- charly BertoniIdentidad Certificada
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Frase Célebre : Mas vale queso en mano que queso enterrado.
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Cuatro relatos sobre tesoros y aparecidos
Lun 08 Jun 2015, 11:08 am
Cuatro relatos sobre tesoros y aparecidos.
(yo no soy el que realizo la entrevista fue otro compañero pero se las comparto)
La narradora, de 81 años y conocimientos apenas básicos sobre lectura y escritura, sitúa sus relatos, alternativamente, en sus dos únicos lugares de residencia: un rancho de Tierra Nueva y el centro de San Miguel de Allende. Es interesante notar que, cuando relata cosas ocurridas en alguno de ellos, el narrador deja de estar en el lugar en el que cuenta para trasladarse hacia aquellos lugares de lo narrado. Así, aunque esté en San Miguel de Allende, los cerros de la lejana Tierra Nueva son un simple “aquí arriba” en el relato. Muchos de los rasgos del lenguaje empleado son, por otra parte, característicos de la narración oral: preferencia por la coordinación oracional simple, uso de discurso directo, lenguaje sencillo con repeticiones enfáticas, etc.
La transcripción se ha hecho lo más fielmente posible, tratando de conservar mediante la puntuación, el énfasis dado por la narradora a sus frases. Las esporádicas faltas de congruencia se deben a los momentos de duda. Se han incluido entre corchetes las intervenciones de los entrevistadores y algunas de las señales que la narradora hace constantemente con las manos para explicar lo que dice. La conversación con María Luisa Villanueva tuvo un largo tono de sabiduría apacible y resultó un recordatorio de que las historias existen como parte de una amplia experiencia vital y literaria. Espero haber conservado algo de esa vitalidad en los relatos que transcribo.
El tesoro escondido
Yo andaba cocinando y trayendo agua de afuera y [María Cruz] no podía caminar todavía y no me soltaba de la ropa y nomás se... así conmigo.
Y ya estaba Pili; Pili caminaba bien fuerte por allá y allá. [María Cruz] estaba bien gordita y muy chiquita y Pili delgada, delgada. Hasta así le decían, mi abuelita, así le decía: “la delgada”. Entonces ahí tienes de saber qué pues allí vivían mi tío, mi abuelita, ¿tú qué? tu abuelito. Entonces nos íbamos aquí arriba mi mamá y yo, y se quedaba mi tío Jorge solo. Luego nos tardábamos un día o dos, y ya mi abuelita: Vamos a hacer hartas comidas y tortillas para tu tío, se va a quedar solo. Mi papá no estaba allí entonces. Iba y venía. Estaba solito. Y ahí tienes de que luego me dijo, ya de días, mi abuelita, no me dijo luego, luego, dice: ¿Tú crees, tu tío Jorge (¿tu tío? sí, mi tío, él era mi tío, dice) tiene mucho miedo?
Le dije:
— ¿Por qué?
Dice: — Porque lo asustaron, ahora que nos fuimos a Tierra Nueva.
— ¿Quién lo asustó?
Dice:
— Pos ¿eeeh? una persona que ya no era de esta vida.
Dije:
— ¿Y él cómo supo él?
— No, pues dice, que no le hizo nada, que simplemente hacía días, antes, que él ya había visto la persona vestido de blanco todo. Así había nopales y así por entre los nopales que lo vio. Luego, luego me culpó a mí. Que dijo: — ¡Ay! Esta tiene novio. Y por eso viene ese señor, quién sabe quién será.
Que él se hizo que no lo vio y se regresó. Como allá pues, era en el campo no se va al baño a un, a un baño, sino que afuera, entre allá la nopalera. Y luego, en seguida de esa vez que no dijo nada, fue cuando nos fuimos nosotras. Y cuando nos fuimos, él se volvió a quedar solo.
¡Ah ni me acordaba! [Señalando la grabadora] Y que también salió él; estaba solo en la casa y lo volvió a ver, más cerquita de él. Y que lo vio y dijo:
— ¡Ay! Ahora sí le llamo.
Y le dijo:
— De parte de Dios te pido: ¿eres de esta vida o eres de la otra?
Que le contestó:
— Soy de la otra.
Luego se llenó de espanto. Que le dijo:
— Nomás vine a decirte que saques el dinero que está ahí en donde guardan los animales.
O sea, era ganado menor. Le dice: — Está... Le empezó a decir, a darle señas y él como que se, se sintió con miedo, mucho miedo, que ya no se fijó lo que le dijo. Él nomás se acordaba que donde estaba la piedra de canto. Y bueno, ya se fue a su cama y dice que ese día no podía ni despertar, que se despertó muy tarde. Y ya se levantó, pero con el susto, aquel día. Y sí, pos papá Reyes también dijo que él había visto algo, pero él no vio que fuera una persona. Él dijo que era como un cirio encendido, iluminado todo, eso fue después. Ya mi tío fue a buscar el dinero y todo, pero no lo encontró porque no supo dónde.
Eran dos corrales en que se guardaban animales y como no se dio cuenta todo cómo le explicó, fueron a buscar el dinero y no encontraron nada.
Pues ya lo dejaron. No volvieron a buscar. Y luego decían que los antecedentes de mis abuelos y bisabuelos, que tenían mucha plata. Quién sabe oro, pero que sí tenían mucho dinero, que no lo gastaban. Ni se vestían bien ni nada. Que lo tenían como... allá que acostumbraban que en un rinconcito guardaban maíz o frijol y así, que así tenían el dinero.
Pero cuando había revolución que la gente, pos le quitaban todo. Y ellos se iban, con todo lo que tenían. Y ellos lo guardaron entre... lo sepultaron el dinero. Y de ese modo se quedaron los dineros.
[— ¿Y nunca lo encontraron?]
Pues yo creo que ahora, después, a lo mejor sí, porque Felipe vino un tiempo, medio hermano de tu abuelito, a estar aquí; trabajaba. Y él me dijo que Tiburcia, una hija de mi primo Próculo, que había visto la llamita.
Pero también si no les pertenecía a ellos, ps’ no lo encontraron. Aunque hayan encontrado algunas cosas. Dicen que se presenta como huesos, como carbón. Quien sabe, o como otras cosas, más feas.
[— ¿Eso era lo que le espantaba a Mary?]
¿Mande?
[— ¿Que si eso era lo que espantaba a mi mamá?]
Yo ahora creo que sí, porque también los perros, como orita estaban aquí en silencio y corrían, para a la puerta donde era la entrada.
Corrían y se alegraban como cuando una persona que se llega con alegría, así. Iban los dos, los dos, los dos y por ese lugar donde le habló la última vez a mi tío había... no se podía pasar, los perros no pasaban. Y nomás se quedaban [oliendo] Sí, y era cuando ella me decía:
— ¡Aaayyy!
— ¿Qué es hija?
— Eeeese
— ¿Pero qué? No hay nada hija.
— Eeese
Y lo veía y se volteaba y se me acercaba a mí y se me escondía en mí.
El espíritu iluminado
El que se muere está dicho que ya no viene, van y lo sepultan y ya no se sale. Que yo tengo una Biblia que dice que Dios de alguna manera hace que vengan; como si vinieran ellos a arreglar asuntos que dejaron sin arreglar. Pues es lo que dice y ya; pero no nos explica qué ni cómo, nada más así: de alguna manera. Y por eso yo sí creo que sí hablan. Pues yo creo el espíritu del que murió o... no sé Nuestro Señor cómo le hará.
Y ya después papá Reyes decía que una noche, estando él dormido, oyó como un ruidito, y dijo que allí en la puerta vio él como una vela grande, y... iluminada, iluminada. [Murmura] y... pues allí estaba ¿no? y dijo
— Pues voy a ver qué es.
Y se bajó y se calzó y ya, cuando se iba acercando, que camina así como volando. Y él la siguió, él sí anduvo por esa misma nopalera con él. Dice que él iba tras de aquella cosa, la había visto. Nomás que había unas barditas que ponían para que los animales no se pasaran; pues como era en el rancho. Entonces llegaron a esa bardita y le habían puesto ramas de, de garabatillo le decíamos ahí. Y no podía pasar él. Dice que traspasó la cerquita y que dijo: — Ya, pues ya se fue.
Y se regresó a dormir. Y fue después de los de mi tío, yo creo, porque ya le había dicho. Y no estaba lejos de ahí ya el, el donde estaba, porque a mí me dijo Felipe, ya te dije que él dijo que Tiburcia lo había visto y no era en el corral que ellos pensaban, sino que era en el otro. Estaba, pues, cerquita de donde nosotros vivíamos; nomás era una bardita como ay así [señala con la mano]. Para allá vivían ellos y para acá nosotros, y el corral según estaba como aquí. Era un cuarto que habían dejado para guardar animales, pero no tenía techo. Había una piedra redonda, me acuerdo, yo dónde mero... y había como un maceterito al otro lado de la puerta. La puerta ahí, acá la piedra redonda y la esquina y la barda que venía así; y para acá tenía como un maceterito, así, bajito de pared también.
Y yo no entiendo si estaba en la esquina, si estaba en el macetero.
El cantarito de oro
Y muchas personas dicen que sí han encontrado dineros, pero al encontrarlo no lo ven dinero. Que huesos, que carbón, que... Bueno una vez me contaba mi abuelita, ella tenía una amiga que se llamaba Clemencia y el papá se llamaba Germán. Y que le contaba un muchacho que pretendía a una de las hijas de don Germán y que pasaba mucho por ahí por ese arroyo. Y a la vez era arroyo y camino, arroyo que no permanecía el agua, nomás cuando llovía. Bueno, pues cuando él iba pasando, que en esos días llovió, y como en las... cuando remoja las barrancas que hay, que no son de ese tepetate fuerte, se derrumban algunas, como pared.
Y que iba él allá, para ver si veía a su novia. Iba pasando y luego vio que un cantarito pendía así, de la barranca, que ya mero se caía, parecía.
— Ay, que dijo, ¿qué tendrá?
El muy curioso fue y quién sabe cómo le haría que lo bajó y se puso a verlo... ahí estaba, llenito de monedas, moneditas de oro. Y que dijo: — ¡Aaaaay! Qué bueno ora sí, ora sí todos los regalos y todo el, todo el, todo el encanto va a ser don Germán, pues ya tengo dinero.
— No, que dijo, lo que es ora si a nadie le he de prestar ni un cinco, a nadie, por más necesidad que tengan. Me lo voy a dejar para comprar regalos.
Y quería hacer su boda. Pues ay, de que bajó el cantarito y él llevaba mecate, riata, no sé qué cosa, pues en el campo así andan los hombres. Si no es con la cinta es un machete, un mecate, algo. Que lazó el cantarito de aquí, les digo yo [del cuello], y se lo cargó y se fue. Y ahí va aprisa y luego oyó como que ya no pesaba y oyía ruidito. Y dice: — ¿Por qué, por qué se oyirá ese ruido pues si... no hacía ruido? Que lo bajó, ¡que lo vió que hasta hervía de inmundicia! Que dijo: — ¡Oooy lo que he venido cargando de tan lejos!
Que estaban las piedras así, las del camino, que lo bajó ahí y ¡pás!, rompió el cantarito y que se fue. Todo aquello ahí quedó muy feo. Ái’sta.
Y en ese tiempo algunos hombres, su trabajo era salir por los ranchos, a lo lejos de su casa, hasta algunos días no volvían y que les llamaban varilleros porque eran de los que llevaban a vender hilo, agujas, cosas de esas de mercería. Y que iba el señor pasando ¡y que veía brillar y que veía brillar!
— Ay, que dijo, ¿qué será?
No, pus que va llegando, pus era eso. Ya lo recoge y se lo lleva y ya no anduvo vendiendo jarritos ni nada [risa].
[— Al otro por avaricioso]
Si, pues sí, es muy delicado eso. No, pues, si Dios no les da eso para la perdición sino para que trabajen, se ayuden, ayuden a los demás.
El espíritu del panteón
Si bueno... ¿de qué te iba a contar?
[— De Alonso, de una vez que estaba en la casa de Insurgentes]
¡Ah sí! Me dijo Fermina, dice: — Mamá, te voy a dejar mi niño, te lo encargo porque vamos a salir.
Creo iban a, a esta Potosina, a la Huasteca Potosina. Y me encargó el niño, me lo dejó. Él era muy chistosito pobrecito. Se ponía como a mecerse, se ponía de rodillas y las manitas y así sobre la cama. Y ya luego que el sueñito lo dominaba se caía y se dormía. Y había muchos moscos, zancudos. Este, — Sí, le dije, me lo traes y aquí está el niño.
Ya antes de irse me lo llevó y yo le dije a tu abuelito: — Voy a poner Flit, creo se llamaba entonces un matamoscos que había.
Y fui lo rocié bien en el día para que en la noche ya no estuviera fuerte.
Y cerré la puerta. Ya luego que se iba a hacer tarde, o de noche más bien dicho, entonces le dije a tu abuelito: — Me voy con el niño a dormir allá a mi cuarto, le dije, porque es el que tengo preparado para que no lo piquen los zancudos, le dije. ¡Ay a ver si no me encuentro con la calaca!
Porque en ese tiempo me... de día, ¡después hasta de día, tú crees!
Estaba yo parada así, platicando con otra persona, sentía como te, cuando te acercas y abrazas a alguien de aquí [de la cintura por la espalda] sentía yo. Eso se siente interno. Así, pero si de veras. Si me estaba durmiendo, ¡oyía ronquidones de un señor que roncaba tan feo! Y, y luego como que si un espíritu se empieza a meter por, por este lado. Y yo pronto ya sabía yo que moviéndome se me quitaba.
[—Pero por el pie izquierdo]
Sí, por este, nunca por este. Pues ahí tienes que esa primera vez, porque con eso de la menopausia o no se qué, ya no pude dormir bien. Y nomás me ponía un tapetito así [en los pies] que me quedara de aquí para abajo, en lo frío, en lo frío del suelo. Me tapaba una sabanita y me acostaba. Y cuando hacía calor pues no podía estar. Me quedaba así por fuera y en la mañana, que ya estaba fresco me pasaba. Así lo hacía y ya sabía entonces que me asustaban. Y cuando, y cuando yo ya estaba dormida no sé por qué me desperté y me fijé por la puerta que estaba del comedor a la cocina. Y luego vi como que venía volando así en forma de una persona un bulto negro. Pero no, no que de veras fuera cierto, namás como que imaginación; y estaba el Jesús ese dulce, y ni así. Llegó a donde yo estaba y cuando... [murmura]. Y yo tenía la medalla de la Virgen del Carmen [murmura]. ¿Que será eso? Dicen que las personas que las asustan así, que este, que, que es Satanás, fijate. ¡Ora verá! Tomé mi medallita y me la puse aquí, en la boca. Pues tenía la bondad de hacérmela que me sonara en los dientes. Y nada más.
Pero ahora después hemos descubierto que allí anteriormente ha de haber sido panteón. Los panteones que ponían en seguida de los templos.
Y pues ahí están las madres, y ahí les han ido quitando, quitando.
Y yo eso pienso que... Porque una vez que yo... se descompuso el piso y luego yo dije: — Aquí voy a plantar una hierbita.
Había muchos huesitos; que a la mejor por eso [espantaban]. También pues en el panteón que todo hay. Pues de los que están en el cielo y de los que no están allá.
(yo no soy el que realizo la entrevista fue otro compañero pero se las comparto)
Los cuatro relatos cortos que aparecen debajo de estas líneas son extractos de la grabación de una larga conversación informal sostenida con la señora María Luisa Villanueva Huerta de Pereyra, el primero de enero de 2004 en San Miguel de Allende, Guanajuato. María Luisa Villanueva nació el 25 de agosto de 1922 en Tierra Nueva, una población de San Luis Potosí cercana a la frontera con el estado de Guanajuato. Radicó en San Miguel de Allende durante cerca de treinta años, hasta su muerte en el 2006. La oportunidad de grabar las interesantes narraciones que utiliza como una forma de conversar se presentó en la celebración de año nuevo, mientras platicaba con una de sus nietas: María Luisa Helen Frey Pereyra. En la grabación participan, pues, tres voces incluyendo la del autor de estas líneas. Aunque la conversación trató de ser guiada por los dos entrevistadores hacia la narración de historias, la informante intercaló varios relatos de manera informal y espontánea, y olvidó varias veces que estaba siendo grabada.
En los relatos se pueden observar motivos y tipos propios de la cuentística de tradición oral, como son los tesoros escondidos que se revelan por apariciones de espíritus, o la metamorfosis que sufren el dinero o el oro en huesos o en carbón ante los ojos de quien los descubre y no los merece.La narradora, de 81 años y conocimientos apenas básicos sobre lectura y escritura, sitúa sus relatos, alternativamente, en sus dos únicos lugares de residencia: un rancho de Tierra Nueva y el centro de San Miguel de Allende. Es interesante notar que, cuando relata cosas ocurridas en alguno de ellos, el narrador deja de estar en el lugar en el que cuenta para trasladarse hacia aquellos lugares de lo narrado. Así, aunque esté en San Miguel de Allende, los cerros de la lejana Tierra Nueva son un simple “aquí arriba” en el relato. Muchos de los rasgos del lenguaje empleado son, por otra parte, característicos de la narración oral: preferencia por la coordinación oracional simple, uso de discurso directo, lenguaje sencillo con repeticiones enfáticas, etc.
La transcripción se ha hecho lo más fielmente posible, tratando de conservar mediante la puntuación, el énfasis dado por la narradora a sus frases. Las esporádicas faltas de congruencia se deben a los momentos de duda. Se han incluido entre corchetes las intervenciones de los entrevistadores y algunas de las señales que la narradora hace constantemente con las manos para explicar lo que dice. La conversación con María Luisa Villanueva tuvo un largo tono de sabiduría apacible y resultó un recordatorio de que las historias existen como parte de una amplia experiencia vital y literaria. Espero haber conservado algo de esa vitalidad en los relatos que transcribo.
El tesoro escondido
Yo andaba cocinando y trayendo agua de afuera y [María Cruz] no podía caminar todavía y no me soltaba de la ropa y nomás se... así conmigo.
Y ya estaba Pili; Pili caminaba bien fuerte por allá y allá. [María Cruz] estaba bien gordita y muy chiquita y Pili delgada, delgada. Hasta así le decían, mi abuelita, así le decía: “la delgada”. Entonces ahí tienes de saber qué pues allí vivían mi tío, mi abuelita, ¿tú qué? tu abuelito. Entonces nos íbamos aquí arriba mi mamá y yo, y se quedaba mi tío Jorge solo. Luego nos tardábamos un día o dos, y ya mi abuelita: Vamos a hacer hartas comidas y tortillas para tu tío, se va a quedar solo. Mi papá no estaba allí entonces. Iba y venía. Estaba solito. Y ahí tienes de que luego me dijo, ya de días, mi abuelita, no me dijo luego, luego, dice: ¿Tú crees, tu tío Jorge (¿tu tío? sí, mi tío, él era mi tío, dice) tiene mucho miedo?
Le dije:
— ¿Por qué?
Dice: — Porque lo asustaron, ahora que nos fuimos a Tierra Nueva.
— ¿Quién lo asustó?
Dice:
— Pos ¿eeeh? una persona que ya no era de esta vida.
Dije:
— ¿Y él cómo supo él?
— No, pues dice, que no le hizo nada, que simplemente hacía días, antes, que él ya había visto la persona vestido de blanco todo. Así había nopales y así por entre los nopales que lo vio. Luego, luego me culpó a mí. Que dijo: — ¡Ay! Esta tiene novio. Y por eso viene ese señor, quién sabe quién será.
Que él se hizo que no lo vio y se regresó. Como allá pues, era en el campo no se va al baño a un, a un baño, sino que afuera, entre allá la nopalera. Y luego, en seguida de esa vez que no dijo nada, fue cuando nos fuimos nosotras. Y cuando nos fuimos, él se volvió a quedar solo.
¡Ah ni me acordaba! [Señalando la grabadora] Y que también salió él; estaba solo en la casa y lo volvió a ver, más cerquita de él. Y que lo vio y dijo:
— ¡Ay! Ahora sí le llamo.
Y le dijo:
— De parte de Dios te pido: ¿eres de esta vida o eres de la otra?
Que le contestó:
— Soy de la otra.
Luego se llenó de espanto. Que le dijo:
— Nomás vine a decirte que saques el dinero que está ahí en donde guardan los animales.
O sea, era ganado menor. Le dice: — Está... Le empezó a decir, a darle señas y él como que se, se sintió con miedo, mucho miedo, que ya no se fijó lo que le dijo. Él nomás se acordaba que donde estaba la piedra de canto. Y bueno, ya se fue a su cama y dice que ese día no podía ni despertar, que se despertó muy tarde. Y ya se levantó, pero con el susto, aquel día. Y sí, pos papá Reyes también dijo que él había visto algo, pero él no vio que fuera una persona. Él dijo que era como un cirio encendido, iluminado todo, eso fue después. Ya mi tío fue a buscar el dinero y todo, pero no lo encontró porque no supo dónde.
Eran dos corrales en que se guardaban animales y como no se dio cuenta todo cómo le explicó, fueron a buscar el dinero y no encontraron nada.
Pues ya lo dejaron. No volvieron a buscar. Y luego decían que los antecedentes de mis abuelos y bisabuelos, que tenían mucha plata. Quién sabe oro, pero que sí tenían mucho dinero, que no lo gastaban. Ni se vestían bien ni nada. Que lo tenían como... allá que acostumbraban que en un rinconcito guardaban maíz o frijol y así, que así tenían el dinero.
Pero cuando había revolución que la gente, pos le quitaban todo. Y ellos se iban, con todo lo que tenían. Y ellos lo guardaron entre... lo sepultaron el dinero. Y de ese modo se quedaron los dineros.
[— ¿Y nunca lo encontraron?]
Pues yo creo que ahora, después, a lo mejor sí, porque Felipe vino un tiempo, medio hermano de tu abuelito, a estar aquí; trabajaba. Y él me dijo que Tiburcia, una hija de mi primo Próculo, que había visto la llamita.
Pero también si no les pertenecía a ellos, ps’ no lo encontraron. Aunque hayan encontrado algunas cosas. Dicen que se presenta como huesos, como carbón. Quien sabe, o como otras cosas, más feas.
[— ¿Eso era lo que le espantaba a Mary?]
¿Mande?
[— ¿Que si eso era lo que espantaba a mi mamá?]
Yo ahora creo que sí, porque también los perros, como orita estaban aquí en silencio y corrían, para a la puerta donde era la entrada.
Corrían y se alegraban como cuando una persona que se llega con alegría, así. Iban los dos, los dos, los dos y por ese lugar donde le habló la última vez a mi tío había... no se podía pasar, los perros no pasaban. Y nomás se quedaban [oliendo] Sí, y era cuando ella me decía:
— ¡Aaayyy!
— ¿Qué es hija?
— Eeeese
— ¿Pero qué? No hay nada hija.
— Eeese
Y lo veía y se volteaba y se me acercaba a mí y se me escondía en mí.
El espíritu iluminado
El que se muere está dicho que ya no viene, van y lo sepultan y ya no se sale. Que yo tengo una Biblia que dice que Dios de alguna manera hace que vengan; como si vinieran ellos a arreglar asuntos que dejaron sin arreglar. Pues es lo que dice y ya; pero no nos explica qué ni cómo, nada más así: de alguna manera. Y por eso yo sí creo que sí hablan. Pues yo creo el espíritu del que murió o... no sé Nuestro Señor cómo le hará.
Y ya después papá Reyes decía que una noche, estando él dormido, oyó como un ruidito, y dijo que allí en la puerta vio él como una vela grande, y... iluminada, iluminada. [Murmura] y... pues allí estaba ¿no? y dijo
— Pues voy a ver qué es.
Y se bajó y se calzó y ya, cuando se iba acercando, que camina así como volando. Y él la siguió, él sí anduvo por esa misma nopalera con él. Dice que él iba tras de aquella cosa, la había visto. Nomás que había unas barditas que ponían para que los animales no se pasaran; pues como era en el rancho. Entonces llegaron a esa bardita y le habían puesto ramas de, de garabatillo le decíamos ahí. Y no podía pasar él. Dice que traspasó la cerquita y que dijo: — Ya, pues ya se fue.
Y se regresó a dormir. Y fue después de los de mi tío, yo creo, porque ya le había dicho. Y no estaba lejos de ahí ya el, el donde estaba, porque a mí me dijo Felipe, ya te dije que él dijo que Tiburcia lo había visto y no era en el corral que ellos pensaban, sino que era en el otro. Estaba, pues, cerquita de donde nosotros vivíamos; nomás era una bardita como ay así [señala con la mano]. Para allá vivían ellos y para acá nosotros, y el corral según estaba como aquí. Era un cuarto que habían dejado para guardar animales, pero no tenía techo. Había una piedra redonda, me acuerdo, yo dónde mero... y había como un maceterito al otro lado de la puerta. La puerta ahí, acá la piedra redonda y la esquina y la barda que venía así; y para acá tenía como un maceterito, así, bajito de pared también.
Y yo no entiendo si estaba en la esquina, si estaba en el macetero.
El cantarito de oro
Y muchas personas dicen que sí han encontrado dineros, pero al encontrarlo no lo ven dinero. Que huesos, que carbón, que... Bueno una vez me contaba mi abuelita, ella tenía una amiga que se llamaba Clemencia y el papá se llamaba Germán. Y que le contaba un muchacho que pretendía a una de las hijas de don Germán y que pasaba mucho por ahí por ese arroyo. Y a la vez era arroyo y camino, arroyo que no permanecía el agua, nomás cuando llovía. Bueno, pues cuando él iba pasando, que en esos días llovió, y como en las... cuando remoja las barrancas que hay, que no son de ese tepetate fuerte, se derrumban algunas, como pared.
Y que iba él allá, para ver si veía a su novia. Iba pasando y luego vio que un cantarito pendía así, de la barranca, que ya mero se caía, parecía.
— Ay, que dijo, ¿qué tendrá?
El muy curioso fue y quién sabe cómo le haría que lo bajó y se puso a verlo... ahí estaba, llenito de monedas, moneditas de oro. Y que dijo: — ¡Aaaaay! Qué bueno ora sí, ora sí todos los regalos y todo el, todo el, todo el encanto va a ser don Germán, pues ya tengo dinero.
— No, que dijo, lo que es ora si a nadie le he de prestar ni un cinco, a nadie, por más necesidad que tengan. Me lo voy a dejar para comprar regalos.
Y quería hacer su boda. Pues ay, de que bajó el cantarito y él llevaba mecate, riata, no sé qué cosa, pues en el campo así andan los hombres. Si no es con la cinta es un machete, un mecate, algo. Que lazó el cantarito de aquí, les digo yo [del cuello], y se lo cargó y se fue. Y ahí va aprisa y luego oyó como que ya no pesaba y oyía ruidito. Y dice: — ¿Por qué, por qué se oyirá ese ruido pues si... no hacía ruido? Que lo bajó, ¡que lo vió que hasta hervía de inmundicia! Que dijo: — ¡Oooy lo que he venido cargando de tan lejos!
Que estaban las piedras así, las del camino, que lo bajó ahí y ¡pás!, rompió el cantarito y que se fue. Todo aquello ahí quedó muy feo. Ái’sta.
Y en ese tiempo algunos hombres, su trabajo era salir por los ranchos, a lo lejos de su casa, hasta algunos días no volvían y que les llamaban varilleros porque eran de los que llevaban a vender hilo, agujas, cosas de esas de mercería. Y que iba el señor pasando ¡y que veía brillar y que veía brillar!
— Ay, que dijo, ¿qué será?
No, pus que va llegando, pus era eso. Ya lo recoge y se lo lleva y ya no anduvo vendiendo jarritos ni nada [risa].
[— Al otro por avaricioso]
Si, pues sí, es muy delicado eso. No, pues, si Dios no les da eso para la perdición sino para que trabajen, se ayuden, ayuden a los demás.
El espíritu del panteón
Si bueno... ¿de qué te iba a contar?
[— De Alonso, de una vez que estaba en la casa de Insurgentes]
¡Ah sí! Me dijo Fermina, dice: — Mamá, te voy a dejar mi niño, te lo encargo porque vamos a salir.
Creo iban a, a esta Potosina, a la Huasteca Potosina. Y me encargó el niño, me lo dejó. Él era muy chistosito pobrecito. Se ponía como a mecerse, se ponía de rodillas y las manitas y así sobre la cama. Y ya luego que el sueñito lo dominaba se caía y se dormía. Y había muchos moscos, zancudos. Este, — Sí, le dije, me lo traes y aquí está el niño.
Ya antes de irse me lo llevó y yo le dije a tu abuelito: — Voy a poner Flit, creo se llamaba entonces un matamoscos que había.
Y fui lo rocié bien en el día para que en la noche ya no estuviera fuerte.
Y cerré la puerta. Ya luego que se iba a hacer tarde, o de noche más bien dicho, entonces le dije a tu abuelito: — Me voy con el niño a dormir allá a mi cuarto, le dije, porque es el que tengo preparado para que no lo piquen los zancudos, le dije. ¡Ay a ver si no me encuentro con la calaca!
Porque en ese tiempo me... de día, ¡después hasta de día, tú crees!
Estaba yo parada así, platicando con otra persona, sentía como te, cuando te acercas y abrazas a alguien de aquí [de la cintura por la espalda] sentía yo. Eso se siente interno. Así, pero si de veras. Si me estaba durmiendo, ¡oyía ronquidones de un señor que roncaba tan feo! Y, y luego como que si un espíritu se empieza a meter por, por este lado. Y yo pronto ya sabía yo que moviéndome se me quitaba.
[—Pero por el pie izquierdo]
Sí, por este, nunca por este. Pues ahí tienes que esa primera vez, porque con eso de la menopausia o no se qué, ya no pude dormir bien. Y nomás me ponía un tapetito así [en los pies] que me quedara de aquí para abajo, en lo frío, en lo frío del suelo. Me tapaba una sabanita y me acostaba. Y cuando hacía calor pues no podía estar. Me quedaba así por fuera y en la mañana, que ya estaba fresco me pasaba. Así lo hacía y ya sabía entonces que me asustaban. Y cuando, y cuando yo ya estaba dormida no sé por qué me desperté y me fijé por la puerta que estaba del comedor a la cocina. Y luego vi como que venía volando así en forma de una persona un bulto negro. Pero no, no que de veras fuera cierto, namás como que imaginación; y estaba el Jesús ese dulce, y ni así. Llegó a donde yo estaba y cuando... [murmura]. Y yo tenía la medalla de la Virgen del Carmen [murmura]. ¿Que será eso? Dicen que las personas que las asustan así, que este, que, que es Satanás, fijate. ¡Ora verá! Tomé mi medallita y me la puse aquí, en la boca. Pues tenía la bondad de hacérmela que me sonara en los dientes. Y nada más.
Pero ahora después hemos descubierto que allí anteriormente ha de haber sido panteón. Los panteones que ponían en seguida de los templos.
Y pues ahí están las madres, y ahí les han ido quitando, quitando.
Y yo eso pienso que... Porque una vez que yo... se descompuso el piso y luego yo dije: — Aquí voy a plantar una hierbita.
Había muchos huesitos; que a la mejor por eso [espantaban]. También pues en el panteón que todo hay. Pues de los que están en el cielo y de los que no están allá.
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Re: Cuatro relatos sobre tesoros y aparecidos
Miér 10 Jun 2015, 12:00 am
Hermosos relatos de nuestra gente Charly, gracias por compartirlo.
Me recordó a mi abuela.
Va su punto (+) para usted por el gran trabajo de transcribir la entrevista.
Saludos
Me recordó a mi abuela.
Va su punto (+) para usted por el gran trabajo de transcribir la entrevista.
Saludos
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