LOS TESOROS DE DON INES CHAVEZ GARCIA (leyenda)
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LOS TESOROS DE DON INES CHAVEZ GARCIA (leyenda)
Miér 16 Jun 2010, 3:11 pm
Los tesoros de Inés Chávez
Era una tarde en la que el sol se aprestaba a desplegar l oscuridad, cansado de recorrer su diario sendero. Martín
estaba sentado observando el aleteo de la claridad en una de las añejas bancas de cemento de la alegre plaza de Sevina, platica animadamente con su amigo Jesús y éste escucha muy atento si perder detalle de su relato, Martín dice: – Trabajaba de albañil en las calurosas tierras de Nueva Italia, en este cálido lugar conocí a un anciano de canosa y abundante barba, cuerpo cansado por los años y ojos nublados por el tiempo, pero con una memoria muy fresca. Todas las tardes el viejecito salía a refrescarse después de que el quemante sol daba
paso al crepúsculo, se sentaba bajo una frondosa palmera que lo cubría con su sombra, haciendo más llevadero sus atardeceres. Una tarde que salía de trabajar pasé a su lado y lo saludé. Él me detuvo y me preguntó intrigado:
– ¿Oye muchacho?, ¿cómo te llamas?, a diario me saludas y no sé tu nombre, ¡ven siéntate, vamos a disfrutar de la sombra de éste árbol! Le obedecí y me acomodé en un grueso tronco, cerca del venerable anciano y le respondí: – Mi nombre es Martín. El viejo volvió a preguntar: – ¿De dónde eres? – De un pueblito de la sierra, adelante de Uruapan –le respondí. – De seguro eres de Capacuaro –dijo el anciano–.Respondí negativamente y el anciano continuó: – Martín te conozco todos los pueblitos de la sierra y te los voy a mencionar, tú me dices de dónde eres. Adelante de Capacuaro siguen Paracho, Aranza, Cherán, Nahuatzen, Arantepacua, Quinceo, Turicuaro, Comachuen, Pichátaro, Zinciro, La Mojonera y Sevina.
– Soy de Sevina –lo interrumpí y dije emocionado. El anciano de arrugada frente sonrió nostálgico y dijo:
– Sevina pueblo de misterios y leyendas enclavado en las faldas “Del Iriepu”, población de emprendedores, habitantes que a diario despiertan de sus inquietos sueños descobijados por las frescas brumas que borra el naciente sol del amanecer. ¡Pero Martín!, ¿qué andas haciendo tan lejos de tu tierra?, ¡si allá están enterrados los tesoros más valiosos que tú te puedas imaginar! ¡Hay bajo tierra, incalculables monedas de oro y plata del bandolero más temido y sanguinario que haya surcado por esos lares!, me refiero a Inés Chávez García.
Intrigado no lo interrumpí, el viejecito de ojos cansados me miró seriamente, quizá vio en mi rostro dibujada la incredulidad y mirándome fijamente dijo: –Martín,aunque tú no lo creas,yo fui lugarteniente de Inés y juntos
recorrimos la sierra sembrando el terror y la muerte. ¿No me crees verdad? – No –le contesté. El siguió con su relato.
– Voy a describirte los lugares de tu pueblo, para entrar existen tres puentes de resistentes y gruesas vigas de encino, que quemábamos cuando éramos perseguidos, el camino era una brecha polvorienta y antes de llegar al poblado existe un cementerio, en donde decían que espantaban y los muertos salían al camino a saludarte después de la última campanada. Pasando tu pueblo, existe un tupido bosque sembrado de pinos que le dan un aspecto de paz, de soledad y es una gran cuesta que nos dio mucho trabajo cruzar, el sendero desemboca a una gran llanura que le dicen “El plan de la Nevería”. ¡Tú te lo imaginas, hace mucho frío!, cae hielo por las mañanas y la maleza parece cubierta con una capa blanca que se pierde al calentar la mañana. El plan está rodeado por imponentes
cerros repletos de verdosos pinos. El relato del anciano me hizo evocar a mi lejano pueblito. – ¿Cierto o no?, ¿es tu pueblo? –interrogó el del blanco pelo. – Sí, es verdad –respondí cada vez más interesado en su plática–
en ese lugar hace mucho frío –me acomodé en el tronco y seguí escuchando su narración. – Martín, en este lugar existen varios “Mogotes”, son piedras amontonadas o lajas que se ven a simple vista, en esos lejanos días el plan estaba poblado por verdosos pajonales, de los cuales sacábamos sus abundantes raíces para fabricar escobetas con las que peinábamos a nuestros briosos caballos. Este zacate crecía hasta dos metros de altura y semejaba una selva ruidosa en donde abundaban las serpientes de cascabel de letal mordedura, las tuzas, los saltarines conejos que saciaron nuestra hambre y las diferentes aves que alegraban el pajonal. En este llano nos ocultamos muchas veces, cuando éramos perseguidos y no se adentraban por miedo a las serpientes. Bajo “Los mogotes”, ocultamos bastantes monedas relucientes y joyas robadas a los lugareños de la sierra. – El veterano continuó con su interesante historia. – Pasando el llano y en las faldas de un cerro que le dicen “El chivo”, existe un pequeño poblado, habitado por rancheros y antes de llegar a las chozas está un solitario panteón en donde Inés platicaba sus penas a los muertitos y les pedía que lo protegieran. Al oeste del cementerio existe un bosquecillo de duros encinos, de esbeltos pinos y tupidos matorrales que nos impedían pasar, en el boscaje y bajo los troncos de los añosos
encinos, enterramos costales repletos de brillantes centenarios y monedas de plata cuando huíamos de pelear en el cerro de “La Kurhinda”, al norte de Zinciro. En éste monte descansan los cuerpos de algunos de nuestros compañeros que cavaron las zanjas, en donde depositamos los tesoros de Inés. El bandido decía: – ¡Aquí los dejo para que cuiden mis ruiquezas y nadie se atreva a robarme! Su amigo Jesús con la ambición pintada en su rostro expresó: – ¡Qué esperamos, vamos por ese gran tesoro, antes de que alguno se nos adelante! – Espera Jesús, aquí viene lo más interesante. Aún no salía de mi asombro, cuando el exforagido viendo mi creciente interés y con una leve sonrisa dijo: – Hacia el norte de tu pueblo aproximadamente a unos cuatro kilómetros, rumbo al pinal, existe una extensa cueva flanqueada por enormes encinos. Lo interrumpí para decirle: – A ese lugar que usted menciona se le conoce como “La Surumuta”, porque en sus perfumados y verdes pinos crece una planta parásita que adorna a las coníferas y de ahí viene su nombre. Pero ahí no existe ninguna gruta, lo único que se ve es un montón de enormes rocas que le dan un aspecto de peñón. – Bueno Martín, pues esa peña es la entrada a la caverna, en donde se encuentra el inmenso tesoro de Inés, y es el más querido por el bandido. Esa cavidad era nuestra madriguera más segura, por eso nadie nos encontraba. La gente decía: – Desaparecieron, se los llevó el viento–. La expresión del anciano se llenó de un júbilo malsano y dijo: – Regresábamos de incendiar Paracho tan sólo porque la gente se negó a entregarnos sus joyas y dinero, Inés ordenó quemar las casas y no dejar nada intacto. Aún recuerdo cómo las llamas devoraron en minutos las casas de madera de lo que antes era un alegre poblado, las llamas querían alcanzar el cielo con sus quemantes brazos y los gritos de pavor de la multitud ensordecían nuestros oídos que buscaban un refugio seguro en la serranía. ¡Cómo exterminamos mujeres, niños y ancianos, pero también muchos escaparon!, cuando abandonamos la población, a lo lejos se veían largas columnas de humo que amenazaban con alcanzarnos y atraparnos y, como mudo testigo de nuestra fechoría, “El cerro del águila” impotente veía la estela de destrucción que dejábamos atrás. Las personas que sobrevivieron dijeron que escapamos rumbo a la sierra oriental. Inés era una persona sanguinaria, no se tentaba el corazón para desaparecer del mundo de los vivos a quien no acatara sus órdenes, todos le éramos fieles hasta la muerte. Inés tenía predilección por el fuego, y cuando veía arder las casas, reía como demente y todos teníamos que reír, quien no lo hacía era muerto en el acto por “El Atila”. Infinidad de veces platiqué con el exbandido, pero una tarde ya no vi su cansado cuerpo en donde él solía descansar, su viejo corazón no resistió el fantasma que vivía en su humanidad y fue a hacerle compañía al más allá. Una calurosa mañana lo encontraron muerto en su hamaca favorita, la expresión de su cara reflejaba una tranquilidad que en vida nunca tuvo. Jesús intrigado lo interrogó: – ¿Pero ya no te platicó sobre los tesoros de Inés?
– Sí platicamos, lo último que le dije fue: si usted sabe con exactitud todos los sitios en dónde están enterrados los tesoros, ¿por qué no va por ellos? Y él contestó intranquilo: -Tengo miedo Martin de que los aparecidos de tanta gente que asesinamos por esos lugares, despierten y me hagan pagar mis culpas.
– ¡Pero los aparecidos no existen! –grité. – Sí existen, y uno que no me deja en paz y me persigue todas las noches es el espanto de Inés –contestó. – ¿Qué le dice? – Con voz cavernosa me grita. Ya sé lo que estás pensando Aurelio, ni se te ocurra ir por mis tesoros porque te quemo vivo. – Tan solo al escuchar esa terrible palabra, mi cuerpo tiembla como si estuviera “enasogado”. Por eso no voy, vivo en este lugar pobremente, pero estoy vivo.
– Pero muchacho, ¿qué haces aquí?, ¡allá en tu pueblo está el tesoro de Inés!, ¡búscalo¡ – Pues vamos a buscarlo exclamó Jesús. La noche había cubierto con su manto azul al poblado y las luces del alumbrado público se encendieron como numerosas luciérnagas que vencieron a la oscuridad. La luna brillaba en el cielo cuando Martín continuó: – Extrañé la ausencia del viejecito y regresé a Sevina, con mucha curiosidad inicié investigando lo dicho por el anciano Aurelio, uno de los más viejos del poblado me contó que a cualquier hora del día se le ve al bandido entrar a todo a galope, seguido por sus feroces compinches a “La surumuta”. – Dicen que la gran peña se abre como si fuera la cueva de “Los cuarenta ladrones”, la caverna aparece y desaparece. Más tarde vuelven a salir en ruidoso tropel los vaporosos bandidos gritando incoherencias, perdiéndose por la serranía. Una silenciosa tarde acudí al misterioso lugar acompañado por mis incrédulos amigos. Subimos la empinada pendiente rumbo al fantasioso sitio. Entre gritos y bromas llegamos al sombrío lugar, bajamos de nuestras inquietas monturas y nos dirigimos a la gran peña y entre burlas gritamos: – Inés, ¿dónde está el tesoro, dónde está la entrada a la cueva? –solo el silencio del pinal nos respondió, vociferamos largo rato y decepcionados optamos por retirarnos. Esa noche en mi lecho, sentí que una sombra atravesaba los gruesos tablones de mi pequeño troje. La figura sobrenatural se acercó lentamente, me jaló con fuerza de los pies que temía que me los arrancara y con voz de ultratumba me dijo: – ¡Soy Inés Chávez y vengo a responder tu llamado, acompáñame es la hora de que te entregue parte de mi tesoro!, ¡sígueme¡ Me levanté pesadamente de mi cama, mi mente se negaba a creer lo que estaba viendo, pero seguí a la descarnada figura que atravesaba gruesas paredes de adobe y pesadas puertas de pino. Su voz resonaba como un eco lejano en mi cerebro que me guiaba, también mi alocada mente me ordenaba: –¡regresa!, pero mi frío cuerpo se negaba a obedecer. Como un sueño abandonamos el pueblo, acompañados por un coro de lastimeros aullidos de desvelados perros. Poco después cerca delpanteónlos bandoleros nos esperaban, unos sentados con sus polvosos esqueletos en las frías lápidas del viejo cementerio. Otros esperaban formados en el antiguo camino con sus secos cuerpos pegados a sus huesudos caballos de fantasmagórico relincho, mi cuerpo sudaba y sentía una extraña sensación como de pesadez. Inés se acercó y me invitó a subir a un irreal penco y éste voló rumbo a la sierra, seguido del infernal ruido que hacían los bandidos en su loca carrera. De pronto me vi cerca de la gran peña, ésta se abrió y entramos a toda carrera, aquello semejaba un manicomio y ya adentro, la peña se cerró entre infernales crujidos y una luz amarillenta inundó el interior. Los bandidos se dedicaron a lo suyo y yo me quedé a solas con el forajido mientras me señalaba sus relucientes tesoros con su huesudo índice y me invitaba a tomar parte de él. El viejo Aurelio no había mentido, ¡ahí estaba la riqueza jamás soñada, riqueza que me invitaba a tomarla! ¡Había encontrado el tesoro de Inés Chávez! De pronto sentí que todo giraba a mi alrededor, la sensación desapareció, me encontraba en medio del callado bosque, el aire fresco me reanimó, un escalofrío recorrió mi molido cuerpo y un terror indescriptible se adueñó de todo mi ser. Bajé como pude, caía y me levantaba, los minutos volaron y desperté en mi tibio lecho con mi cuerpo cansado, mi espalda y mis pies estaban cubiertos de tierra charandosa del camino y en mi bolsillo, una moneda de oro. Muchas noches viví la misma escena y un día, cansado de que una noche mi fatigado corazón no resistiera tanto horror, decidí acudir a la iglesia del lugar y en confesión confié mi sueño o realidad al bondadoso sacerdote, él me escuchó pacientemente y cuando terminé mi relato, me entregó un frasco lleno de agua bendita, para que la usara en contra de mi conocida ánima. Una oscura noche, cuando el fantasma del bandido apareció, con decisión le lancé el contenido del bendito frasco, el espectro pegó un escalofriante alarido y desapareció para siempre de mis sueños o de mi realidad, seguí mi vida sin recordar el incidente con Inés y una deslumbrante mañana acudí al cercano bosque del manantial llamado “El Iriepitsaru” acompañando a mis amigos, quienes se dedicaban a fabricar bateas de pino, ellos escogieron un grueso y ramudo árbol y lo derribaron, éste cayó encima de un viejo encino tirado mucho tiempo antes, mis amigos se dedican afanosamente a su labor mientras yo inicio mi plática. Un viejo conocido me narró que en este lugar Inés Chávez, junto a sus secuaces, realizaba verdaderas orgías, pero antes de divertirse enterraba debajo de los pinos unos gruesos costales llenos de brillantes monedas de oro, pues tenía predilección por guardar sus tesoros bajo los troncos de los encinos. Varios días acompañé a mis amigos, hasta que ellos terminaron de fabricar sus bateas, luego les dije: – Voy a prender fuego a este encino, a lo mejor las monedas salen escurriendo.Cuentan que más tarde, un leñador desconocido vio cuando el oro líquido de las monedas brotaba como lava por entre la húmeda tierra del bello lugar y dicen los pueblerinos que el leñador abandonó el pueblo y llevó consigo el valioso metal y nunca más se supo de él – Después del susto que te pegó el espíritu de Inés, ¿que hiciste? –preguntó su amigo Jesús. Una mañana me hice acompañar de mis inseparables amigos y con palas y picos llegamos al siniestro lugar, iniciamos la exploración, claramente el sitio se me rebeló como en mis vivencias pasadas. Cavamos con febril ansiedad, buscando la entrada a la misteriosa gruta, la noche se nos vino encima y un helado viento invadió al bosque, salimos de la profunda zanja y cortamos leña y ocotes para iluminar la negra noche y calentar el ambiente. Seguimos cavando hasta topar con una pared de
roca que parecía ser la entrada a la cueva del gran tesoro, de pronto la noche se volvió mas fría y un vientecillo empezó a soplar, sentimos la presencia de varias sombras malignas que se acercaban, luego la sensación de que saltaban sobre nuestras cabezas. La luz de la fogata les daba una dimensión gigantesca y grotesca, de repente todo quedó en tinieblas y sólo el sonido de nuestros corazones que amenazaban con detenerse dominó el lugar, la luz de la luna iluminó la escena compadeciéndose de nuestro pesar e instintivamente nos tiramos al piso de la zanja y observamos con asombro y miedo la procesión de una multitud de jinetes que entraban en medio de horribles chillidos a la abierta cueva que, segundos antes, se abrió inexplicablemente. La acción duró apenas unos instantes, a nosotros nos pareció que el tiempo se detenía, mientras que nuestros cuerpos parecían entumidos y, haciendo un supremo esfuerzo, salimos de la fosa, corrimos como almas desterradas hasta detenernos en el silencioso campo santo de Sevina, pues a esa hora nos pareció que era más seguro. Infinidad de personas se encontraron tesoros, en ollas repletas de monedas, unos en botes, otros en los huecos de los duros encinos, algunos más en paredes que se desgajaban y de donde saltaban las codiciadas monedas, otros campesinos las encontraban al arar sus terrenos y desenterraban por accidente las ollas guardadas en sus campos. Ciertas personas veían nacer el fuego por entre las ramas de los aceitunados árboles que subían hasta perderse en el cielo estrellado y, en el lugar donde brotaba el fuego, encontraban enterrado el tesoro. Pero nuestro amigo Martín parecía no tener suerte.Martín amaneció una mañana con extraños escalofríos y dolores en todo su cuerpo, sus amigos lo fueron a visitar,momento que aprovechó para pedirles que repararan una vieja pared de adobe que amenazaba con derrumbarse y provocar un accidente a los niños que despreocupados jugaban en la alegre callejuela. Sus amigos descubrieron entre los adobes dos cajas semipodridas repletas de lucientes monedas de oro, los amigos invadidos por la avaricia, decidieron no avisarle a su enfermo dueño del tesoro recién descubierto y, como no había por dónde sacar el hallazgo, optaron por informarle. Martín se levantó emocionado de su lecho pensando en todo lo que haría con semejante riqueza, sin embargo, al entrar al cuarto, los tres amigos se llevaron una desagradable sorpresa, el oro se había convertido en un apilo de hermosos trozos de negro carbón destellando con los rayos del sol que tímidamente se asomaban por las rendijas del tejado. Pensativos no se explicaban lo sucedido y pensaron. “El oro no es para nosotros, es para una persona limpia y sin ambiciones que solo necesite lo necesario para vivir y creo que nosotros no somos" Los amigos decidieron dejar las cajas repletas deloscuro carbón en un rincón del cuarto de adobe, Martín despidió a sus amigos y les pidió que se olvidaran del extraño suceso, increíblemente sus dolores desaparecieron y se sintió tan bien que decidió abrir su pequeña tienda de abarrotes. Durante el luminoso día, una idea rondaba en su cerebro y regresó al cuarto de adobe en donde descansaban los pedazos de carbón, tomó varios trozos relucientes y los metió en una botella de vidrio, luego volvió a su “changarro” y colocó la botella en un rincón del estante. Esperó pacientemente a que sucediera el milagro, pasaron las horas con perezosa lentitud, intranquilo esperó y nada sucedió ese día, volaron los días con una desesperante rutina, hasta que una lozana noche acudió al tendajón un hombre que pecaba de honrado y justo y, que además era en extremo bondadoso, su nombreera Juan. Élpidióunrefrescopara calmar su sed, producto de la caminata de esa noche al regresar de ver sus cuatro vacas, Juan tomó el refresco que apuró de un trago, dejó el envase sobre el mostrador y exclamó sorprendido. – ¿Oye Martín?, ¡cómo le hiciste para meter esas monedas de oro
en esa botella? Había sucedido lo que Martín esperaba desde hacía varios días y ocultando su emoción Martín le respondió: – En mi cuarto tengo más, si quieres te puedo regalar las monedas que tú quieras. Una vez más la ambición desmedida lo había traicionado y no recapacitó, Juan siguió a Martín a su cuarto en donde con toda seguridad vería las cajas desbordando de monedas, Lo único que pudieron ver, fueron las dos cajas llenas del negro carbón, Martín no dijo nada y ambos salieron pensativos del cuarto. Muchas noches Martín las pasó en vela buscando la solución a su mala suerte.Una mañana distraídamente colocó dos pedazos de carbón en la botella y mecánicamente puso el frasco en el mismo lugar, en otra tarde la suerte estaba de su lado, Juan regresó a su tienda y le pidió prestadas algunas monedas que necesitaba para solucionar un problema. – Amigo Juan, no tengo dinero para prestarte –le dice muy triste Martín. – ¡Martín, ¿por qué me mientes, si dentro de la botella hay dos monedas de oro? Sonriendo, Martín le entrega una moneda del áureo metal, a partir de esa venturosa tarde, Martín coloca dos pedazos del bienhechor carbón en la transparente botella, una moneda de oro para su amigo Juan y otra para Martín. Por fin, nuestro conocido había encontrado el tesoro en su amigo Juan y tuvo lo necesario para vivir con comodidad para el resto de sus días, olvidándose para siempre de buscar el tesoro de Inés Chávez que está en
“La surumuta” en espera de que alguien lo encuentre, de que ¡tú lo encuentres!
Era una tarde en la que el sol se aprestaba a desplegar l oscuridad, cansado de recorrer su diario sendero. Martín
estaba sentado observando el aleteo de la claridad en una de las añejas bancas de cemento de la alegre plaza de Sevina, platica animadamente con su amigo Jesús y éste escucha muy atento si perder detalle de su relato, Martín dice: – Trabajaba de albañil en las calurosas tierras de Nueva Italia, en este cálido lugar conocí a un anciano de canosa y abundante barba, cuerpo cansado por los años y ojos nublados por el tiempo, pero con una memoria muy fresca. Todas las tardes el viejecito salía a refrescarse después de que el quemante sol daba
paso al crepúsculo, se sentaba bajo una frondosa palmera que lo cubría con su sombra, haciendo más llevadero sus atardeceres. Una tarde que salía de trabajar pasé a su lado y lo saludé. Él me detuvo y me preguntó intrigado:
– ¿Oye muchacho?, ¿cómo te llamas?, a diario me saludas y no sé tu nombre, ¡ven siéntate, vamos a disfrutar de la sombra de éste árbol! Le obedecí y me acomodé en un grueso tronco, cerca del venerable anciano y le respondí: – Mi nombre es Martín. El viejo volvió a preguntar: – ¿De dónde eres? – De un pueblito de la sierra, adelante de Uruapan –le respondí. – De seguro eres de Capacuaro –dijo el anciano–.Respondí negativamente y el anciano continuó: – Martín te conozco todos los pueblitos de la sierra y te los voy a mencionar, tú me dices de dónde eres. Adelante de Capacuaro siguen Paracho, Aranza, Cherán, Nahuatzen, Arantepacua, Quinceo, Turicuaro, Comachuen, Pichátaro, Zinciro, La Mojonera y Sevina.
– Soy de Sevina –lo interrumpí y dije emocionado. El anciano de arrugada frente sonrió nostálgico y dijo:
– Sevina pueblo de misterios y leyendas enclavado en las faldas “Del Iriepu”, población de emprendedores, habitantes que a diario despiertan de sus inquietos sueños descobijados por las frescas brumas que borra el naciente sol del amanecer. ¡Pero Martín!, ¿qué andas haciendo tan lejos de tu tierra?, ¡si allá están enterrados los tesoros más valiosos que tú te puedas imaginar! ¡Hay bajo tierra, incalculables monedas de oro y plata del bandolero más temido y sanguinario que haya surcado por esos lares!, me refiero a Inés Chávez García.
Intrigado no lo interrumpí, el viejecito de ojos cansados me miró seriamente, quizá vio en mi rostro dibujada la incredulidad y mirándome fijamente dijo: –Martín,aunque tú no lo creas,yo fui lugarteniente de Inés y juntos
recorrimos la sierra sembrando el terror y la muerte. ¿No me crees verdad? – No –le contesté. El siguió con su relato.
– Voy a describirte los lugares de tu pueblo, para entrar existen tres puentes de resistentes y gruesas vigas de encino, que quemábamos cuando éramos perseguidos, el camino era una brecha polvorienta y antes de llegar al poblado existe un cementerio, en donde decían que espantaban y los muertos salían al camino a saludarte después de la última campanada. Pasando tu pueblo, existe un tupido bosque sembrado de pinos que le dan un aspecto de paz, de soledad y es una gran cuesta que nos dio mucho trabajo cruzar, el sendero desemboca a una gran llanura que le dicen “El plan de la Nevería”. ¡Tú te lo imaginas, hace mucho frío!, cae hielo por las mañanas y la maleza parece cubierta con una capa blanca que se pierde al calentar la mañana. El plan está rodeado por imponentes
cerros repletos de verdosos pinos. El relato del anciano me hizo evocar a mi lejano pueblito. – ¿Cierto o no?, ¿es tu pueblo? –interrogó el del blanco pelo. – Sí, es verdad –respondí cada vez más interesado en su plática–
en ese lugar hace mucho frío –me acomodé en el tronco y seguí escuchando su narración. – Martín, en este lugar existen varios “Mogotes”, son piedras amontonadas o lajas que se ven a simple vista, en esos lejanos días el plan estaba poblado por verdosos pajonales, de los cuales sacábamos sus abundantes raíces para fabricar escobetas con las que peinábamos a nuestros briosos caballos. Este zacate crecía hasta dos metros de altura y semejaba una selva ruidosa en donde abundaban las serpientes de cascabel de letal mordedura, las tuzas, los saltarines conejos que saciaron nuestra hambre y las diferentes aves que alegraban el pajonal. En este llano nos ocultamos muchas veces, cuando éramos perseguidos y no se adentraban por miedo a las serpientes. Bajo “Los mogotes”, ocultamos bastantes monedas relucientes y joyas robadas a los lugareños de la sierra. – El veterano continuó con su interesante historia. – Pasando el llano y en las faldas de un cerro que le dicen “El chivo”, existe un pequeño poblado, habitado por rancheros y antes de llegar a las chozas está un solitario panteón en donde Inés platicaba sus penas a los muertitos y les pedía que lo protegieran. Al oeste del cementerio existe un bosquecillo de duros encinos, de esbeltos pinos y tupidos matorrales que nos impedían pasar, en el boscaje y bajo los troncos de los añosos
encinos, enterramos costales repletos de brillantes centenarios y monedas de plata cuando huíamos de pelear en el cerro de “La Kurhinda”, al norte de Zinciro. En éste monte descansan los cuerpos de algunos de nuestros compañeros que cavaron las zanjas, en donde depositamos los tesoros de Inés. El bandido decía: – ¡Aquí los dejo para que cuiden mis ruiquezas y nadie se atreva a robarme! Su amigo Jesús con la ambición pintada en su rostro expresó: – ¡Qué esperamos, vamos por ese gran tesoro, antes de que alguno se nos adelante! – Espera Jesús, aquí viene lo más interesante. Aún no salía de mi asombro, cuando el exforagido viendo mi creciente interés y con una leve sonrisa dijo: – Hacia el norte de tu pueblo aproximadamente a unos cuatro kilómetros, rumbo al pinal, existe una extensa cueva flanqueada por enormes encinos. Lo interrumpí para decirle: – A ese lugar que usted menciona se le conoce como “La Surumuta”, porque en sus perfumados y verdes pinos crece una planta parásita que adorna a las coníferas y de ahí viene su nombre. Pero ahí no existe ninguna gruta, lo único que se ve es un montón de enormes rocas que le dan un aspecto de peñón. – Bueno Martín, pues esa peña es la entrada a la caverna, en donde se encuentra el inmenso tesoro de Inés, y es el más querido por el bandido. Esa cavidad era nuestra madriguera más segura, por eso nadie nos encontraba. La gente decía: – Desaparecieron, se los llevó el viento–. La expresión del anciano se llenó de un júbilo malsano y dijo: – Regresábamos de incendiar Paracho tan sólo porque la gente se negó a entregarnos sus joyas y dinero, Inés ordenó quemar las casas y no dejar nada intacto. Aún recuerdo cómo las llamas devoraron en minutos las casas de madera de lo que antes era un alegre poblado, las llamas querían alcanzar el cielo con sus quemantes brazos y los gritos de pavor de la multitud ensordecían nuestros oídos que buscaban un refugio seguro en la serranía. ¡Cómo exterminamos mujeres, niños y ancianos, pero también muchos escaparon!, cuando abandonamos la población, a lo lejos se veían largas columnas de humo que amenazaban con alcanzarnos y atraparnos y, como mudo testigo de nuestra fechoría, “El cerro del águila” impotente veía la estela de destrucción que dejábamos atrás. Las personas que sobrevivieron dijeron que escapamos rumbo a la sierra oriental. Inés era una persona sanguinaria, no se tentaba el corazón para desaparecer del mundo de los vivos a quien no acatara sus órdenes, todos le éramos fieles hasta la muerte. Inés tenía predilección por el fuego, y cuando veía arder las casas, reía como demente y todos teníamos que reír, quien no lo hacía era muerto en el acto por “El Atila”. Infinidad de veces platiqué con el exbandido, pero una tarde ya no vi su cansado cuerpo en donde él solía descansar, su viejo corazón no resistió el fantasma que vivía en su humanidad y fue a hacerle compañía al más allá. Una calurosa mañana lo encontraron muerto en su hamaca favorita, la expresión de su cara reflejaba una tranquilidad que en vida nunca tuvo. Jesús intrigado lo interrogó: – ¿Pero ya no te platicó sobre los tesoros de Inés?
– Sí platicamos, lo último que le dije fue: si usted sabe con exactitud todos los sitios en dónde están enterrados los tesoros, ¿por qué no va por ellos? Y él contestó intranquilo: -Tengo miedo Martin de que los aparecidos de tanta gente que asesinamos por esos lugares, despierten y me hagan pagar mis culpas.
– ¡Pero los aparecidos no existen! –grité. – Sí existen, y uno que no me deja en paz y me persigue todas las noches es el espanto de Inés –contestó. – ¿Qué le dice? – Con voz cavernosa me grita. Ya sé lo que estás pensando Aurelio, ni se te ocurra ir por mis tesoros porque te quemo vivo. – Tan solo al escuchar esa terrible palabra, mi cuerpo tiembla como si estuviera “enasogado”. Por eso no voy, vivo en este lugar pobremente, pero estoy vivo.
– Pero muchacho, ¿qué haces aquí?, ¡allá en tu pueblo está el tesoro de Inés!, ¡búscalo¡ – Pues vamos a buscarlo exclamó Jesús. La noche había cubierto con su manto azul al poblado y las luces del alumbrado público se encendieron como numerosas luciérnagas que vencieron a la oscuridad. La luna brillaba en el cielo cuando Martín continuó: – Extrañé la ausencia del viejecito y regresé a Sevina, con mucha curiosidad inicié investigando lo dicho por el anciano Aurelio, uno de los más viejos del poblado me contó que a cualquier hora del día se le ve al bandido entrar a todo a galope, seguido por sus feroces compinches a “La surumuta”. – Dicen que la gran peña se abre como si fuera la cueva de “Los cuarenta ladrones”, la caverna aparece y desaparece. Más tarde vuelven a salir en ruidoso tropel los vaporosos bandidos gritando incoherencias, perdiéndose por la serranía. Una silenciosa tarde acudí al misterioso lugar acompañado por mis incrédulos amigos. Subimos la empinada pendiente rumbo al fantasioso sitio. Entre gritos y bromas llegamos al sombrío lugar, bajamos de nuestras inquietas monturas y nos dirigimos a la gran peña y entre burlas gritamos: – Inés, ¿dónde está el tesoro, dónde está la entrada a la cueva? –solo el silencio del pinal nos respondió, vociferamos largo rato y decepcionados optamos por retirarnos. Esa noche en mi lecho, sentí que una sombra atravesaba los gruesos tablones de mi pequeño troje. La figura sobrenatural se acercó lentamente, me jaló con fuerza de los pies que temía que me los arrancara y con voz de ultratumba me dijo: – ¡Soy Inés Chávez y vengo a responder tu llamado, acompáñame es la hora de que te entregue parte de mi tesoro!, ¡sígueme¡ Me levanté pesadamente de mi cama, mi mente se negaba a creer lo que estaba viendo, pero seguí a la descarnada figura que atravesaba gruesas paredes de adobe y pesadas puertas de pino. Su voz resonaba como un eco lejano en mi cerebro que me guiaba, también mi alocada mente me ordenaba: –¡regresa!, pero mi frío cuerpo se negaba a obedecer. Como un sueño abandonamos el pueblo, acompañados por un coro de lastimeros aullidos de desvelados perros. Poco después cerca delpanteónlos bandoleros nos esperaban, unos sentados con sus polvosos esqueletos en las frías lápidas del viejo cementerio. Otros esperaban formados en el antiguo camino con sus secos cuerpos pegados a sus huesudos caballos de fantasmagórico relincho, mi cuerpo sudaba y sentía una extraña sensación como de pesadez. Inés se acercó y me invitó a subir a un irreal penco y éste voló rumbo a la sierra, seguido del infernal ruido que hacían los bandidos en su loca carrera. De pronto me vi cerca de la gran peña, ésta se abrió y entramos a toda carrera, aquello semejaba un manicomio y ya adentro, la peña se cerró entre infernales crujidos y una luz amarillenta inundó el interior. Los bandidos se dedicaron a lo suyo y yo me quedé a solas con el forajido mientras me señalaba sus relucientes tesoros con su huesudo índice y me invitaba a tomar parte de él. El viejo Aurelio no había mentido, ¡ahí estaba la riqueza jamás soñada, riqueza que me invitaba a tomarla! ¡Había encontrado el tesoro de Inés Chávez! De pronto sentí que todo giraba a mi alrededor, la sensación desapareció, me encontraba en medio del callado bosque, el aire fresco me reanimó, un escalofrío recorrió mi molido cuerpo y un terror indescriptible se adueñó de todo mi ser. Bajé como pude, caía y me levantaba, los minutos volaron y desperté en mi tibio lecho con mi cuerpo cansado, mi espalda y mis pies estaban cubiertos de tierra charandosa del camino y en mi bolsillo, una moneda de oro. Muchas noches viví la misma escena y un día, cansado de que una noche mi fatigado corazón no resistiera tanto horror, decidí acudir a la iglesia del lugar y en confesión confié mi sueño o realidad al bondadoso sacerdote, él me escuchó pacientemente y cuando terminé mi relato, me entregó un frasco lleno de agua bendita, para que la usara en contra de mi conocida ánima. Una oscura noche, cuando el fantasma del bandido apareció, con decisión le lancé el contenido del bendito frasco, el espectro pegó un escalofriante alarido y desapareció para siempre de mis sueños o de mi realidad, seguí mi vida sin recordar el incidente con Inés y una deslumbrante mañana acudí al cercano bosque del manantial llamado “El Iriepitsaru” acompañando a mis amigos, quienes se dedicaban a fabricar bateas de pino, ellos escogieron un grueso y ramudo árbol y lo derribaron, éste cayó encima de un viejo encino tirado mucho tiempo antes, mis amigos se dedican afanosamente a su labor mientras yo inicio mi plática. Un viejo conocido me narró que en este lugar Inés Chávez, junto a sus secuaces, realizaba verdaderas orgías, pero antes de divertirse enterraba debajo de los pinos unos gruesos costales llenos de brillantes monedas de oro, pues tenía predilección por guardar sus tesoros bajo los troncos de los encinos. Varios días acompañé a mis amigos, hasta que ellos terminaron de fabricar sus bateas, luego les dije: – Voy a prender fuego a este encino, a lo mejor las monedas salen escurriendo.Cuentan que más tarde, un leñador desconocido vio cuando el oro líquido de las monedas brotaba como lava por entre la húmeda tierra del bello lugar y dicen los pueblerinos que el leñador abandonó el pueblo y llevó consigo el valioso metal y nunca más se supo de él – Después del susto que te pegó el espíritu de Inés, ¿que hiciste? –preguntó su amigo Jesús. Una mañana me hice acompañar de mis inseparables amigos y con palas y picos llegamos al siniestro lugar, iniciamos la exploración, claramente el sitio se me rebeló como en mis vivencias pasadas. Cavamos con febril ansiedad, buscando la entrada a la misteriosa gruta, la noche se nos vino encima y un helado viento invadió al bosque, salimos de la profunda zanja y cortamos leña y ocotes para iluminar la negra noche y calentar el ambiente. Seguimos cavando hasta topar con una pared de
roca que parecía ser la entrada a la cueva del gran tesoro, de pronto la noche se volvió mas fría y un vientecillo empezó a soplar, sentimos la presencia de varias sombras malignas que se acercaban, luego la sensación de que saltaban sobre nuestras cabezas. La luz de la fogata les daba una dimensión gigantesca y grotesca, de repente todo quedó en tinieblas y sólo el sonido de nuestros corazones que amenazaban con detenerse dominó el lugar, la luz de la luna iluminó la escena compadeciéndose de nuestro pesar e instintivamente nos tiramos al piso de la zanja y observamos con asombro y miedo la procesión de una multitud de jinetes que entraban en medio de horribles chillidos a la abierta cueva que, segundos antes, se abrió inexplicablemente. La acción duró apenas unos instantes, a nosotros nos pareció que el tiempo se detenía, mientras que nuestros cuerpos parecían entumidos y, haciendo un supremo esfuerzo, salimos de la fosa, corrimos como almas desterradas hasta detenernos en el silencioso campo santo de Sevina, pues a esa hora nos pareció que era más seguro. Infinidad de personas se encontraron tesoros, en ollas repletas de monedas, unos en botes, otros en los huecos de los duros encinos, algunos más en paredes que se desgajaban y de donde saltaban las codiciadas monedas, otros campesinos las encontraban al arar sus terrenos y desenterraban por accidente las ollas guardadas en sus campos. Ciertas personas veían nacer el fuego por entre las ramas de los aceitunados árboles que subían hasta perderse en el cielo estrellado y, en el lugar donde brotaba el fuego, encontraban enterrado el tesoro. Pero nuestro amigo Martín parecía no tener suerte.Martín amaneció una mañana con extraños escalofríos y dolores en todo su cuerpo, sus amigos lo fueron a visitar,momento que aprovechó para pedirles que repararan una vieja pared de adobe que amenazaba con derrumbarse y provocar un accidente a los niños que despreocupados jugaban en la alegre callejuela. Sus amigos descubrieron entre los adobes dos cajas semipodridas repletas de lucientes monedas de oro, los amigos invadidos por la avaricia, decidieron no avisarle a su enfermo dueño del tesoro recién descubierto y, como no había por dónde sacar el hallazgo, optaron por informarle. Martín se levantó emocionado de su lecho pensando en todo lo que haría con semejante riqueza, sin embargo, al entrar al cuarto, los tres amigos se llevaron una desagradable sorpresa, el oro se había convertido en un apilo de hermosos trozos de negro carbón destellando con los rayos del sol que tímidamente se asomaban por las rendijas del tejado. Pensativos no se explicaban lo sucedido y pensaron. “El oro no es para nosotros, es para una persona limpia y sin ambiciones que solo necesite lo necesario para vivir y creo que nosotros no somos" Los amigos decidieron dejar las cajas repletas deloscuro carbón en un rincón del cuarto de adobe, Martín despidió a sus amigos y les pidió que se olvidaran del extraño suceso, increíblemente sus dolores desaparecieron y se sintió tan bien que decidió abrir su pequeña tienda de abarrotes. Durante el luminoso día, una idea rondaba en su cerebro y regresó al cuarto de adobe en donde descansaban los pedazos de carbón, tomó varios trozos relucientes y los metió en una botella de vidrio, luego volvió a su “changarro” y colocó la botella en un rincón del estante. Esperó pacientemente a que sucediera el milagro, pasaron las horas con perezosa lentitud, intranquilo esperó y nada sucedió ese día, volaron los días con una desesperante rutina, hasta que una lozana noche acudió al tendajón un hombre que pecaba de honrado y justo y, que además era en extremo bondadoso, su nombreera Juan. Élpidióunrefrescopara calmar su sed, producto de la caminata de esa noche al regresar de ver sus cuatro vacas, Juan tomó el refresco que apuró de un trago, dejó el envase sobre el mostrador y exclamó sorprendido. – ¿Oye Martín?, ¡cómo le hiciste para meter esas monedas de oro
en esa botella? Había sucedido lo que Martín esperaba desde hacía varios días y ocultando su emoción Martín le respondió: – En mi cuarto tengo más, si quieres te puedo regalar las monedas que tú quieras. Una vez más la ambición desmedida lo había traicionado y no recapacitó, Juan siguió a Martín a su cuarto en donde con toda seguridad vería las cajas desbordando de monedas, Lo único que pudieron ver, fueron las dos cajas llenas del negro carbón, Martín no dijo nada y ambos salieron pensativos del cuarto. Muchas noches Martín las pasó en vela buscando la solución a su mala suerte.Una mañana distraídamente colocó dos pedazos de carbón en la botella y mecánicamente puso el frasco en el mismo lugar, en otra tarde la suerte estaba de su lado, Juan regresó a su tienda y le pidió prestadas algunas monedas que necesitaba para solucionar un problema. – Amigo Juan, no tengo dinero para prestarte –le dice muy triste Martín. – ¡Martín, ¿por qué me mientes, si dentro de la botella hay dos monedas de oro? Sonriendo, Martín le entrega una moneda del áureo metal, a partir de esa venturosa tarde, Martín coloca dos pedazos del bienhechor carbón en la transparente botella, una moneda de oro para su amigo Juan y otra para Martín. Por fin, nuestro conocido había encontrado el tesoro en su amigo Juan y tuvo lo necesario para vivir con comodidad para el resto de sus días, olvidándose para siempre de buscar el tesoro de Inés Chávez que está en
“La surumuta” en espera de que alguien lo encuentre, de que ¡tú lo encuentres!
Re: LOS TESOROS DE DON INES CHAVEZ GARCIA (leyenda)
Miér 16 Jun 2010, 8:09 pm
Muy bueno el relato, estará bien averiguar que tiene de cierto, Ines Chavez fue tremendo y sin duda dejo motines por ahí, saludos.
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Re: LOS TESOROS DE DON INES CHAVEZ GARCIA (leyenda)
Miér 16 Jun 2010, 11:46 pm
ORALE INTERESANTE RELATO, Y PUES COMO DIGO MIENTRAS K EL RIO SUENA ES POR K AGUA LLEVA SERIA INTERESANTE INVESTIGAR K ONDA, JEJE SALUDOS Y FELICES PROSPECCIONES :-D
- sulasulo23Experto del Foro
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Re: LOS TESOROS DE DON INES CHAVEZ GARCIA (leyenda)
Jue 17 Jun 2010, 9:52 am
saludos compañero estaria bien que ud y su grupo se dieran una vueltecita por estos lugares ya que patzcuaro y sus alrededores cuentan con infinidad de historias la invitacion esta abierta y con gusto los recibo el dia que quieran visitarnos.guruainur escribió:Muy bueno el relato, estará bien averiguar que tiene de cierto, Ines Chavez fue tremendo y sin duda dejo motines por ahí, saludos.
Re: LOS TESOROS DE DON INES CHAVEZ GARCIA (leyenda)
Jue 17 Jun 2010, 11:28 am
sulasulo23 escribió:saludos compañero estaria bien que ud y su grupo se dieran una vueltecita por estos lugares ya que patzcuaro y sus alrededores cuentan con infinidad de historias la invitacion esta abierta y con gusto los recibo el dia que quieran visitarnos.guruainur escribió:Muy bueno el relato, estará bien averiguar que tiene de cierto, Ines Chavez fue tremendo y sin duda dejo motines por ahí, saludos.
Muchas gracias amigo Sulasulo23, lo platicare con los compañeros, lo malo es el tiempo, pero estaremos en contacto, muchas gracias.
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