El entierro del portugues

Escribe Jorge A. Chávez Silva, “Charro”

A
los dieciocho años Octavio tuvo que esconderse en el altillo de su
casa, temeroso de que el guardia “mediobuche” lo capturara para mandarlo
al Servicio Militar Obligatorio. El guardia se la tenía jurada y había
prometido públicamente que lo enviaría a servir a la patria para que se
convirtiera en un hombre de verdad.
Tuvo que pasar meses escondido en
el oscuro e incómodo altillo de donde no bajaba ni siquiera a comer. Su
abuela, como medida de seguridad, había hecho desaparecer la escalera
de maguey que usualmente se encontraba adosada a la pequeña puerta de
ingreso. Para no aburrirse tuvo que aprender a tejer sombreros y lo hizo
con tal maestría que en la venta dominical que se realizaba en la plaza
de armas, sus cubanos eran los más cotizados.


El
marido de su tía era un abogado de prestigio en la localidad, que se
hizo de renombre cuando le ganó el juicio al millonario Augusto en la
defensa de la comunidad de la Masma cuando el ricachón pretendió
despojarles de los terrenos comunales que poseían desde tiempos
inmemoriales.
Lo que nadie sabía era que entre las muchas aficiones
del hombre de letras ocupaba un primerísimo plano el espiritismo, tarea
que lo tenía ocupado algunas noches claves de la semana en que intentaba
comunicarse con los espíritus del más allá en la búsqueda compulsiva de
un tesoro que, según las tradiciones familiares, yacía oculto en alguno
de los rincones de la propiedad.
Según las historias que se
contaban, la casa, que ocupaba un sector de ese gran solar que
perteneció a un tal Tadeo Sánchez, uno de los portugueses que llegaron
por el Marañón a fundar la ciudad, era solo una parte de las tantas en
que después de su muerte se dividieron sus herederos quedando reducidas a
franjas cuya largura, sin embargo, les permitía extenderse de calle a
calle.
Sobre la existencia del tesoro se decía que Tadeo, que además
era terrateniente en el valle de Llanguat en donde poseía esclavos
descendientes de africanos, era tan rico que vareaba la plata para que
no se enmoheciera y que, ante el peligro inminente que significaba la
presencia inopinada de los montoneros que en nombre de la independencia
hacían barbecho con los pueblos por donde pasaban y luego por la
invasión de los chilenos atraídos por la fama de hombres ricos de los
celendinos, tenían planeado una incursión de saqueo a estas tierras.
Tadeo, junto con otros coetáneos decidió enterrar los tesoros en algún
lugar secreto hasta que los tiempos mejoraran.
Era fama que Tadeo era
tan rico que para cavar el hueco donde enterraría su tesoro necesitó el
auxilio de uno de sus esclavos. El día fijado hizo salir a su familia a
la casa de un pariente e ingresó con el esclavo al corral. Al cabo de
dos horas salió solo y nunca nadie supo que pasó con el negro. Ni se
atrevieron a preguntárselo. Parece que los antiguos tenían derecho de
vida sobre sus esclavos.
El abogado, que se llamaba Ruperto, estaba
empeñado en desentrañar el misterio de la ubicación del entierro,
después de consultar infructuosamente los legajos antiguos de la familia
se decidió a invocar a los espíritus, ciencia de la cual tenía mucho
conocimiento y experiencia. Mandó hacer en don Baltazar Pereyra la
consabida mesa circular sin clavos y las sillas de la misma factura para
quienes lo acompañaran en la aventura de comunicarse con los espíritus
del más allá.
En esas circunstancias, la presencia de Octavio en el
altillo, en donde realizaba sus sesiones, le cayó de perillas y contando
con su ayuda realizaba sus ritos y establecía comunicación con los
espíritus de quienes en algún momento de la historia habitaron el solar.
Para su mala suerte, los temores de Octavio le impedían comunicarse con
Tadeo como era su deseo, pues estaba seguro de que solo apelando a su
espíritu podría tener una respuesta precisa acerca la ubicación del
tesoro.
Sabido es que la comunicación con los seres que ya no son
solo es posible cuando se cuenta con un carácter fuerte que se imponga a
los miedos naturales que asaltarían a cualquier mortal que se atreviera
a tal empresa. El solo hecho de entablar comunicación con su antepasado
ponía los pelos de punta a Octavio. Se decían cosas terribles de él y
si así fue en vida, cómo sería su espíritu. El solo pensarlo le hacía
temblar los huesos.
Ruperto lo conminaba a desechar sus temores
advirtiéndole que los espíritus, por ser incorpóreos, eran incapaces de
causar daños físicos a las personas. En los pocos momentos de valentía
de Octavio, Ruperto había logrado establecer un radio de trece metros
desde el sitio de la mesa a la redonda en donde yacía con toda seguridad
el entierro.
Realizando un somero examen del terreno, Ruperto empezó
a excavar en los lugares que juzgó oportunos sin lograr ningún
resultado, aparte de la manifiesta hostilidad de su suegra que temía que
derribara la casa en sus afanes de enriquecerse con tesoros que no
había guardado. Los malos resultados convencieron a Ruperto de que el
lugar preciso podría estar ubicado en la propiedad de la familia del tío
Absalón, hermano de su fallecido suegro, con quienes, pese al grado de
consanguinidad, habían llegado al extremo de ni siquiera mirarse. Eso
dificultaba la tarea de cualquier reconocimiento.
En la próxima
sesión en que Octavio por fin pudo dominar sus nervios, se comunicaron
con Tadeo, quien anunció al oído del letrado la ubicación exacta del
tesoro. Ruperto, gordo como era, no pudo resistir la emoción que esta
revelación le produjera, sufrió un repentino ataque al corazón al cual
no pudo sobrevivir, terminando con ello la aventura de la búsqueda del
tesoro.
Pasaron los años sin que nadie se acordara del tesoro y los
familiares de Absalón, resueltos a emigrar a la capital y cansados de
los ruidos nocturnos, gritos y lamentos, vendieron la propiedad a un
campesino recién llegado a la ciudad. Al campesino le pareció incómoda,
aún antes de comprar la casa, la escalera de piedras y barro que
separaba la cocina de la sala y los dormitorios y decidió derruirla para
ampliar el comedor. Contrató a un albañil y él mismo con sus hijos
ayudaron en la tarea, dándose con la gran sorpresa de encontrar un
esqueleto emparedado y debajo de él, en un baúl cuyas maderas yacían
carcomidas por las termitas, el tesoro que enterró Tadeo hace ciento
cincuenta años exactos.
El campesino, de apellido Pisco, se volvió
rico de repente y usó su tesoro para adquirir otras propiedades en las
que se dio a la inútil tarea de seguir buscando tesoros hasta que se
volvió loco de desilusión sin comprender que la oportunidad solo se
presenta una vez y es de necios seguir tentando a la fortuna.

hermosa la leccion de vida...

es muy parecida a la historia del conde de montecristo...EDMUNDO DANTES...hecho prisionero injustamente, separado de su amada mercedes, y su padre morir de desesperacion y hambre¡

fue enterrado vivo en las masmorras de la prision francesa , ahi la providencia divina le recompenso haciendole conocer al abate farias.

este le enseño el arte del esgrima aritmetica matematicas etc...

y al final de su existencia le regalo...EL SECRETO DEL TESORO DE LA ISLA DE MONTECRISTO.

ANTIQUISIMO TESORO QUE PROBENIA DE LA familia SPADA.

al salir de prision edmundo dantes....se embarca a la isla encuentra el tesoro....y ....

EN LUGAR DE VIVIR SU VIDA. COMO LA PROVIDENCIA LE PREMIABA...

DECIDIO VENGARSE.....USAR SU INMENSDA FORTUNA....para acabar con los que lo enterraron en vida.

y al final........bueno...lean ese libro y su continuacion....LA MANO DEL MUERTO¡

DONDE se narran de manera sutil....pero clara para los iniciados en las artes.....la manera que se valian los nigromantes de la atroz mala ciencia.....estupendo libro....

y mas cuando EDMUNDO DANTES....DESCUBRE EL TESORO.

UFFF hasta parece quer lo veo..que lo estoy viviendo.

ya mejor me voy a ver la pelicula.......