Leyenda de los Yaquis ¿las 7 ciudades de Cíbola?

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Los Yaquis

Profr. Antonio Rodríguez Díaz
Cronista Municipal de San Ignacio Río Muerto

La noche era obscura, fría, silenciosa, soplaba el viento y atravesaba el cuerpo para llegar hasta los huesos, la hoguera se había acabado, entre las cenizas quedaban algunas brazas como cobijándose para no sentir lo helado que presumía su poder al dejarmos como estatuas apretando los músculos. Los ojos de mi abuelo Emeterio Velojko brillaban alegres contemplando las estrellas, y en ese su eterno masticar me dio la idea de digerir, antes de platicar, la historia que esa noche era mi regalo. Por fin escuché la voz del abuelo que dijo -está aleteando la grulla, esta noche se arrejuntan los divorciados-.

Mira mi’jo, vea usted esas siete estrellas que están allá, cuatro forman un cuadro, es el cuerpo de Orión, las tres que están en medio forman el cinturón, algunas gentes le llaman los Tres Reyes Magos, otras gentes cuentan las otras estrellas que están hacia abajo y le llaman El Arado, pero no, es el cinturón de Orión; de la estrella de en medio, o sea de la hebilla del cinturón, de ahí mero venimos nosotros, nos trajo un carro de fuego, ese carro traía una naranja arriba y rodeaban esa naranja hojas verdes de la misma planta, en el cielo nuestro carro se descompuso, llegamos a este río para arreglarlo, pero no se pudo, no tenía fuerzas para levantarse con todos y decidimos quedarnos y que se fuera el carro sólo para que después viniera por nosotros.

En mi mente se empezó a cuajar una historia civilizada e increíble, ¿Será posible que ese carro de fuego del que también habla La Biblia, no sea otra cosa que un “platillo volador”? ¿La hebilla del cinturón de Orión un planeta que tiene vida semejante a la nuestra? ¿La naranja y las hojas son luces del Ovni? ¿Serán Los Yaquis una raza extraterrestre? Entonces pregunté: ¿Quiénes son los Yaquis, abuelo? Nuevamente miró el cielo negro lleno de estrellas titilantes, suspiró profundamente y le dio más vueltas a la varita seca que traía entre sus manos y en su lengua caita me dijo:

Waley goonaiqui pueblo po catecame unuen gúe seno pueblo po.

Están compuestos por ocho pueblos, por lo que cada pueblo se rige por un gobernador, al cual a cada uno de ellos se le entrega un bastón de mando en el momento en que hace un juramento que muchos “Yoris” ya conocen, y a la vez se forma su gabinete que son el Secretario, Capitán, Pueblo Mayor, Comandante, Temastimol (este tiene la función de consejero ante el gobierno), y el periodo de ellos ante el pueblo es de un año. Por esto nos consideramos independientes de cualquier otro gobierno que no sea el nuestro, entrelazamos cultura y tradición es cierto, rendimos culto a las deidades cristianas y a nuestro animal sagrado, el venado.

No le damos importancia ni valor a las obras materiales; somos guerreros por naturaleza, defendemos nuestro territorio porque estamos esperando que vengan por nosotros, estamos de paso, en el mismo lugar, en las márgenes del río que da nombre al Valle, diseminados en los ocho pueblos que son: Bacum, Rahun, Belem, Cocorit, Huiribis, Torim, Vícam y Pótam.

Abuelo, ¿El Temastimol de qué es consejero? Sin dejar de mover la varita, me contestó: existe un grupo formado por un número determinado de hombres que les llamamos Ancianos por su experiencia y sabiduría, no necesariamente tienen que ser viejos, ellos forman un consejo; “El Consejo de Ancianos”, ellos se encargan de cuidar nuestras ciudades de oro y de tomar decisiones para el mejor funcionamiento de nuestros pueblos, de su gente, de su cultura, de sus tradiciones, de su territorio. El Temastimol no forma parte de los ancianos, es el que lleva las decisiones del Consejo al Gobernador, por ahí anda la cosa hijo.

Nuevamente lo interrumpí para preguntarle: ¿Son ciudades o son pueblos lo que formaron los Yaquis? Se quitó el sombrero, se lo volvió a poner, se acomodó el pañuelito bordado que llevaba puesto en el cuello, enseñando los colores de la hilaza que no se distinguían por la oscuridad de la noche, se talló y talló las piernas para decirme: Son cosas diferentes, los pueblos son donde vivimos y Las Ciudades de Oro, son nuestros tesoros, allá pa´ La Sierra del Bacatete, hay un cerro que tiene una cueva, la cueva tiene cubierta la entrada con mucho nopales, además siempre hay un centinela de los nuestros cuidando día y noche, pero se puede entrar con permiso; la cueva atraviesa el cerro y ya que estás del otro lado puedes ver las ciudades con casas, iglesias y todo de oro, son siete, nos las vamos a llevar, nosotros las trajimos, ahí vivíamos antes mi viejita y yo, algún día te voy a llevar para que las conozcas,

No era posible, mi abuelo estaba llorando y ya no quiso platicar, lo dejé con sus recuerdos y me fui a dormir para soñar que vivía en las ciudades de oro.




Crónicas de Sonora
Centro Estatal de Desarrollo Municipal y Asociación de Cronistas Sonorenses, A.C.


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