; pues muchos funcionarios, nombrados al efecto, escriben su nombre en cada billete poniendo en él su marca personal; y , en cuanto lo han hecho, su jefe, delegado para ello por el Señor, moja en cinabrio [solución de sulfuro del mercurio natural] el sello que le tienen confiado y lo estampa en el billete; así, la forma del sello, humedecido en cinabrio, queda impresa; a partir de este momento la moneda ya es válida [observe el lector las varias precauciones que se tomaban para asegurar la autenticidad y legalidad de los billetes: diversas marcas personales ‑¿se conocían entre sí quienes estampaban dichas marcas?‑, sello, tinta indeleble de cinabrio, y un funcionario especial que tenía a su cargo la custodia del sello. Seguramente se vigilaba la tinta y había otras refinadas garantías, que por razones obvias fueron mantenidas en secreto frente al forastero, nuestro carissimo signore M. Polo. Pero Kublai no se conformaba con seguridades técnicas para su moneda. Volvamos al texto del veneciano]; y si alguno intentaba falsificarla, imitándola, sería castigado con la pena capital, así como sus descendientes hasta la tercera generación. Diferentes marcas se imprimen en ellos, según el destino de cada billete [¿Se refiere el autor a las distintas ciudades que recibían los billetes enviados desde Cambaluc?]. Y hace fabricar el Gran Khan tan enorme cantidad de esta moneda que puede pagar con ella todos los tesoros del mundo sin que nada le cueste. Confeccionados estos papeles, tal como os he dicho, hace con ellos todos los pagos [Como sabemos, el Estado contemporáneo emite su propia moneda y con la misma nos paga los bienes y servicios que le vendemos]; y así los distribuye por todas las provincias, reinos y países de los que es amo y señor; nadie se atreve a rechazarlos, pues le costaría la vida. [Tenemos aquí la institución monetaria denominada curso forzoso, que significa que la moneda de papel es de circulación obligatoria, que los súbditos o ciudadanos debemos aceptar billetes obligatoriamente, tanto en calidad de medios de cambio como de medios de pago] y nadie, aunque proceda de otros reinos, puede utilizar otra moneda en todos los territorios del Gran Khan [En esta última idea está implícita la política que los economistas llamamos control de cambio: los comerciantes extranjeros que llegaban a la China debían cambiar ‑vender‑ su moneda, metálica por cierto, al emperador. Este obtenía monedas de oro y plata que pagaba con billetes negros de papel moneda. Este dinero imperial de papel era de curso legal, es decir que era la moneda que el Estado autorizaba a circular en su territorio, con exclusión de cualquier otra clase de moneda]. Por otra parte todas las gentes y comunidades que viven bajo sus leyes aceptan de buen grado como pago estas hojas; pues por cualquier sitio donde vayan pueden hacer con ellas todos sus pagos; tanto para las mercancías corrientes como para las perlas, piedras preciosas, plata, oro o cualquier otra cosa que se lleven, compren o vendan, cualquiera que sea el valor de lo adquirido, como si en realidad utilizasen moneda de oro o plata. Y aún añadiré que son tan ligeras estas hojas que la que vale diez bizancios no llega a pesar uno siquiera. [El valor nominal de una hoja de diez bizancios es una cifra impresa en la misma, la cual representa, en la circulación monetaria, a una cierta cantidad de oro. Un bizancio es el nombre que por comodidad se daba a un cierto peso fijo de oro. El valor intrínseco de cada billete, del cual Polo no nos dice nada, era naturalmente muy bajo, ya que, al igual que hoy, la cantidad de trabajo social empleada para producirlo era sumamente pequeña. El papel moneda del emperador, como el de nuestros días, se mantenía en circulación gracias a que su valor intrínseco era significativamente inferior a su valor nominal. La ley económica que permitía esto se conoce como ley de Gresham [1]. Dice esta ley que el dinero de mayor valor, o dinero bueno, es sacado de la circulación monetaria por el dinero de menor valor o dinero malo; o sea que el papel moneda imperial no corría peligro de ser sacado de circulación por las monedas de oro y de plata, siempre y cuando la emisión de dicho papel no fuese excesiva en relación con la cantidad de oro realmente necesaria para hacer circular las mercancías de acuerdo con la ley del valor. A mis exalumnos de la asignatura “El Dinero en la Sociedad Moderna” les pido no olvidar que la ley de Gresham no es más que una forma fenoménica de la ley del valor.] Muchas veces al año llegan numerosos mercaderes, de la India o de otras regiones cargados de perlas, piedras preciosas, oro, plata y tejidos de seda y oro, y se los ofrecen al Gran Señor. Y éste, llamando a doce hombres expertos y escogidos para controlar estos negocios, muy hábiles en su oficio, les ordena que examinen con cuidado aquellas mercancías, pagándolas a continuación en el valor que estimen conveniente. Los doce peritos, tras examinarlas y valorarlas, abonan a los comerciantes que las han traído lo que consideran su justo precio mediante las hojas de papel que antes dije. [Ya que el Estado imperial actuaba como un comprador monopolista ‑monopsonista‑, lo más normal era que el precio pagado por los peritos era más bien injusto, es decir, un precio inferior al precio de libre competencia teórico.] Y los mercaderes las aceptaban gustosos, pues saben que ningún otro les daría tanto [Creemos que Polo decía esto sinceramente pero estaba equivocado, recordemos que Kublai era un dictador feroz. ¿Quién se hubiera atrevido a ofrecer un precio superior?]; y además porque reciben dinero contante y pueden cambiarlo inmediatamente por cuantas cosas quieran adquirir, tanto en aquel lugar como en cualquier otro que esté dentro de los territorios del Gran Señor. Además esta forma de pago es más ligera que ninguna otra y se puede transportar por los caminos con toda facilidad [¡Más ligera es la transferencia de depósitos bancarios por vía electrónica!]; y puedo aseguraros sin faltar a la verdad, que muchas veces al año estos comerciantes traen mercancías por valor de más de cuatrocientos mil bizancios de oro; el Gran Señor compra cada año el equivalente a infinitas sumas de dinero y todo cuanto compra lo hace pagar con estas hojas que le cuestan poquísimo, tal como habéis oído, prácticamente nada [Nos viene a la mente que los Estados contemporáneos financian inmensos arsenales de armamento de toda clase, emitiendo cantidades excesivas de papel moneda a un costo ínfimo. La inflación de papel moneda que inevitablemente sobreviene desvaloriza el dinero; los salarios, sueldos y otras formas de renta disminuyen en términos reales. En otras palabras: la otra cara del gran negocio de la producción bélica es el menor nivel de vida de los trabajadores. Cuando termine la guerra que comenzó el 16 de Enero de 1991, se requerirá de más papel moneda inflacionario para financiar la reposición de la armas destruidas en los combates. ¡Habrá más inflación! Para suavizar los efectos devastadores de ésta sobre sus economías, los países que son grandes compradores de petróleo procurarán a toda costa que el precio de ésta sea lo más bajo posible]. Además, varias veces cada año, circula un edicto por la ciudad de Cambaluc según el cual todos cuantos tienen piedras preciosas y perlas, o metales de oro y plata, deben llevarlos a la casa de Monedas del Gran Señor, lo que hacen gustosos; llevan incontable cantidad de estas riquezas, y todos reciben su pago en estas hojas, sin mayor dilación. Así el Gran Señor posee todo el oro y plata y perlas y piedras preciosas de la totalidad de sus tierras [El Khan imponía pues, la venta forzosa del oro y la plata a su pueblo, tal como lo han hecho muchos bancos centrales en nuestro tiempo. Mediante esta medida, el emperador ejercía un poderoso control sobre la vida de las personas y la riqueza. El papel moneda contemporáneo es sin duda una institución económica que oculta una potente relación de poder, altamente desventajosa para la inmensa mayoría de los ciudadanos de los Estados de la actualidad]. También es importante que sepáis que quien tiene algunas de estas hojas y las conserva durante tanto tiempo que se desgarran y se estropean, aunque su material es muy duradero, llevándolas a la Ceca real se las cambian por otras nuevas y limpias [Los bancos centrales de hoy también sustituyen el papel moneda desgastado por billetes nuevos]; aunque el Tesorero se queda con un tres por ciento de la cantidad canjeada. [Este porcentaje financiaba seguramente el costo de producción de los billetes, gastos administrativos y burocráticos, y quién sabe si algún otro gasto imperial ajeno a las actividades de la Ceca]. También es curioso saber que si algún hombre desea comprar oro, plata, perlas o piedras preciosas para hacerse una vajilla, un cinturón u otros valiosos objetos, yendo a la Ceca del Gran Señor con algunas de estas hojas las entrega en pago del oro o la plata que adquiere del Guardián de la Moneda. En resumen, nunca se paga con oro o plata; y tanto los ejércitos como los funcionarios perciben sus salarios en esta moneda de papel, de la que el Señor [como los Estados de la actualidad] pueden tener siempre tanta como quiera. Con esto ya sabéis la forma y razón por la que el Gran Señor ha llegado a reunir un tesoro mayor que el de ningún otro hombre en el mundo. Y aún añadiré que todo los Señores de la tierra, conjuntamente, no poseen tantas riquezas como el Gran Khan por sí solos. Y como ya os he hablado y explicado detalladamente lo que hace el Gran Khan para convertir en moneda los papeles, hablaremos de los grandes señoríos a los que se llega desde la ciudad de Cambaluc”. El texto de Polo ha sido tomado del libro Los Viajes de Marco Polo, Editorial La Oveja Negra, Bogotá, 1986. [1] Thomas Gresham (1519-1579) fue asesor financiero y politico de Isabel I de Inglaterra (1558-1603).
*Doctor en Economía (Universidad de Berlín), miembro del Dpto. de Ciencias Económicas y Administrativas.
Universalia nº 5 Sep-Dic 1991 |