La Desaparición de José Fragoso

La tierras de la hacienda de Rioyos enverdece con las aguas de julio. El frío presente en las viviendas empaña sus ventanas y el calor emana por las chimeneas. Los pies helados en los amaneceres de bronce que entran a los rostros de Amelia Salgado y José Fragoso se incorporan y la duela hinchada rechina a cada paso. Las voces son quedas, se visten, aún con los rostros adormilado comienzan la rutina del día.

Abren la puerta de su aposento, la brisa gélida los acompaña y José se lava la cara para espantarse el sueño. El olor a café de olla se siente en la cocina humeante. Frijoles calientes con huevos en salsa roja despiden un sabroso aroma que calientan sus cuerpos y acrecenta los ánimos. Por la ventana el sol despunta lerdo, bañando las ramas de los oyameles y tejocotes en esta región húmeda.

-¡Amelia!, ya va siendo hora que levantes a ese muchacho, míralo nomás, hasta las moscas se le van a meter por la bocota de tanto dormir —impera José mientras toma una tortilla y la enrolla.

Después de un buen almuerzo, José se levanta y coloca su sombrero. Del establo saca su caballo cuyo aliento raya la tímida neblina que se levanta de los charcos aciagos. Dos mulas tras ellos van cargadas a lomo de saleas y curtidos de res.
“Debo de llegar a Acámbaro antes de las cuatro, don Néstor Cordero me ha hecho un buen pedido” —piensa

Aunque distantes, la hacienda de Rioyos en el estado de México, de Acámbaro, Guanajuato, para el espíritu comerciante de José lo lleva a recorrer semejante distancia una vez al mes a distribuir estos productos que le dan un sustento a los suyos.

José se despide de Amelia, se monta al caballo y da un pequeño roce en las costillas del animal con sus espuelas. Sobre el camino a El Oro, baja la loma bermeja que comienza a impregnarse de pequeñas motitas purpúreas por sus flores y zanjas cobrizas por su tierra colorada. El caballo avanza lento, cada paso lo lleva a dicha población guanajuatense en donde recibirá una buena cantidad de monedas por la venta acordada. José va de buen ánimo, solo le preocupa su hijo Constantino.

"Canijo muchacho, parece que no supiera que de un oficio se tiene que agarrar, ha de pensar que toda la vida le va a durar su padre, y ni para darle un bocado a su prometida Águeda Buenfil le va a salir. Malo para el trabajo que me salió ese canijo. Como quiera todavía le falta crecer aún cuando trae la calentura de matrimoniarse a su edad, nomás que no me vaya a salir después que yo le tenga que alimentar al chamaco y a la mujer, porque ahí si lo pongo a jalar aunque se de peón de don Jesús en Rioyos, ya va siendo hora que le vaya leyendo la cartilla, nomás que regrese de Acámbaro y lo voy a sentar a que me escuche."

Las distancias se acortan, en su trayecto levanta la mirada y el cielo fresco, el olor de los bosques le llena los pulmones y cuando advierte, José ya cruza los bosques de Tlalpujahua. Paso a paso se adentra a las tierras más cálidas de San Francisco de los Reyes y toma el camino a Maravatío. Cada lugar tiene su encanto, aunque los aires montañosos se disipan con los cerros pelones de esta región michoacana, los eucaliptos y fresnos arrojan buenas sombras frescas para los viajantes.

Los arrieros trazan estos lares, cargados de mercancías o personas, van y vienen día con día y algunos ya saludan a José a sabiendas que acude a su visita mensual en dicha población. José desmonta de su caballo y a paso, se quita el zarape para beber agua y revisar que la carga de las mulas vaya en orden. Los pajarillos cantan en su gozo diario, aún sin saber la tragedia que ocurrirá a este hombre en unas horas más.

José sale de Maravatío y por la hacienda de Cachiví, cruza el río y se apea para dar de beber a sus animales, observa un pozo cercano de esta hacienda por unos minutos y después sigue su camino. El horizonte muestra enormes nubarrones lúcidos que se juntan y avanzan lentos, grandes bombas albinas que se tornas de matices plomizos y que por Jerécuaro comienzan a tronar.

-Lloverá para después que merque las saleas —dice entre dientes.

Varea a las mulas y apresuran el paso, monta su caballo y enciende un cigarrillo. Al pasar Tarandacuao mira el cerro empinado de Acámbaro, piensa que está a un paso y calcula por el sol que son las tres. Trae su cinturón de cuero de víbora que esconde una docena de monedas, con mayor espacio para el pago que le harán en unos momentos por su cargamento. Claro le dijo a don Néstor, en puro oro para evitar acarrear con morraya en su largo trayecto.

La actividad comercial en Acámbaro es intensa, las carretas cargadas pueblan las calles empedradas. La estación de tren recibe a decenas de pasajeros provenientes del rumbo de Celaya que presurosos se dirigen a sus destinos comerciales. José llega, sin cruzar palabra alguna comienza a descargar sus curtidos y notifica al peón de don Néstor, este ordena a otros y comienzan a acomodar la mercancía. Entra a donde se encuentra el tenedor de libros, lo saluda efusivo y un rato después le pagan con las monedas áureas. Él las acomoda en su cinturón, una a una. No se percató que un tipo lo miraba desde la bodega y musitaba al oído de otro.

"Nomás que aumente la venta para diciembre, voy a darle un dinero a Constantino para que se ayude con el casorio, ha de decir que no quiero o me hago el tarugo, pero primero tengo que ver que si sea seria la cosa y ya veremos, con eso que se pelea con la novia, que se dejan de ver, que después los ven montados en Peñitas y carcajeándose los dos…en fin, este muchacho necesita ubicarse pero bueno, es mijo y veré por que no la tenga tan difícil como yo me las vi con Amelia cuando queríamos matrimoniarnos."

De regreso, con el cinturón bien cargado y un tanto pesado, José ignora que tres tipos lo siguen sigilosos. Las gotas de lluvia escurren por las orillas de su sombrero, el zarape abriga sus entrañas y la tarde se oscurece con la fuerte lluvia en la región. Las mulas avanzas resignadas, menean las orejas y sacuden sus traseros con las colas cuando las gotas resbalan sobre su piel.

El suelo fangoso alenta su trayecto. El estómago cruje aún cuando comió un par de tacos del almuerzo que Amelia le puso para el viaje. Cerca de Maravatío la lluvia arrecia y José piensa resguardarse con sus animales debajo del puente de la hacienda de Cachiví. Pero al voltear hacia sus mulas, ve a tres jinetes que van directo hacia él:

-Buenas, ¿no traerá un cigarro de casualidad?

-…



Un arriero, que toma el rumbo de Rioyos, contó que lo vio cabalgar sin sus mulas y casi desbocado, llegar al pozo cercano a la hacienda de Cachiví y mirar al fondo por un rato. Después en su trayecto, vio pasar a los tres jinetes con sus armas desenfundadas y cabalgando a prisa.

José nunca regresó a su hogar. De su paradero no se sabe. Quizás sus restos reposen al fondo del pozo en donde probablemente arrojó las monedas de oro que traía en su cinturón para protegerlas. Los paredones de la hacienda de Cachiví, flanqueados por viejos eucaliptos, cercana a Maravatío, Michoacán, aún están erectos; que décadas atrás fueron mudos testigos de esta tragedia y que nadie en su interior, por la fuerte tormenta, vio o escuchó algo.

Las ruinas están a un lado de la carretera federal Toluca-Guadalajara, el río Cachiví todavía tiene afluente, es cuestión de que un osado buscador de tesoros encuentre el pozo y se adentre en sus entrañas para quizás resolver la misteriosa desaparición del próspero comerciante del rumbo de la hacienda Rioyos, José Fragoso.

Gracias por su atención.

GeoTec Prospectiva.

Excelente narracion y muy interesante y trizte el final de ese hombre que como muchos cruzaron por esas dificiles situaciones,,,por eso nunca debemos subestimar alguna zona por mas fea o sencilla que paresca,,,eso si revisar pozos es una de las actividades de mayor riezgo al igual que las cuevas en este menester,,,,saludos y buena resena..

Así es mi estimado Romel.

Siempre que voy a un lugar antiguo, cuando veo pozos nunca tomo cuidado de revisar con cuidado, y es que estos pueden esconder grandes sorpresas.

Quizás por el riesgo u el ocio, pero si es un error dejar este tipo de construcciones sin darle una revisada.

Gracias por tus comentarios.

QUE ONDA MI CHAVO¡¡¡¡¡¡.

Que excelente relato muy propio de usted, es un gusto disfrutar de su narrativa que comparte y es de las cosas buenas que extrañaba del Foro (tenía meses que no entraba). Disculpa un comentario, el nombre de la Hacienda de Rioyos que das es ficticio o real. Te lo pregunto porque sobre la carretera San Miguel-Dolores se encuentra una Hacienda homónima a la que mencionas, que por cierto podemos entrar, sería cuestión de investigar si los nombres de las verdaderas Haciendas se repetían sin ningún cuestionamiento sobre el uso del nombre. MI CHAVO gusto saludarte y por aquí voy a estar leyendo sus comentarios y aportaciones.

Thsuccessma

Thsuccessma escribió:QUE ONDA MI CHAVO¡¡¡¡¡¡.

Que excelente relato muy propio de usted, es un gusto disfrutar de su narrativa que comparte y es de las cosas buenas que extrañaba del Foro (tenía meses que no entraba). Disculpa un comentario, el nombre de la Hacienda de Rioyos que das es ficticio o real. Te lo pregunto porque sobre la carretera San Miguel-Dolores se encuentra una Hacienda homónima a la que mencionas, que por cierto podemos entrar, sería cuestión de investigar si los nombres de las verdaderas Haciendas se repetían sin ningún cuestionamiento sobre el uso del nombre. MI CHAVO gusto saludarte y por aquí voy a estar leyendo sus comentarios y aportaciones.

Thsuccessma

¡Que onda!

Que bueno que te guste, cuando no tengo tiempo de salir a prospectar, lo que satisface mi antojo es escribir estos relatos. Todo es real, solamente el nombre de las personas los cambié. Otra cosa, en el relato hablo de Acámbaro, pero en la realidad fue Zitácuaro, Michoacán, hoy me lo confirmó mi jefe ya que estoy de vacaciones aquí con ellos. Andaba medio confundido pero en fín.

La hacienda de Rioyos esta ubicada en el municipio de San Felipe del Progreso, tenía límites con la hacienda de Mayorazgo (tengo otro relato con esta finca), la hacienda la Chispa y era una propiedad de la hacienda de San Onofre, el hacendado Jesús Carmona tenía además otras fincas, pero la principal era San Onofre. Estos lares tienen límites con el estado de Michoacán, así es que hubo coincidencias con la que mencionas tú ya que las distancias si son considerables.

En fin, por acá andamos, salúdame a Van8reales. Un abrazo.

Por cierto, ya sabes, yo estoy puesto cuando den luz verde en Rioyos, Gto.

Ahí tú me dirás...