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Cerralvo la isla de las perlas Empty Cerralvo la isla de las perlas

Miér 10 Mar 2010, 4:32 pm
Cerralvo: la isla de las perlas (Baja
California Sur)



Excelencias de la Sabiduría: ...es más
preciosa que las perlas y no hay tesoro que la iguale. (Sagrada Biblia.
Prov. 3)


Texto: Marita Martínez del Río de Redo

UNA RICA ÍNSULA
Sabed
que a la diestra mano de las Indias hubo una isla llamada California
muy cercana al Paraíso Terrenal. Las sergas de esplandián (Garci
Ordóñez)

Escribía Cortés en su Cuarta Carta de Relación relatando
el viaje que hizo uno de sus capitanes a la región de Colima: "... y
asimismo me trajo relación de los señores de la provincia de Ciguatán,
que se afirma mucho haber una isla toda poblada de mujeres, sin varón
ninguno, y que en ciertos tiempos van de la tierra firme de los
hombres... y si paren mujeres las guardan y si hombres los echan de su
compañía... esta isla está a diez jornadas de esta provincia...dícenme
asimismo, proseguía el conquistador, es muy rica de perlas y oro".
(Bernal Díaz del Castillo, Historia de la conquista de la Nueva España,
ed. Porrúa, México, 1992.)

No es difícil imaginarse, conociendo
la mentalidad femenina -aunque la de las mencionadas amazonas va más
allá de lo que se pueda tener de dicho conocimiento de ésta-, que entre
los sitios elegidos por las míticas mujeres estuviese ese remoto lugar,
con su mar, en el que abundaban las perlas, puesto que a las amazonas
-de haber existido- sin duda alguna les complacería adornarse con el
paradójico producto de uno de los moluscos de aspecto más desagradable
de los mares, dotado por la sabia naturaleza en su interior, quizá con
el fin de compensar su fealdad exterior, con uno de los regalos más
hermosos: las perlas. Sin duda alguna estas "guerreras" enredarían su
cuello y brazos con hilos e hilos de éstas, engarzadas con la fibra de
los magueyes que abundarían en su igualmente mítica 'lisia", que
finalmente resultaría en una magnífica realidad mas no poblada por
amazonas.

Hernán Cortés, quien ya había cumplido medio siglo, y
con algunos pequeños achaques propios de éste, aunque posible- mente
causados más por su azarosa vida, con dos dedos de la mano izquierda
inutilizados y el brazo fracturado por la mala caída del caballo, y otra
más en una pierna por una caída de una tapia en Cuba, y de la cual no
se había repuesto tan pronto como su impaciencia lo deseaba, dejando una
ligera cojera -secuela que se pudo comprobar al descubrir sus restos en
los años cuarenta del siglo pasado en la iglesia del Hospital de
Jesús-, quizá dudó de esta fantasiosa leyenda, mas manifestó desde luego
su interés en promover la exploración de las tierras que bañaban el
entonces llamado Mar del Sur, que se extendía allende las tierras por él
conquistadas, para cuyo efecto pronto empezó a construir navíos en las
costas de Tehuantepec.

En 1527 una pequeña flota financiada por
Cortés y puesta al mando de Álvaro de Saavedra Cerón salió del
improvisado astillero y se internó en aquel inmenso mar, en nuestros
días océano Pacífico -nombre un poco exagerado-, y quien, según se supo,
llegó al cabo de algún tiempo a las islas de la Especiería o Molucas,
en el sureste asiático. En realidad Cortés no pretendía expandir sus
conquistas por los ignotos y lejanos países de Asia, y menos aún tener
un encuentro con las mencionadas amazonas; su deseo era reconocer las
costas del Mar del Sur, como se ha dicho, y comprobar, según se lo
indicaban ciertas tradiciones indígenas, si había islas de gran riqueza
cercanas al continente.

Sucedió también que una embarcación
propiedad de Cortés, ya cargo de Fortún -u Ortuño- Jiménez, y cuya
tripulación se había amotinado, habiéndose concertado con otros
"vizcaínos... dio vela y fue a una isla que le puso por nombre Santa
Cruz, donde dijeron que había perlas y ya estaba poblada por indios como
salvajes", escribe Bernal Díaz en la obra mencionada -quien aunque
ausente, indiscutiblemente estaba en todo- y después de grandes riñas se
volvieron al puerto de Jalisco: "y después de una pelea que causó
grandes bajas se volvieron al puerto de Jalisco... certificaron que la
tierra era buena y bien poblada y rica en perlas". De este hecho tomó
nota Nuño de Guzmán, "y para saber si había perlas el capitán y soldados
que envió tuvieron voluntad de volver porque no hallaron las perlas ni
cosa alguna". (Nota: Bernal Díaz tachó esto en su original.)

Mas
Cortés -prosigue Bernal-, que se hallaba instalado en una choza en
Tehuantepec y "que era hombre de corazón", y enterado del descubrimiento
de Fortún Jiménez y sus amotinados, decidió ir en persona a la "Isla de
las Perlas" para comprobar la noticia que había aportado la nave
capitana de Diego Becerra con siete supervivientes de la expedición
enviada con anterioridad, y establecer ahí mismo una colonia uniéndose a
él arcabuceros y soldados con tres navíos: el San Lázaro, el Santa
Águeda y el San Nicolás, salidos del astillero de Tehuantepec. La armada
se componía por alrededor de trescientos veinte hombres, entre ellos
veinte con sus valientes mujeres, quienes -aunque esto es una mera
especulación- algo habían oído acerca de las amazonas.

Después de
algunas semanas de cabalgar -pues Cortés y un cierto número de hombres
irían a caballo-, embarcándose posteriormente en Chametla, en las costas
de Sinaloa, llegaron a un lugar que nombraron Santa Cruz, pues era el 3
de mayo (día de esa festividad) de! año de 1535. Y así, según Bernal:
“toparon con la California que es una bahía". El ameno cronista ya no
menciona a las mujeres, posiblemente porque éstas, cansadas quizá,
quedaron en algún sitio de la maravillosa costa esperando a sus maridos
que posiblemente llegarían con perlas en sus encarcelas a fin de
consolarlas por la ausencia. Mas no todo era fácil: en un momento dado
Cortés tuvo que ir a tierra y, según De Gómara: "compró en San Miguel...
que cae en la parte de Culhuacán, mucho refresco y grano... y puercos,
ovillos y ovejas..." (Francisco de Gómara, Historia general de las
Indias, tomo 11, ed. lberia, Barcelona, 1966.)

Ahí mismo dice que
mientras Cortés seguía descubriendo los extraordinarios parajes y
paisajes, entre éstos las grandes rocas que, formando arco, abren la
puerta al mar abierto: "...hay por el poniente una gran roca que, desde
la tierra se avanza por un buen trecho de mar... lo más especial de esta
roca es que está horadada par- te de ella... por su parte superior
forma un arco o bóveda... parece un puente de río porque además da paso a
las aguas", es muy posible que dicho arco sugiriera el nombre
"California" a Cortés: "a tal bóveda o arco llaman los latinos fornix"
(Miguel del Barco, Historia natural y crónica de la antigua California),
"ya la pequeña playa o cala" que se halla aliado de dicho arco o
"bóveda", Quizá Cortés, a quien posiblemente le agradaría emplear de vez
en cuando su latín aprendido en Salamanca, llamara a este bello sitio:
"Cala Fornix" -o "cala del arco"-, transformándolo sus marinos en
"California", recordando sus lecturas juveniles de novelas, tan del
gusto de la época, llamadas "de caballería".

También la tradición
relata que el conquistador llamó al mar, que al poco tiempo llevaría su
nombre, y haciendo alarde de sensibilidad -que indiscutiblemente la
tenía- el Mar Bermejo: esto por el color, que en ciertos atardeceres
toma dicho mar, adquiriendo tonalidades entre doradas y rojas: en esos
momentos ya no es el grandioso mar azul intenso o el pálido que le da la
luz del día. De súbito se ha convertido en un mar de oro con un toque
ligeramente cobrizo, correspondiendo al hermoso nombre dado por el
conquistador.

Mas Cortés tenía otros grandes intereses: uno de
ellos, quizá el más importante, además de descubrir tierra y mares,
sería la pesquería de perlas y abandonó el Mar del Sur para navegar
costeando al otro mar, o mejor dicho golfo cercano, al que se le daría
su nombre -para reemplazarlo siglos después por Golfo de California- a
fin de dedicarse a dicha actividad, en la bahía de la Santa Cruz, y
teniendo gran éxito en la empresa. Además recorría los grandiosos
parajes -en los cuales rara vez llovía-, compuestos de cactáceas y oasis
de palmeras y esteras con exuberante vegetación, teniendo como fondo
enormes montañas, diferentes a cuanto había visto. No olvidando jamás el
conquistador su doble misión que sería la dé dar tierras a su rey y
almas a su Dios, aunque poco se sabe de esta última en aquel momento,
pues los nativos eran poco accesibles, habiendo tenido experiencias
desagradables con los expedicionarios -o conquistadores- anteriores.

Mientras,
doña Juana de Zúñiga, en su palacio de Cuernavaca, se angustiaba por la
larga ausencia de su marido. Por lo que le escribió, según el inefable
Bernal: muy afectuosamente, con palabras y ruegos que volviese a su
estado y marquesado". También la sufrida doña Juana acudió al virrey don
Antonio de Mendoza, "muy sabrosa y amorosamente" pidiéndole volviese su
marido. Acatando las órdenes del virrey y los deseos de doña Juana,
Cortés no tuvo más remedio que regresar y se volvió a Acapulco
enseguida. Después, "llegando por Cuernavaca, donde estaba la marquesa,
con lo cual hubo mucho placer, y todos los vecinos se holgaron de su
venida", doña Juana seguramente recibiría un hermoso regalo de don
Hernando, y nada mejor que unas perlas que los buzos extraerían de la
llamada, en aquel momento, la "Isla de las Perlas" -emulando la del
Caribe y, posteriormente, Isla de Cerralvo-, en la cual se había
solazado el conquistador, contemplando a los nativos y a sus soldados
tirarse a las profundidades del mar y emerger con su tesoro.

Mas
lo arriba escrito es la versión del inefable Bernal Díaz. Hay otras
variantes del descubrimiento de "unas tierras que parecían bastante
extensas y estaban pobladas pero se hallaban muy adentro del océano".
Supuso la gente de Ortuño Jiménez, el expedicionario enviado por Cortés,
que se trataba de una gran isla, probablemente rica, pues se
reconocieron en sus costas algunos placeres de ostras perleras. Ni los
expedicionarios enviados por el conquistador, quizá ni el propio Hernán
Cortés, se percatarían de la gran riqueza de estos mares, no sólo en las
ansiadas y maravillosas perlas, sino en la inmensa variedad de la fauna
marina. Su viaje a los mencionados mares, habiendo sido en el mes de
mayo, se perdió del grandioso espectáculo del arribo y de la partida de
las ballenas. Sin embargo, las tierras conquistadas por Cortés iban,
como las del Cid, "ensanchándose" ante su caballo y ante sus naves.

fuente mexico desconocido


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