RELATOS DE TESOROS: El tesoro del Jardín de la Corregidora

En Querétaro, como en otros estados de la República, desde siempre ha existido la posibilidad de encontrar en los sitios menos esperados, como producto del ingenio de nuestros antepasados, “entierros” de monedas y joyas, que como no existían lugares más seguros para sus dueños, los escondían en las propias casas, lo que les permitía el cuidado y la fácil disposición en el momento que la circunstancia lo ameritaba.

Por muchos motivos, en nuestra ciudad se dieron este tipo de escondites, y fue público cuando, al ampliar una calle o restaurar una vieja casona, los albañiles tropezaran con lo que por muchos años permaneció oculto.

Se recuerdan los “millones del Chaflán”, hallazgo que en plena Calzada Zaragoza, por el rumbo del Tanque del Agua, se encontró una mañana, al escarbar con pico y pala, cuantioso tesoro en monedas de oro y plata. Otro fue encontrado en la esquina de Hidalgo y Ezequiel Montes, en los años 60, en donde por muchos años habitó la familia Lozada. Se conoció también de un cuarto con monedas y uniformes, en Pasteur y Libertad. En la escalera de la propia Casa de Ecala, cuando la habitaba la familia Vázquez, que con la desaparición del albañil, sólo encontraron los cántaros y algunas monedas.

También en la casona de Don Timoteo Fernández de Jáuregui, hoy Sede del Congreso; otro en pleno Madero, al adecuar un local de conocida zapatería. También en Ezequiel Montes, donde hoy está el periódico “noticias”, y muchos, muchos más, que sólo los que los encontraron lo supieron. Esta posibilidad estaba en el aire y en casos tan presente, que algunas personas, como Don Juan Llaca, adquirieron modernos detectores de metales, para, con dedicación, o en algunos casos, con obsesión, dedicar muchas horas para hacer realidad lo que por tradición oral afirmaban las consejas populares, en muchas ocasiones con sólido fundamento, por los antecedentes de los antiguos propietarios, personajes dueños de haciendas que acumularon grandes capitales.

Algunos, como Don Salvador Lara y sus hermanos, dueños de las imponentes casas de Pasteur No.12, del Mesón de Santa Rosa, y las de la esquina de Pasteur y Libertad encontraron túneles y cuartos secretos, pero nunca trascendió si la suerte los favoreció. El ingeniero Antonio Mariné González no era ajeno a esta posibilidad, ya que dentro de su trabajo tomó varias obras para remodelar antiguas y derruidas construcciones de la ciudad, una de estas en pleno Jardín de la Corregidora, a espaldas del monumento de la insigne dama, o Jardín de las Águilas.

Una tarde, estando presente el Ing. Mariné, el maestro de obras le comentó que en el descanso de la escalera, “existía algo raro”, ya que al estar escarbando un muro, la “barra se les fue”, y encontraron una placa “como de metal”, y que, al meter la mano, se sentía una corriente de aire.

Al escuchar esto, el Ing. Mariné discretamente le dijo al maestro: “Inventa algo y corre a todos los albañiles, nada más quédate tú”. Solos ya, al retirarse el último albañil, el cual volteó a observarlos sospechosamente, cerraron la puerta, y con el entusiasmo del momento, que no era para menos –“podrían ser ricos en los próximos minutos”–, procedieron a explorar el orificio entre piedras que formaban la pared y, a ras del piso, en el descanso de la escalera, el maestro trató de ampliarlo, y retiró escombros, metiendo el brazo hasta el hombro, comentando que era muy amplio, que sentía una placa metálica y una corriente de aire, “pues hazlo más grande para ver que hay”, le dijo el ingeniero; nuevamente, unos golpes más, los cuales fueron interrumpidos al escuchar que tocaban insistentemente la puerta de entrada de la casa. Guardaron silencio, sigilosos, y comentó el Ing., Mariné; “¿no se darían cuenta los albañiles y estarán regresando?”.

Esperando unos minutos, procedieron nuevamente a explorar con el brazo dentro del orificio ya retirar los escombros que estorbaban cuando, nuevamente, pero en forma más insistente, tocaron a la puerta. Se quedaron en silencio, viéndose el uno al otro. No había más remedio: “mejor abrimos, a ver qué es lo que sucede”. Al abrir la puerta, un hombre, con filipina blanca y con cara de enojo y desconcierto, les dijo: “oiga, ¿qué están haciendo?”, y fúrico, exclamó: “acompáñenme,”. Caminando unos pasos los hizo pasar al local del Restaurante “La Fonda del Refugio”, en donde las personas que se encontraban en esos momentos como clientes, en silencio observaron cuando el capitán de meseros le decía: “miren el agujero en la pared; está saliendo por ahí una manota, y ya dañaron el mural; los vamos a demandar”. Muchos de los que aspiramos a encontrar un tesoro y salir de pobres guardamos nuestra frustración en secreto, pero el buen amigo Toño Mariné no pudo; no corrió con tal suerte. La amenaza de la demanda se hizo efectiva, con sus consabidas molestias. Pero, ¡ánimo!, todavía hay muchos tesoros escondidos en las casas de Querétaro.