- Pedro CantúAdmin
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Saltillo, tierra de fortunas.
Mar 24 Nov 2009, 1:41 pm
.
Dicen que nunca hay que buscar lo que no se ha
perdido, pese a ello, el equipo de investigación de
Semanario salió en busca de algún tesoro escondido y encontró las siguientes historias…
“Los Sánchez Navarro si tenían dinero era porque lo cuidaban,
entonces no iban a andar escondiendo dinero donde quiera no, no, no y,
sin duda, cuando ellos optaron por sentar sus reales en la Ciudad de
México, después de la guerra contra los franceses en la época de
Juárez, pos se llevaron su dinero, no lo iban a dejar, en pocas
palabras han de haber sido medio tacaños y cuidadosos de sus centavos”,
difiere el historiador Lucas Martínez Sánchez.
Pero hay
quienes insisten en que “donde lloran, está el muerto”, así lo piensan
los buscadores de tesoros que, guiados por la ambición y atraídos por
la leyenda, se han aventurado en pos de un caudal que los hará
millonarios.
“Y eso ha motivado que se hayan destruido muchas
construcciones, tú te encuentras ranchos antiguos, ruinas de haciendas,
totalmente vandalizados porque hay gente que cree que va a encontrar,
lo que no perdió, por la crisis, piensan encontrarse la lotería”,
lamenta, empero, Martínez Sánchez.
“Donde lloran, está el
muerto” y lo saben quienes gozan de contar y escuchar historias de
aparecidos en las frías noches de invierno o cuando se va la luz.
“Creo
que ha sido más la leyenda la que ha rodeado a un buen número de
edificaciones antiguas nuestras, ya cobran un sabor de leyenda y nos la
creemos. Hay quienes me dicen que todavía buscan en la Sierra de la
Paila el tesoro de los Insurgentes”. reafirma Lucas Martínez.
Semanario
salió a la calle para buscar las historias perdidas sobre fantasmas y
bolas de lumbre que señalan el sitio exacto donde – se rumora – hay o
hubo dinero enterrado.
“Cuando a mí me preguntan si hay
tesoros escondidos en Coahuila digo ‘pues puede haberlos, pero no de
épocas muy antiguas donde el circulante era poco y había poca gente.
Fue en el proceso de la Revolución donde había ya mucho más población y
se manejaba mucho dinero, y donde alguien pudo asaltar y trasladar
algunos cajones de lámina y madera a otro lugar y esconderlos...”.
Un tesoro en la loma
Hablan
las viejas consejas de un señor llamado don José Meléndez, que hace mas
de 50 años llego a vivir, nadie sabe de dónde, a la calle de Morelos,
por el rumbo del centro y justo en las faldas de una loma hoy
convertida en callejones serpenteados y de largas escalinatas. El tal
don José, que más bien parecía de cuna humilde, había ocupado a una
palomilla de chiquillos del barrio para que le ayudaran a rebajar la
loma a nivel de la calle y así comenzar a echar los cimientos de la que
sería su casa.
Con los días y cuando los niños habían sacado
bastante tierra revuelta con almendrilla el hombre, quien se cree vio
algo extraordinario, hizo parar los trabajos y despachó a los párvulos
para sus casas sin dar razones. “Hasta aquí, ya váyanse,
¡¡¡váyanse!!!”, les dijo y los niños pegaron la carrera.
Semanas
más tarde, la gente del lugar miró con extrañeza cómo aquel hombre de
fachada humilde hacía construir en lo alto de la loma una gran casa de
dos plantas, lujosa para aquella época y que contrastaba con las chozas
de aquel barrio pobretón.
De pronto el señor cayó en cama
víctima de una rara enfermedad. Cuidado por su esposa, visitó a los
médicos más renombrados que hubo en Saltillo por aquel entonces, pero
nadie pudo dar con la raíz de aquel mal.
Hasta que un día, al borde de la desesperación, don José trajo hasta su casa a un curandero de tierras neoleonesas.
“Tú
te hallaste algún dinero ¿verdad?”, le preguntó el brujo apenas lo tuvo
frente a él. “No”, dijo tajante don José, pero el curandero repuso con
más energía “Sí, tú agarraste dinero”.
El vidente le pidió
entonces que trajera siete monedas de las que don José, se supo más
tarde, había sacado de la loma con ayuda de los niños, las metió en un
platón con agua, meneó varias veces el platón e hizo beber al enfermo
de aquel caldo.
A los pocos días don José recobró la salud. El rumor del tesoro encontrado se esparció como un río por la calle de Morelos.
Y
cuando la gente, que en noches de luna llena había visto en la cima de
la loma al fantasma de la mujer blanca, preguntaba a la esposa de don
José sobre los destinos de aquellos caudales, ésta sólo se limitaba a
responder “nos los quitó el Gobierno”.
El tesoro de Sixta
Parece
como si a doña Sixta la memoria se le hubiera fugado por un agujero.
Ella ya no recuerda si tuvo hijos, tampoco quiénes fueron sus padres y
si alguna vez vivió la infancia. Pero lo que a Sixta, mujer centenaria
de baja estatura y morena piel, no se le puede olvidar es que hace 25
años un hombre desalmado le robó su tesoro.
Cuentan, quienes
la conocen bien, que por aquel tiempo Sixta tenía una vaca de la que se
mantenía, vendiendo entre los vecinos la leche que ordeñaba todos los
días al despuntar el alba.
Cierta mañana en que doña Sixta
encaminaba a su vaca hasta la orilla de un arroyo, que aún colinda con
el corral de su casa en la colonia El Mirador, vio con asombro que una
de las patas traseras del animal se sumía en un gran hoyo oculto entre
la yerba.
La anciana, que hasta entonces no había presenciado cosa semejante, decidió no dar importancia al suceso.
Pero
otra mañana, cuando hubo terminado la ordeña y mientras conducía a la
vaca hacia su remanso, Sixta vio otra vez cómo una de las patas
traseras de la bestia volvía a sumergirse en aquel agujero que cada vez
se hacía más grande.
Presa del susto, una tarde Sixta mandó
traer hasta su casa a un señor que – dice la gente de por aquí – tenía
algún don sobrenatural.
“Aquí hay algo escondido”, sentenció
aquel señor y de inmediato Sixta y él se pusieron a excavar con ímpetu
y azadón en mano dentro del pozo.
Cayó la noche, el hombre
sugirió entonces dejar las herramientas para irse a descansar y
continuar con la faena al amanecer del día siguiente. Sixta entró a su
casa, él se quedaría a dormir en un rincón del corral.
Al
canto de los gallos la mujer se levantó de la cama, preparó café y
salió al corral. Cuál sería su sorpresa que en los límites del arroyo
encontró cavado en la tierra un gran agujero, a un lado brillando unas
monedas de oro y más allá abandonadas unas alforjas, el hombre había
desaparecido.
“Viejo méndigo, se llevó el dinero, el dinero
antiguo que sacó”, dice Sixta cada vez que a su cabeza enmarañada
vuelve el vago recuerdo de su tesoro perdido.
El fantasma del tesoro
Por
las polvorientas y solitarias calles de la colonia Libertad, en La
Aurora Coahuila, cabalga una oscura leyenda sobre la existencia de un
tesoro enterrado en los márgenes de lo que antes era el antiguo camino
de Los Pastores, que iba de Saltillo hasta el llamado Paso del Águila,
rumbo a la salida a Monterrey.
Los pobladores de este
andurrial, que en otros tiempos fue la Hacienda de Los Molinos y el
lugar en el que el conquistador Juan Navarro estableció el molino
hidráulico más grande de América Latina, aseguran haber visto durante
las negras y neblinosas noches de invierno figuras fantasmales y bolas
de fuego que señalan el sitio exacto del caudal.
En este
sitio es posible observar cavados a flor de tierra varios agujeros
circulares hechos, se presume, por buscadores de oro atraídos por esta
leyenda.
Esta historia fantástica que ha sobrevivido por
generaciones enteras, sugiere que en tiempos de la Revolución los
grupos de rebeldes y bandos de militares que pasaban por aquí escogían
este paraje, adornado por aquellos años con grandes huertos de álamos y
nogales, para esconder sus tesoros que eran trasladados en recuas de
mulas.
Muchos han sido los gambusinos que, venidos de todas
partes, han intentado, usando detectores de metal o varas de cobre o
palma, dar con el dichoso tesoro sin que, al parecer, nadie lo haya
conseguido.
Entre tanto, cada vez es menos la gente que
durante las frías noches de invierno se atreve a pasar por aquí,
temiendo encontrarse – dicen – con el fantasma del tesoro.
Confidencias de oro
A
don Juan Bustos Mendoza no le da ni tantito escalofrío contar que su
padre Domingo platicaba con un ser de otro mundo, sentado a la sombra
de una palma, cuyos vestigios sobreviven a la vera del antiguo camino
real que pasaba por la colonia Libertad hasta la Villa de Arteaga.
“Era
un señor que llegaba de repente y le decía: ‘fíjese que donde está
usted sentado hay un tesoro’. Mi papá era medio escéptico y decía ‘no,
qué va a haber un tesoro aquí’”.
La aparición ocurría siempre
a eso del mediodía cuando Domingo, el papá de Juan, dedicado a la
siembra y el pastoreo de vacas y cabras, se postraba para guarecerse
del sol en la raíz de una de esas palmas samandocas que sus antepasados
habían plantado por aquellos lugares.
“Mi papá decía ‘yo no
le creo, el señor llega de repente, no sé de dónde...’”. A lo lejos los
ojos atónitos de Guadalupe Mendoza, la esposa de Domingo y madre de
Juan, observaban a los dos conversadores .
“Y le decía mi mamá a mi padre ‘lo que tú no sabes es que este señor aparece y desaparece en medio del solar’”.
El
relato pasó de boca en boca, sin que hasta ahora nadie haya tenido la
osadía de buscar el tesoro, atemorizados por el ruido de cadenas que
entrada la noche suele escucharse en este lugar.
“La gente sabe que aquí hay algo, sólo hasta que vengan los fraccionadores con sus máquinas y levanten todo”, suelta don Juan.
Buscan do el tesoro perdido
Guiados
por Ignacio García Lara, miembro de un equipo de investigadores de lo
paranormal, es que una tarde de otoño salimos en busca de algunos de
los sitios en los que – dice la gente de antes –, se han encontrado
enterrados jarros o cofres llenos de monedas de oro.
A bordo
del automóvil de García Lara, quien lleva ocho años de experiencia en
el estudio de lo sobrenatural, nos adentramos en las inmediaciones de
lo que hasta hace poco fueron los terrenos de la Hacienda El Álamo,
edificación de la que hoy sólo quedan las ruinas de una torre vieja.
Justo en ese lugar, se cree, unos gambusinos sacaron un cofre del
tamaño de un cajón de reja que contenía un tesoro.
El equipo
de investigación paranormal había seguido por meses el rastro de estos
caudales, hasta que una noche, cargados con sus detectores de metales,
decidieron ir a buscarlos. Ignacio García cuenta que al llegar al lugar
encontraron, rodeado de una montaña de tierra suelta, un agujero al
lado de la torre. Alguien se les había adelantado.
“Se
acercaron unos niños y nos comentaron que la noche anterior, unos
hombres de una camioneta se habían llevado de aquí un cajón. Nos lo
ganaron”, lamenta García.
Pardeando la tarde la emprendemos
con este investigador hasta el famoso Puente Moreno, lugar en el que
hace 37 años ocurrió el trenazo que enlutó a cientos de familias
saltillenses, y en donde, se rumora, hay algún dinero escondido.
Antes
damos un leve recorrido por la Colonia Nueva Jerusalén, en cuyos
terrenos, que hace algunos años fueron manchones de palmas, se han
localizado, juran los vecinos, varios jarritos de barro con monedas de
oro.
“De hecho se cree que con este dinero se construyeron algunas casas y hasta un templo evangélico”, relata Ignacio García.
Minutos
más tarde estamos en Puente Moreno, justo en el sitio de las cruces.
Ignacio García narra que hace algunos meses vino hasta aquí con el
equipo de investigación, movido por el rumor de que aquí seguían
enterrados los cuerpos de algunos muertos que dejó la tragedia de 1972.
Lo
único que Ignacio y sus compañeros encontraron escondidos entre la
tierra, fueron cinco estatuillas de la Santa Muerte volteadas de cabeza
y unos frascos transparentes que encerraban fotografías de personas.
“Sí,
teníamos la idea de que aquí había amarres y trabajos de hechicería”,
dice mientras muestra con una mano una de las estatuillas y sostiene
con la otra uno de los frascos que ha vuelto a desenterrar.
Luego
nos conduce por un camino de cascajo hasta el pie de un cerro, en cuyas
faldas se avistan las ruinas de lo que en otro tiempo, parece, fue una
estación de ferrocarril.
Mientras escalamos por la loma
resbaladiza para llegar hasta estos vestigios, Ignacio platica de un
anciano que le habló de la existencia de un tesoro escondido en las
paredes o el suelo de esta construcción plagada de agujeros que, se
piensa, han dejado a su paso por aquí otros gambusinos.
Muchas noches Ignacio vino hasta este lugar para rastrear el tesoro con su detector de metales, pero nunca logró dar con él.
“Dije ‘chin otra vez me lo ganaron’ y me acordé de mi abuelo que siempre decía, ‘no busques, lo que no has perdido’”.
La relación
Cuenta el historiador Arturo Berrueto González de un alcalde
saltillense, que agobiado por las deudas del Ayuntamiento se lanzó en
busca de una relación, como antes se conocía a los tesoros, que se
rumoraba, estaba enterrada en algún rincón de la Presidencia Municipal.
Después
de platicarlo con su tesorero, hombre de todas sus confianzas, se dice
que el tal alcalde mandó cerrar un domingo las puertas del edificio, y
ambos comenzaron entonces la faena de escarbar por los pasillos y salas
de la presidencia.
“Vamos a buscar esa relación para salir de estos adeudos”, dijo el funcionario.
Entrada
la noche y después de cavar horas enteras, el alcalde y su empleado
dieron por fin con una caja de madera metida en un hoyo.
Alcalde
y tesorero pegaron brincos de contento y al abrir la caja se dieron
cuenta de que efectivamente había dentro una relación, pero una
relación de nóminas pendientes de pago.
Decepcionados los
hombres volvieron el cajón al lugar en el que todavía se cree está
enterrada la relación, en espera de que otro gambusino la encuentre.
Un tesoro para cien años
Entre
los viejos de antaño solía circular una leyenda sobre un gran tesoro
enterrado en las entrañas del cerro de La Cabrita, ubicado por el rumbo
de la colonia Lomas de Lourdes.
El caudal, se decía, había
sido escondido en este sitio por un grupo de bandoleros que en tiempos
de la Revolución se dedicaron a asaltar las recuas de mulas que pasaban
por Saltillo, procedentes de San Luis Potosí, México y Monterrey,
cargadas de barras de oro y otros objetos valiosos.
Aquel
tesoro era de tal inmensidad que, se aseguraba en aquel entonces,
bastaba para mantener a Saltillo y sus habitantes por más de cien años.
La ambición por encontrar esta riqueza fue tal, que incluso buscadores
de tesoros venidos de España realizaron incursiones en este lugar para
buscar el tesoro de los bandidos, sin que hasta hoy nadie haya logrado
encontrarlo.
Don Arturo Carrillo Arreola, rostro moreno y
surcado por los años, es uno de tantos saltillenses que se han
aventurado a explorar el Cerro de La Cabrita en pos del codiciado oro.
“A mi nuca me gustó que me contaran, siempre me iba a desengañar”, dice.
El
hombre, que hoy carga 86 años sobre sus espaldas, relata que siendo muy
joven salió de excursión con un grupo de 18 muchachos a La Cabrita.
Después de andar y arrastrarse por veredas que a ratos parecían
inaccesibles, lo único que hallaron fue un antiguo comal de barro, unas
latas vacías de salmón y, en torno del cerro, muchas excavaciones.
“Mas
nunca sacamos nada y creo que nadie jamás ha podido encontrar ese
tesoro, lo han andado buscando mucho, pero dicen que el Diablo se
apodera de los tesoros y no quiere que se los quiten, no lo gastará,
pero ahí lo quiere tener”, narra don Arturo.
– ¿Y eso le da miedo? – “No, el miedo yo no lo conozco”, remata.
La Cueva de Los Lamentos
Por
los sombríos y sórdidos callejones de Saltillo corre una espeluznante
leyenda, sobre una cueva situada en algún paraje escondido en la
Carbonera, justo a orillas de la carretera 57.
Se cuenta de
esta cueva, que fue en tiempos de la Colonia el lugar donde los ricos
hacendados de lo que hoy es la Villa de Arteaga, gustaban de guardar
sus dineros y otros objetos de gran valía.
Y se dice que en
esta gruta, junto con los caudales los ricos del pueblo enterraron
vivos también a muchos niños y gente mayor, con la promesa de
interceder por la salvación de sus almas, a cambio de que se
convirtiesen en los guardianes eternos de estos tesoros.
Con
los siglos, y gracias a las historias que iban de boca en boca, este
sitio cobró gran fama, tanta que gambusinos de todas partes vinieron
hasta aquí para buscar el tesoro.
Algunos de los que
sobrevivieron a la impresión de entrar a esta caverna, juran haber sido
espantados por horribles fantasmas y lamentos desgarradores que
provenían de las entrañas de esta gruta, bautizada por esta razón como
La Cueva de los Lamentos.
Hay otros que aseguran que,
burlando a los guardianes fantasmas del tesoro, han conseguido entrar a
esta cueva y extraer algunas monedas de oro que encontraron casi a flor
de tierra.
“Porque el tesoro no siempre es dado a la persona
que lo busca, le es entregado a aquel que el espíritu cree que le puede
ayudar”, dice don Gilberto Castillo,
El mapa del tesoro
Ésta
es la ruta trazada por las consejas de tesoros escondidos en Saltillo y
que los historiadores y aficionados del género literario de la leyenda
han dado por ciertos. ¿Listos para la excursión?
1.Camino de
Los Pastores, en la Colonia La Libertad. La Aurora, Coahuila. Se cree
que en este sitio, antiguo asentamiento de la Hacienda Los Molinos, que
fue propiedad de Don Juan Navarro, están escondidos los tesoros dejados
por los revolucionarios villistas llegados a Saltillo en 1913 y que
hicieron paradero en este lugar, hoy de gran valor histórico. La gente
de por aquí cuenta sobre la aparición de fantasmas y bolas de fuego.
2.Esquina
de las calles de Antonio Cárdenas y Pedro Aranda. Colonia Bellavista.
Se dice que en este lugar, donde hace años se iba a construir la tienda
comercial Astra de Monterrey, tres albañiles encontraron el tesoro del
General Santa Ana, compuesto por varias carretas con barras de oro y
plata que los norteamericanos le habían regalado al usurpador, luego de
la separación de México y Texas. Se rumora que el tesoro fue sepultado
en este sitio que, tras el saqueo, lució abandonado hasta hace algunos
años.
3.Sierra de las Bayas. Se piensa que en este paraje
están enterrados los tesoros del bandolero Tomás del Raso, que a mitad
del siglo XlX se dedicaba a asaltar los caminos y, se se cree, guardaba
aquí los objetos robados. Las leyendas hablan también de que en una
noria de este lugar están ocultos los valiosos objetos religiosos
robados por revolucionarios de algunas iglesias.
4.Cueva de
los Lamentos. La Carbonera. Cuenta la gente que este lugar fue elegido
por los ricos de Arteaga para guardar sus tesoros. Se dice que aquí
fueron enterrados los cadáveres de muchos niños, cuyos espíritus se han
convertido en los guardianes de este caudal. La cueva debe su nombre,
precisamente, a los lamentos de estos espíritus que se oyen desde el
interior.
5. El Cerro del Medio. Hay quienes aseguran que en
una cueva de por aquí hay los tesoros en barras de oro que en épocas
remotas guardaron los indios nativos de estos lugares.
6.
Hacienda de Santa María. Aquí, donde los lugareños juran haber visto
apariciones, se cree que está depositado el tesoro que traían los
Insurgentes encabezados por Hidalgo y Allende.
7. Esquina de
Hidalgo y Adalberto Guillén. Se rumor que aquí donde antes hubo una
antigua casona de adobe, que fue derribada para construir unos
departamentos, se encontró un gran tesoro y hay quienes aseguran que
todavía hay dinero enterrado aquí. La gente cuenta del fantasma de un
carruaje luminoso que sale del Colegio Nicolás Bravo, pasa por la
Escuela Miguel López y se incrusta en este lugar.
8. La Casa
de la Rinconada. Esquina de Hidalgo y Múzquiz. En este lugar, que fuera
propiedad del señor Roberto Flores y del que solamente queda un patio,
hay enterrada una relación. Los vecinos de por aquí hablan de visiones
de aparecidos y bolas de lumbre.
9. Esquina de las calles
Allende y Victoria. De acuerdo con algunos historiadores, esta casa
podría ser la depositaria de un cuantioso tesoro, por haber funcionado
en otras época como el centro financiero de los Sánchez Navarro, una de
las familias más ricas del Noreste de México.
10. Museo de la Angostura. Los historiadores sugieren que en esta
casa de la calle de Hidalgo, cuya construcción data de cerca de 400
años, se esconde un tesoro metido en sus pisos o paredes de adobe de
gran grosor.
11. Museo Universitario. En este lugar, que
fuera una de las sedes de la familia Purcell, se rumora podría haber
algún caudal escondido en algún sótano o pasadizo secreto.
Manual del Gambusino
Éste es sólo un leve compendio de lo que todo buen gambusino debe saber antes de salir a buscar un tesoro.
1.
Evitar actitudes de envidia y ambición desmedida o de lo contrario se
corre el riesgo de que el tesoro se mueva de lugar o se convierta en
carbón o cenizas.
2. En la búsqueda del tesoro deben participar sólo tres hombres.
3.
La operación de búsqueda debe realizarse únicamente en Semana Santa,
porque se cree que el diablo está apoderado del tesoro escondido y no
quiere que lo saquen.
4. Hay dos formas de localizar un
tesoro. Una mediante el uso de un detector de metales, la otra y más
eficaz, es lo que antiguamente se conoce como 'echar las varas'.
5.
Esto consiste en que el gambusino consiga dos tramos de bronce o cobre,
cuya medida sea de 30 centímetros cada uno. Las varas pueden
construirse también de palma samandoca.
6. Estas varas deben ser rociadas con agua bendita mientras se reza alguna oración.
7.
Una vez en el lugar donde se va buscar el tesoro uno de los
participante debe tomar las varas con ambas manos entre los dedos medio
e índice, mientras camina lentamente hacia el frente, dando pasos
cortos y rezando la oración de San Juan que se halla en el Libro de San
Cipriano.
8. Se debe encender un cirio bendito al lado donde se sospeche o se tenga la seguridad de que hay algún tesoro enterrado.
9. El lugar debe ser regado haciendo cruces con una agua llamada de Siete Iglesias.
10. Quien lleva las varas sigue caminando con pasos cortos y rezando la oración de San Juan.
11.
Al percibir la energía de objeto enterrado las varas se enterrarán en
ese lugar, ésta es seña inequívoca de que ahí se debe escarbar. En el
caso de que se hayan usado varas de palma se observará que éstas,
movidas por la energía, tenderán a encontrarse de frente o chocar entre
sí, en el lugar donde esto ocurra los gambusinos deben proceder a
escarbar.
12. Es recomendable que mientras se excava los
buscadores deben ir rociando con gasolina y prendiendo cerillos, ello
para evitar los efectos de los gases mortales.
¿De qué se trata el libro de San Cipriano?
*
Es un libro que recoge fórmulas mágicas y que se ocupa, en buena parte,
del desencanto de tesoros, incluyendo, en muchas de sus ediciones, una
lista de tesoros del Reino de Galicia y de partes de Portugal, con
localizaciones detalladas de dónde encontrarlos
* Es
atribuido a San Cipriano de Antioquía, el santo mago por excelencia,
que vivió en el S. III D.C. y es considerado patrón de las artes
mágicas, de los hechiceros y de las brujas.
* El nombre de San Cipriano estuvo vinculado a numerosas prácticas mágicas, tanto conjuros como oraciones.
Gracias a Salvador Esquivel por el enlace.
http://www.vanguardia.com.mx/diario/noticia/semanario/coahuila/saltillo:_tierra_de_fortunas/425762
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Dicen que nunca hay que buscar lo que no se ha
perdido, pese a ello, el equipo de investigación de
Semanario salió en busca de algún tesoro escondido y encontró las siguientes historias…
“Los Sánchez Navarro si tenían dinero era porque lo cuidaban,
entonces no iban a andar escondiendo dinero donde quiera no, no, no y,
sin duda, cuando ellos optaron por sentar sus reales en la Ciudad de
México, después de la guerra contra los franceses en la época de
Juárez, pos se llevaron su dinero, no lo iban a dejar, en pocas
palabras han de haber sido medio tacaños y cuidadosos de sus centavos”,
difiere el historiador Lucas Martínez Sánchez.
Pero hay
quienes insisten en que “donde lloran, está el muerto”, así lo piensan
los buscadores de tesoros que, guiados por la ambición y atraídos por
la leyenda, se han aventurado en pos de un caudal que los hará
millonarios.
“Y eso ha motivado que se hayan destruido muchas
construcciones, tú te encuentras ranchos antiguos, ruinas de haciendas,
totalmente vandalizados porque hay gente que cree que va a encontrar,
lo que no perdió, por la crisis, piensan encontrarse la lotería”,
lamenta, empero, Martínez Sánchez.
“Donde lloran, está el
muerto” y lo saben quienes gozan de contar y escuchar historias de
aparecidos en las frías noches de invierno o cuando se va la luz.
“Creo
que ha sido más la leyenda la que ha rodeado a un buen número de
edificaciones antiguas nuestras, ya cobran un sabor de leyenda y nos la
creemos. Hay quienes me dicen que todavía buscan en la Sierra de la
Paila el tesoro de los Insurgentes”. reafirma Lucas Martínez.
Semanario
salió a la calle para buscar las historias perdidas sobre fantasmas y
bolas de lumbre que señalan el sitio exacto donde – se rumora – hay o
hubo dinero enterrado.
“Cuando a mí me preguntan si hay
tesoros escondidos en Coahuila digo ‘pues puede haberlos, pero no de
épocas muy antiguas donde el circulante era poco y había poca gente.
Fue en el proceso de la Revolución donde había ya mucho más población y
se manejaba mucho dinero, y donde alguien pudo asaltar y trasladar
algunos cajones de lámina y madera a otro lugar y esconderlos...”.
Un tesoro en la loma
Hablan
las viejas consejas de un señor llamado don José Meléndez, que hace mas
de 50 años llego a vivir, nadie sabe de dónde, a la calle de Morelos,
por el rumbo del centro y justo en las faldas de una loma hoy
convertida en callejones serpenteados y de largas escalinatas. El tal
don José, que más bien parecía de cuna humilde, había ocupado a una
palomilla de chiquillos del barrio para que le ayudaran a rebajar la
loma a nivel de la calle y así comenzar a echar los cimientos de la que
sería su casa.
Con los días y cuando los niños habían sacado
bastante tierra revuelta con almendrilla el hombre, quien se cree vio
algo extraordinario, hizo parar los trabajos y despachó a los párvulos
para sus casas sin dar razones. “Hasta aquí, ya váyanse,
¡¡¡váyanse!!!”, les dijo y los niños pegaron la carrera.
Semanas
más tarde, la gente del lugar miró con extrañeza cómo aquel hombre de
fachada humilde hacía construir en lo alto de la loma una gran casa de
dos plantas, lujosa para aquella época y que contrastaba con las chozas
de aquel barrio pobretón.
De pronto el señor cayó en cama
víctima de una rara enfermedad. Cuidado por su esposa, visitó a los
médicos más renombrados que hubo en Saltillo por aquel entonces, pero
nadie pudo dar con la raíz de aquel mal.
Hasta que un día, al borde de la desesperación, don José trajo hasta su casa a un curandero de tierras neoleonesas.
“Tú
te hallaste algún dinero ¿verdad?”, le preguntó el brujo apenas lo tuvo
frente a él. “No”, dijo tajante don José, pero el curandero repuso con
más energía “Sí, tú agarraste dinero”.
El vidente le pidió
entonces que trajera siete monedas de las que don José, se supo más
tarde, había sacado de la loma con ayuda de los niños, las metió en un
platón con agua, meneó varias veces el platón e hizo beber al enfermo
de aquel caldo.
A los pocos días don José recobró la salud. El rumor del tesoro encontrado se esparció como un río por la calle de Morelos.
Y
cuando la gente, que en noches de luna llena había visto en la cima de
la loma al fantasma de la mujer blanca, preguntaba a la esposa de don
José sobre los destinos de aquellos caudales, ésta sólo se limitaba a
responder “nos los quitó el Gobierno”.
El tesoro de Sixta
Parece
como si a doña Sixta la memoria se le hubiera fugado por un agujero.
Ella ya no recuerda si tuvo hijos, tampoco quiénes fueron sus padres y
si alguna vez vivió la infancia. Pero lo que a Sixta, mujer centenaria
de baja estatura y morena piel, no se le puede olvidar es que hace 25
años un hombre desalmado le robó su tesoro.
Cuentan, quienes
la conocen bien, que por aquel tiempo Sixta tenía una vaca de la que se
mantenía, vendiendo entre los vecinos la leche que ordeñaba todos los
días al despuntar el alba.
Cierta mañana en que doña Sixta
encaminaba a su vaca hasta la orilla de un arroyo, que aún colinda con
el corral de su casa en la colonia El Mirador, vio con asombro que una
de las patas traseras del animal se sumía en un gran hoyo oculto entre
la yerba.
La anciana, que hasta entonces no había presenciado cosa semejante, decidió no dar importancia al suceso.
Pero
otra mañana, cuando hubo terminado la ordeña y mientras conducía a la
vaca hacia su remanso, Sixta vio otra vez cómo una de las patas
traseras de la bestia volvía a sumergirse en aquel agujero que cada vez
se hacía más grande.
Presa del susto, una tarde Sixta mandó
traer hasta su casa a un señor que – dice la gente de por aquí – tenía
algún don sobrenatural.
“Aquí hay algo escondido”, sentenció
aquel señor y de inmediato Sixta y él se pusieron a excavar con ímpetu
y azadón en mano dentro del pozo.
Cayó la noche, el hombre
sugirió entonces dejar las herramientas para irse a descansar y
continuar con la faena al amanecer del día siguiente. Sixta entró a su
casa, él se quedaría a dormir en un rincón del corral.
Al
canto de los gallos la mujer se levantó de la cama, preparó café y
salió al corral. Cuál sería su sorpresa que en los límites del arroyo
encontró cavado en la tierra un gran agujero, a un lado brillando unas
monedas de oro y más allá abandonadas unas alforjas, el hombre había
desaparecido.
“Viejo méndigo, se llevó el dinero, el dinero
antiguo que sacó”, dice Sixta cada vez que a su cabeza enmarañada
vuelve el vago recuerdo de su tesoro perdido.
El fantasma del tesoro
Por
las polvorientas y solitarias calles de la colonia Libertad, en La
Aurora Coahuila, cabalga una oscura leyenda sobre la existencia de un
tesoro enterrado en los márgenes de lo que antes era el antiguo camino
de Los Pastores, que iba de Saltillo hasta el llamado Paso del Águila,
rumbo a la salida a Monterrey.
Los pobladores de este
andurrial, que en otros tiempos fue la Hacienda de Los Molinos y el
lugar en el que el conquistador Juan Navarro estableció el molino
hidráulico más grande de América Latina, aseguran haber visto durante
las negras y neblinosas noches de invierno figuras fantasmales y bolas
de fuego que señalan el sitio exacto del caudal.
En este
sitio es posible observar cavados a flor de tierra varios agujeros
circulares hechos, se presume, por buscadores de oro atraídos por esta
leyenda.
Esta historia fantástica que ha sobrevivido por
generaciones enteras, sugiere que en tiempos de la Revolución los
grupos de rebeldes y bandos de militares que pasaban por aquí escogían
este paraje, adornado por aquellos años con grandes huertos de álamos y
nogales, para esconder sus tesoros que eran trasladados en recuas de
mulas.
Muchos han sido los gambusinos que, venidos de todas
partes, han intentado, usando detectores de metal o varas de cobre o
palma, dar con el dichoso tesoro sin que, al parecer, nadie lo haya
conseguido.
Entre tanto, cada vez es menos la gente que
durante las frías noches de invierno se atreve a pasar por aquí,
temiendo encontrarse – dicen – con el fantasma del tesoro.
Confidencias de oro
A
don Juan Bustos Mendoza no le da ni tantito escalofrío contar que su
padre Domingo platicaba con un ser de otro mundo, sentado a la sombra
de una palma, cuyos vestigios sobreviven a la vera del antiguo camino
real que pasaba por la colonia Libertad hasta la Villa de Arteaga.
“Era
un señor que llegaba de repente y le decía: ‘fíjese que donde está
usted sentado hay un tesoro’. Mi papá era medio escéptico y decía ‘no,
qué va a haber un tesoro aquí’”.
La aparición ocurría siempre
a eso del mediodía cuando Domingo, el papá de Juan, dedicado a la
siembra y el pastoreo de vacas y cabras, se postraba para guarecerse
del sol en la raíz de una de esas palmas samandocas que sus antepasados
habían plantado por aquellos lugares.
“Mi papá decía ‘yo no
le creo, el señor llega de repente, no sé de dónde...’”. A lo lejos los
ojos atónitos de Guadalupe Mendoza, la esposa de Domingo y madre de
Juan, observaban a los dos conversadores .
“Y le decía mi mamá a mi padre ‘lo que tú no sabes es que este señor aparece y desaparece en medio del solar’”.
El
relato pasó de boca en boca, sin que hasta ahora nadie haya tenido la
osadía de buscar el tesoro, atemorizados por el ruido de cadenas que
entrada la noche suele escucharse en este lugar.
“La gente sabe que aquí hay algo, sólo hasta que vengan los fraccionadores con sus máquinas y levanten todo”, suelta don Juan.
Buscan do el tesoro perdido
Guiados
por Ignacio García Lara, miembro de un equipo de investigadores de lo
paranormal, es que una tarde de otoño salimos en busca de algunos de
los sitios en los que – dice la gente de antes –, se han encontrado
enterrados jarros o cofres llenos de monedas de oro.
A bordo
del automóvil de García Lara, quien lleva ocho años de experiencia en
el estudio de lo sobrenatural, nos adentramos en las inmediaciones de
lo que hasta hace poco fueron los terrenos de la Hacienda El Álamo,
edificación de la que hoy sólo quedan las ruinas de una torre vieja.
Justo en ese lugar, se cree, unos gambusinos sacaron un cofre del
tamaño de un cajón de reja que contenía un tesoro.
El equipo
de investigación paranormal había seguido por meses el rastro de estos
caudales, hasta que una noche, cargados con sus detectores de metales,
decidieron ir a buscarlos. Ignacio García cuenta que al llegar al lugar
encontraron, rodeado de una montaña de tierra suelta, un agujero al
lado de la torre. Alguien se les había adelantado.
“Se
acercaron unos niños y nos comentaron que la noche anterior, unos
hombres de una camioneta se habían llevado de aquí un cajón. Nos lo
ganaron”, lamenta García.
Pardeando la tarde la emprendemos
con este investigador hasta el famoso Puente Moreno, lugar en el que
hace 37 años ocurrió el trenazo que enlutó a cientos de familias
saltillenses, y en donde, se rumora, hay algún dinero escondido.
Antes
damos un leve recorrido por la Colonia Nueva Jerusalén, en cuyos
terrenos, que hace algunos años fueron manchones de palmas, se han
localizado, juran los vecinos, varios jarritos de barro con monedas de
oro.
“De hecho se cree que con este dinero se construyeron algunas casas y hasta un templo evangélico”, relata Ignacio García.
Minutos
más tarde estamos en Puente Moreno, justo en el sitio de las cruces.
Ignacio García narra que hace algunos meses vino hasta aquí con el
equipo de investigación, movido por el rumor de que aquí seguían
enterrados los cuerpos de algunos muertos que dejó la tragedia de 1972.
Lo
único que Ignacio y sus compañeros encontraron escondidos entre la
tierra, fueron cinco estatuillas de la Santa Muerte volteadas de cabeza
y unos frascos transparentes que encerraban fotografías de personas.
“Sí,
teníamos la idea de que aquí había amarres y trabajos de hechicería”,
dice mientras muestra con una mano una de las estatuillas y sostiene
con la otra uno de los frascos que ha vuelto a desenterrar.
Luego
nos conduce por un camino de cascajo hasta el pie de un cerro, en cuyas
faldas se avistan las ruinas de lo que en otro tiempo, parece, fue una
estación de ferrocarril.
Mientras escalamos por la loma
resbaladiza para llegar hasta estos vestigios, Ignacio platica de un
anciano que le habló de la existencia de un tesoro escondido en las
paredes o el suelo de esta construcción plagada de agujeros que, se
piensa, han dejado a su paso por aquí otros gambusinos.
Muchas noches Ignacio vino hasta este lugar para rastrear el tesoro con su detector de metales, pero nunca logró dar con él.
“Dije ‘chin otra vez me lo ganaron’ y me acordé de mi abuelo que siempre decía, ‘no busques, lo que no has perdido’”.
La relación
Cuenta el historiador Arturo Berrueto González de un alcalde
saltillense, que agobiado por las deudas del Ayuntamiento se lanzó en
busca de una relación, como antes se conocía a los tesoros, que se
rumoraba, estaba enterrada en algún rincón de la Presidencia Municipal.
Después
de platicarlo con su tesorero, hombre de todas sus confianzas, se dice
que el tal alcalde mandó cerrar un domingo las puertas del edificio, y
ambos comenzaron entonces la faena de escarbar por los pasillos y salas
de la presidencia.
“Vamos a buscar esa relación para salir de estos adeudos”, dijo el funcionario.
Entrada
la noche y después de cavar horas enteras, el alcalde y su empleado
dieron por fin con una caja de madera metida en un hoyo.
Alcalde
y tesorero pegaron brincos de contento y al abrir la caja se dieron
cuenta de que efectivamente había dentro una relación, pero una
relación de nóminas pendientes de pago.
Decepcionados los
hombres volvieron el cajón al lugar en el que todavía se cree está
enterrada la relación, en espera de que otro gambusino la encuentre.
Un tesoro para cien años
Entre
los viejos de antaño solía circular una leyenda sobre un gran tesoro
enterrado en las entrañas del cerro de La Cabrita, ubicado por el rumbo
de la colonia Lomas de Lourdes.
El caudal, se decía, había
sido escondido en este sitio por un grupo de bandoleros que en tiempos
de la Revolución se dedicaron a asaltar las recuas de mulas que pasaban
por Saltillo, procedentes de San Luis Potosí, México y Monterrey,
cargadas de barras de oro y otros objetos valiosos.
Aquel
tesoro era de tal inmensidad que, se aseguraba en aquel entonces,
bastaba para mantener a Saltillo y sus habitantes por más de cien años.
La ambición por encontrar esta riqueza fue tal, que incluso buscadores
de tesoros venidos de España realizaron incursiones en este lugar para
buscar el tesoro de los bandidos, sin que hasta hoy nadie haya logrado
encontrarlo.
Don Arturo Carrillo Arreola, rostro moreno y
surcado por los años, es uno de tantos saltillenses que se han
aventurado a explorar el Cerro de La Cabrita en pos del codiciado oro.
“A mi nuca me gustó que me contaran, siempre me iba a desengañar”, dice.
El
hombre, que hoy carga 86 años sobre sus espaldas, relata que siendo muy
joven salió de excursión con un grupo de 18 muchachos a La Cabrita.
Después de andar y arrastrarse por veredas que a ratos parecían
inaccesibles, lo único que hallaron fue un antiguo comal de barro, unas
latas vacías de salmón y, en torno del cerro, muchas excavaciones.
“Mas
nunca sacamos nada y creo que nadie jamás ha podido encontrar ese
tesoro, lo han andado buscando mucho, pero dicen que el Diablo se
apodera de los tesoros y no quiere que se los quiten, no lo gastará,
pero ahí lo quiere tener”, narra don Arturo.
– ¿Y eso le da miedo? – “No, el miedo yo no lo conozco”, remata.
La Cueva de Los Lamentos
Por
los sombríos y sórdidos callejones de Saltillo corre una espeluznante
leyenda, sobre una cueva situada en algún paraje escondido en la
Carbonera, justo a orillas de la carretera 57.
Se cuenta de
esta cueva, que fue en tiempos de la Colonia el lugar donde los ricos
hacendados de lo que hoy es la Villa de Arteaga, gustaban de guardar
sus dineros y otros objetos de gran valía.
Y se dice que en
esta gruta, junto con los caudales los ricos del pueblo enterraron
vivos también a muchos niños y gente mayor, con la promesa de
interceder por la salvación de sus almas, a cambio de que se
convirtiesen en los guardianes eternos de estos tesoros.
Con
los siglos, y gracias a las historias que iban de boca en boca, este
sitio cobró gran fama, tanta que gambusinos de todas partes vinieron
hasta aquí para buscar el tesoro.
Algunos de los que
sobrevivieron a la impresión de entrar a esta caverna, juran haber sido
espantados por horribles fantasmas y lamentos desgarradores que
provenían de las entrañas de esta gruta, bautizada por esta razón como
La Cueva de los Lamentos.
Hay otros que aseguran que,
burlando a los guardianes fantasmas del tesoro, han conseguido entrar a
esta cueva y extraer algunas monedas de oro que encontraron casi a flor
de tierra.
“Porque el tesoro no siempre es dado a la persona
que lo busca, le es entregado a aquel que el espíritu cree que le puede
ayudar”, dice don Gilberto Castillo,
El mapa del tesoro
Ésta
es la ruta trazada por las consejas de tesoros escondidos en Saltillo y
que los historiadores y aficionados del género literario de la leyenda
han dado por ciertos. ¿Listos para la excursión?
1.Camino de
Los Pastores, en la Colonia La Libertad. La Aurora, Coahuila. Se cree
que en este sitio, antiguo asentamiento de la Hacienda Los Molinos, que
fue propiedad de Don Juan Navarro, están escondidos los tesoros dejados
por los revolucionarios villistas llegados a Saltillo en 1913 y que
hicieron paradero en este lugar, hoy de gran valor histórico. La gente
de por aquí cuenta sobre la aparición de fantasmas y bolas de fuego.
2.Esquina
de las calles de Antonio Cárdenas y Pedro Aranda. Colonia Bellavista.
Se dice que en este lugar, donde hace años se iba a construir la tienda
comercial Astra de Monterrey, tres albañiles encontraron el tesoro del
General Santa Ana, compuesto por varias carretas con barras de oro y
plata que los norteamericanos le habían regalado al usurpador, luego de
la separación de México y Texas. Se rumora que el tesoro fue sepultado
en este sitio que, tras el saqueo, lució abandonado hasta hace algunos
años.
3.Sierra de las Bayas. Se piensa que en este paraje
están enterrados los tesoros del bandolero Tomás del Raso, que a mitad
del siglo XlX se dedicaba a asaltar los caminos y, se se cree, guardaba
aquí los objetos robados. Las leyendas hablan también de que en una
noria de este lugar están ocultos los valiosos objetos religiosos
robados por revolucionarios de algunas iglesias.
4.Cueva de
los Lamentos. La Carbonera. Cuenta la gente que este lugar fue elegido
por los ricos de Arteaga para guardar sus tesoros. Se dice que aquí
fueron enterrados los cadáveres de muchos niños, cuyos espíritus se han
convertido en los guardianes de este caudal. La cueva debe su nombre,
precisamente, a los lamentos de estos espíritus que se oyen desde el
interior.
5. El Cerro del Medio. Hay quienes aseguran que en
una cueva de por aquí hay los tesoros en barras de oro que en épocas
remotas guardaron los indios nativos de estos lugares.
6.
Hacienda de Santa María. Aquí, donde los lugareños juran haber visto
apariciones, se cree que está depositado el tesoro que traían los
Insurgentes encabezados por Hidalgo y Allende.
7. Esquina de
Hidalgo y Adalberto Guillén. Se rumor que aquí donde antes hubo una
antigua casona de adobe, que fue derribada para construir unos
departamentos, se encontró un gran tesoro y hay quienes aseguran que
todavía hay dinero enterrado aquí. La gente cuenta del fantasma de un
carruaje luminoso que sale del Colegio Nicolás Bravo, pasa por la
Escuela Miguel López y se incrusta en este lugar.
8. La Casa
de la Rinconada. Esquina de Hidalgo y Múzquiz. En este lugar, que fuera
propiedad del señor Roberto Flores y del que solamente queda un patio,
hay enterrada una relación. Los vecinos de por aquí hablan de visiones
de aparecidos y bolas de lumbre.
9. Esquina de las calles
Allende y Victoria. De acuerdo con algunos historiadores, esta casa
podría ser la depositaria de un cuantioso tesoro, por haber funcionado
en otras época como el centro financiero de los Sánchez Navarro, una de
las familias más ricas del Noreste de México.
10. Museo de la Angostura. Los historiadores sugieren que en esta
casa de la calle de Hidalgo, cuya construcción data de cerca de 400
años, se esconde un tesoro metido en sus pisos o paredes de adobe de
gran grosor.
11. Museo Universitario. En este lugar, que
fuera una de las sedes de la familia Purcell, se rumora podría haber
algún caudal escondido en algún sótano o pasadizo secreto.
Manual del Gambusino
Éste es sólo un leve compendio de lo que todo buen gambusino debe saber antes de salir a buscar un tesoro.
1.
Evitar actitudes de envidia y ambición desmedida o de lo contrario se
corre el riesgo de que el tesoro se mueva de lugar o se convierta en
carbón o cenizas.
2. En la búsqueda del tesoro deben participar sólo tres hombres.
3.
La operación de búsqueda debe realizarse únicamente en Semana Santa,
porque se cree que el diablo está apoderado del tesoro escondido y no
quiere que lo saquen.
4. Hay dos formas de localizar un
tesoro. Una mediante el uso de un detector de metales, la otra y más
eficaz, es lo que antiguamente se conoce como 'echar las varas'.
5.
Esto consiste en que el gambusino consiga dos tramos de bronce o cobre,
cuya medida sea de 30 centímetros cada uno. Las varas pueden
construirse también de palma samandoca.
6. Estas varas deben ser rociadas con agua bendita mientras se reza alguna oración.
7.
Una vez en el lugar donde se va buscar el tesoro uno de los
participante debe tomar las varas con ambas manos entre los dedos medio
e índice, mientras camina lentamente hacia el frente, dando pasos
cortos y rezando la oración de San Juan que se halla en el Libro de San
Cipriano.
8. Se debe encender un cirio bendito al lado donde se sospeche o se tenga la seguridad de que hay algún tesoro enterrado.
9. El lugar debe ser regado haciendo cruces con una agua llamada de Siete Iglesias.
10. Quien lleva las varas sigue caminando con pasos cortos y rezando la oración de San Juan.
11.
Al percibir la energía de objeto enterrado las varas se enterrarán en
ese lugar, ésta es seña inequívoca de que ahí se debe escarbar. En el
caso de que se hayan usado varas de palma se observará que éstas,
movidas por la energía, tenderán a encontrarse de frente o chocar entre
sí, en el lugar donde esto ocurra los gambusinos deben proceder a
escarbar.
12. Es recomendable que mientras se excava los
buscadores deben ir rociando con gasolina y prendiendo cerillos, ello
para evitar los efectos de los gases mortales.
¿De qué se trata el libro de San Cipriano?
*
Es un libro que recoge fórmulas mágicas y que se ocupa, en buena parte,
del desencanto de tesoros, incluyendo, en muchas de sus ediciones, una
lista de tesoros del Reino de Galicia y de partes de Portugal, con
localizaciones detalladas de dónde encontrarlos
* Es
atribuido a San Cipriano de Antioquía, el santo mago por excelencia,
que vivió en el S. III D.C. y es considerado patrón de las artes
mágicas, de los hechiceros y de las brujas.
* El nombre de San Cipriano estuvo vinculado a numerosas prácticas mágicas, tanto conjuros como oraciones.
Gracias a Salvador Esquivel por el enlace.
http://www.vanguardia.com.mx/diario/noticia/semanario/coahuila/saltillo:_tierra_de_fortunas/425762
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- salvador esquivelExperto del Foro
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Frase Célebre : No he sacado nada, pero como me divierto
Fecha de inscripción : 25/03/2009
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Re: Saltillo, tierra de fortunas.
Jue 26 Nov 2009, 12:31 pm
Gracias Doc. por este maravilloso Post. Estas narraciones, historias, leyendas y relatos de relaciones: son la sal y la pimienta de todo buen gambusino. El encanto, lo mágico y misterioso que envuelven a estas consejas, no son propiedad exclusiva de algún sitio en particular, ya que los patrones de similitud y coincidencias se repiten a todo lo largo y ancho del país e inclusive trasciende fronteras, logrando así mantener una peculiar vigencia y atracción en todos los estratos sociales del acontecer cotidiano. Excelentes historias que sin duda, serán del agrado de todos los lectores e investigadores que saboreamos y gustamos de ellas.
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