- royVoz de la Experiencia
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ERAN LOS LADRONES DE RIO FRO PARTE DE LOS PLATEADOS?
Mar 11 Ago 2009, 10:51 pm
ESTOS SON FRACMENTOS DE DOS CAPITULOS DE ESA GRAN OBRA LITERARIA DE MANUEL PAINO LLAMADA "LOS LADRONES DE RIO FRIO".
Relumbrón había perdido ya la esperanza de ver llegar las cinco mulas cambujas. O don Pedro Cataño le había pasado algún accidente, o se había aprovechado de la ocasión y robándose el oro encerrado en los aparejos.
A cosa de la media noche, cada uno se acostó en su recamara, y apenas acababan de conciliar el sueño cuando dieron tres toques en la puerta principal de la especie de muralla que precedía a la entrada de la casa.
Relumbrón, el primero, se levanto.
-o nos han denunciado y vienen a aprehendernos, o son las cinco mulas cambujas.
Relumbrón abrió decidido la puerta, y don Pedro y las cinco mulas cambujas, escoltadas por seis muchachos bien montados y armados entraron al patio. Relumbrón se hizo conocer. Don Pedro Cataño se apeó del caballo y se estrecharon la mano.
-todos duermen en este momento – le dijo- . Que descarguen las mulas en mi misma recamara y se verá donde se guardan mañana.
Los mozos de Cataño descargaron las mulas, dejaron los barriles vacios y los sacos de maíz en el patio, y colocaron los cinco aparejos en la recamara de relumbrón.
-¿viene todo completo?- pregunto relumbrón cuando entraron en la recamara, cerrando tras si la puerta.
-supongo que sí, pues los aparejos no han sido tocados y yo he dormido sobre ellos durante el camino.
-¡soberbio!
-cumplí exactamente la comisión que usted me confió –respondió con modestia Cataño-
-si aprovechamos lo que queda de la noche para extraer el oro, sería lo mejor -dijo relumbrón- Todos duermen y aunque son gente de mi confianza, mejor será que nada sepan, por que el refrán es un evangelio; la ocasión hace al ladrón.
Aquí está el secreto dijo - Relumbrón. Y en efecto, descosió con su corta plumas, levanto el forro y entre cuero y carne, como quien dice, fueron encontrando una especie como de placas de gamuza gruesa, encerrando, cada una, una cierta cantidad de onzas de oro, equilibradas y dispuestas de tal modo que no molestasen a la mula ni aumentasen sensiblemente el peso del aparejo. Todo el resto de la noche se empleo en sacar el oro resultando una cantidad de veintidós mil pesos. Inmediatamente se arranco el nombre de Rivera bordado con paño en las atarrias, y los aparejos fueron conducidos por relumbrón mismo y Cataño a una troje, colocados en un rincón y cubiertos con paja.
Vueltos a la recamara, Relumbrón dijo a Cataño,
-De veras, amigo mío, que ha dado usted un golpe maravilloso, que, además de la utilidad que ha producido, ha hecho un servicio al estado. Este oro es parte del producto de un cargamento introducido de contrabando por una casa de comercio, que de ese modo aumenta cada día su fortuna, pero en esta ocasión ha llevado buen chasco, y aunque se lo juraran no podría creer que que el fruto de su fraude esta sobre esta mesa. Según nuestros convenios, tiene usted, además de los gastos, el veinticinco por ciento. Puede usted tomarlo o disponer de él en México o donde quiera, que yo tengo crédito en todas partes.
-Los gastos no han sido gran cosa- pero lo que si deseo es vestir a mis muchachos con un lujo que llame la atención. Botonaduras de oro y plata, sombreros muy finos y toquillas tejidas de oro fino, vestidos de paño azul oscuro, caballos y armas de lo mejor, y siempre algo de dinero en la bolsa para no estar atenidos, como quien dice, a buscar la amanezca. Usted tiene delante, más que un hombre, a un loco a quien el destino le ha deparado una vida singular y extraña.
Quedo convenido que al regreso a México del platero, se dedicaría de preferencia a construir botones, agujetas y tejas guarnecidas de plata para aperar la cuadrilla como su jefe deseaba y que antes de un mes le sería entregado todo. Con esto se retiro a descansar las pocas horas que faltaban.
Los que formaban la gavilla, que sin ofender al ejército llamaremos soldados, por ser más fácil y llano, estaban vestidos con absoluta igualdad, todos eran casi de una misma edad, de presencia imponente, de obrar resueltos y de pocas palabras. Para la ejecución, sumisos y obedientes a la menor insinuación de don Pedro Cataño, pero entre ellos, alegres, joviales, chanceros, buenos amigos. En substancia, no eran mala gente cuando se les sabía tratar. Pero una legión de demonios era un juego de niños si se les contrariaba y se les disputaba siquiera lo negro de una uña.
Conociendo a uno ya se conocía a todos, pues aun la estatura ofrecía muy pocas diferencias, sombrero negro con toquillas gruesas de trenzas de oro fino, vestido mezclilla obscuro, la calzonera con botonadura de bolitas de plata, fuste guarnecido, espada filosa debajo de la pierna, reata en los tientos y un par de pistolas en el cinto, dinero siempre en las bolsa, y con que cubrirse las lluvias y en las tempestades. Todo muy bien arreglado y ligero. Lo primero, los caballos, que parecían venados. No eran muchos, treinta y dos hombres, pues don Pedro Cataño no había querido admitir más. No se crea que esta pequeña pero brillante tropa salió a son de trompeta y clarines de la hacienda de arroyo prieto, al contrario fue desapareciendo sin que la tierra lo sintiese. Un día don Pedro, seguido de su mozo, vestido como todos los mozos del campo, se marcho sin decir adiós a nadie; Enderezo para el valle de México, entro por una garita y salió por la otra, y fue a dar a la grande, donde encontró a Pepe cervantes; Almorzó con él, fue en seguida a echar un trago a la famosa pulquería Xochitl, se cercioro de que el pueblo de tepetlastoc, con la ausencia de los valentones, se hallaba en la mayor tranquilidad; De allí bajo a Texcoco, visito en Coxtitlan a don Antonio Palomo y en Chapingo a don Agustín Zaro, y provisto de cartas de recomendación, pues precisamente para eso fue, se interno en Ameca y fue a dar al Plan de las Amilpas y del plan de Cuautla paso a la cañada de Cuernavaca. El gran ingenio de San Carlos, Pantitlan, Casa de calderón, Atlihuayan, casasano, Santa Clara, Santa Inés, El Hospital, la pequeña y primorosa hacienda de calderón, atlihuyan; Por último, san Vicente y Chiconcuaque, desde donde tomo el camino real de Cuernavaca a México, y de la capital otra vez a la hacienda de arroyo Prieto, quedando enteramente contento de su expedición . Había recorrido el terreno a su sabor y antojo.
A titulo de viajero y de curioso hacia pregunta tras pregunta, observaba las entradas y salidas de la finca, la disposición de la casa y del real, las armas de fuego de que podía disponer el administrador, y si este era querido o odiado de la gente del campo, en fin, cuanto podía serle necesario para dar el golpe seguro. En cuanto a los caminos, veredas, apantle, ríos y cortaduras, poco trabajo le costó; La tierra en general era plana y los pequeños ramales de la sierra que la cortaban y que formaban las hondonadas donde estaban las labores, no necesitaban mucho estudio para un hombre nacido en el campo y criado entre los salvajes. Bastaba que una vez pasase por un camino cualquiera, para que no tuviese ya la necesidad de que lo guiasen.
Mientras se hizo esta necesaria y provechosa excursión, sus muchachos se alistaron siguiendo su mismo sistema. Un día desaparecía uno y regresaba a los tres o cuatro con su silla guarnecida de plata, con su vestido nuevo, y acaso con otro caballo mejor. Así, al regreso de don Pedro, los treinta y dos estaban ya listos, y como se ha dicho, en seguida fueron uno y otro desapareciendo. Don Pedro les dio cita para el cerro de atlihuayan y calculando el tiempo que emplearían en el camino, les fijo la fecha y la hora en que debían llegar, aconsejándoles que caminara cada uno por su lado y cuando más de dos en dos. Las horas eran entre las ocho y las nueve de la noche. Entendidos en estos y otros pormenores, y con su santo y seña para reconocerse en la oscuridad, cada uno tomo el rumbo que su jefe les había previamente señalado.
LAS CINCO MULAS CAMBUJAS
Relumbrón había perdido ya la esperanza de ver llegar las cinco mulas cambujas. O don Pedro Cataño le había pasado algún accidente, o se había aprovechado de la ocasión y robándose el oro encerrado en los aparejos.
A cosa de la media noche, cada uno se acostó en su recamara, y apenas acababan de conciliar el sueño cuando dieron tres toques en la puerta principal de la especie de muralla que precedía a la entrada de la casa.
Relumbrón, el primero, se levanto.
-o nos han denunciado y vienen a aprehendernos, o son las cinco mulas cambujas.
Relumbrón abrió decidido la puerta, y don Pedro y las cinco mulas cambujas, escoltadas por seis muchachos bien montados y armados entraron al patio. Relumbrón se hizo conocer. Don Pedro Cataño se apeó del caballo y se estrecharon la mano.
-todos duermen en este momento – le dijo- . Que descarguen las mulas en mi misma recamara y se verá donde se guardan mañana.
Los mozos de Cataño descargaron las mulas, dejaron los barriles vacios y los sacos de maíz en el patio, y colocaron los cinco aparejos en la recamara de relumbrón.
-¿viene todo completo?- pregunto relumbrón cuando entraron en la recamara, cerrando tras si la puerta.
-supongo que sí, pues los aparejos no han sido tocados y yo he dormido sobre ellos durante el camino.
-¡soberbio!
-cumplí exactamente la comisión que usted me confió –respondió con modestia Cataño-
-si aprovechamos lo que queda de la noche para extraer el oro, sería lo mejor -dijo relumbrón- Todos duermen y aunque son gente de mi confianza, mejor será que nada sepan, por que el refrán es un evangelio; la ocasión hace al ladrón.
Aquí está el secreto dijo - Relumbrón. Y en efecto, descosió con su corta plumas, levanto el forro y entre cuero y carne, como quien dice, fueron encontrando una especie como de placas de gamuza gruesa, encerrando, cada una, una cierta cantidad de onzas de oro, equilibradas y dispuestas de tal modo que no molestasen a la mula ni aumentasen sensiblemente el peso del aparejo. Todo el resto de la noche se empleo en sacar el oro resultando una cantidad de veintidós mil pesos. Inmediatamente se arranco el nombre de Rivera bordado con paño en las atarrias, y los aparejos fueron conducidos por relumbrón mismo y Cataño a una troje, colocados en un rincón y cubiertos con paja.
Vueltos a la recamara, Relumbrón dijo a Cataño,
-De veras, amigo mío, que ha dado usted un golpe maravilloso, que, además de la utilidad que ha producido, ha hecho un servicio al estado. Este oro es parte del producto de un cargamento introducido de contrabando por una casa de comercio, que de ese modo aumenta cada día su fortuna, pero en esta ocasión ha llevado buen chasco, y aunque se lo juraran no podría creer que que el fruto de su fraude esta sobre esta mesa. Según nuestros convenios, tiene usted, además de los gastos, el veinticinco por ciento. Puede usted tomarlo o disponer de él en México o donde quiera, que yo tengo crédito en todas partes.
-Los gastos no han sido gran cosa- pero lo que si deseo es vestir a mis muchachos con un lujo que llame la atención. Botonaduras de oro y plata, sombreros muy finos y toquillas tejidas de oro fino, vestidos de paño azul oscuro, caballos y armas de lo mejor, y siempre algo de dinero en la bolsa para no estar atenidos, como quien dice, a buscar la amanezca. Usted tiene delante, más que un hombre, a un loco a quien el destino le ha deparado una vida singular y extraña.
Quedo convenido que al regreso a México del platero, se dedicaría de preferencia a construir botones, agujetas y tejas guarnecidas de plata para aperar la cuadrilla como su jefe deseaba y que antes de un mes le sería entregado todo. Con esto se retiro a descansar las pocas horas que faltaban.
LOS DORADOS
Los que formaban la gavilla, que sin ofender al ejército llamaremos soldados, por ser más fácil y llano, estaban vestidos con absoluta igualdad, todos eran casi de una misma edad, de presencia imponente, de obrar resueltos y de pocas palabras. Para la ejecución, sumisos y obedientes a la menor insinuación de don Pedro Cataño, pero entre ellos, alegres, joviales, chanceros, buenos amigos. En substancia, no eran mala gente cuando se les sabía tratar. Pero una legión de demonios era un juego de niños si se les contrariaba y se les disputaba siquiera lo negro de una uña.
Conociendo a uno ya se conocía a todos, pues aun la estatura ofrecía muy pocas diferencias, sombrero negro con toquillas gruesas de trenzas de oro fino, vestido mezclilla obscuro, la calzonera con botonadura de bolitas de plata, fuste guarnecido, espada filosa debajo de la pierna, reata en los tientos y un par de pistolas en el cinto, dinero siempre en las bolsa, y con que cubrirse las lluvias y en las tempestades. Todo muy bien arreglado y ligero. Lo primero, los caballos, que parecían venados. No eran muchos, treinta y dos hombres, pues don Pedro Cataño no había querido admitir más. No se crea que esta pequeña pero brillante tropa salió a son de trompeta y clarines de la hacienda de arroyo prieto, al contrario fue desapareciendo sin que la tierra lo sintiese. Un día don Pedro, seguido de su mozo, vestido como todos los mozos del campo, se marcho sin decir adiós a nadie; Enderezo para el valle de México, entro por una garita y salió por la otra, y fue a dar a la grande, donde encontró a Pepe cervantes; Almorzó con él, fue en seguida a echar un trago a la famosa pulquería Xochitl, se cercioro de que el pueblo de tepetlastoc, con la ausencia de los valentones, se hallaba en la mayor tranquilidad; De allí bajo a Texcoco, visito en Coxtitlan a don Antonio Palomo y en Chapingo a don Agustín Zaro, y provisto de cartas de recomendación, pues precisamente para eso fue, se interno en Ameca y fue a dar al Plan de las Amilpas y del plan de Cuautla paso a la cañada de Cuernavaca. El gran ingenio de San Carlos, Pantitlan, Casa de calderón, Atlihuayan, casasano, Santa Clara, Santa Inés, El Hospital, la pequeña y primorosa hacienda de calderón, atlihuyan; Por último, san Vicente y Chiconcuaque, desde donde tomo el camino real de Cuernavaca a México, y de la capital otra vez a la hacienda de arroyo Prieto, quedando enteramente contento de su expedición . Había recorrido el terreno a su sabor y antojo.
A titulo de viajero y de curioso hacia pregunta tras pregunta, observaba las entradas y salidas de la finca, la disposición de la casa y del real, las armas de fuego de que podía disponer el administrador, y si este era querido o odiado de la gente del campo, en fin, cuanto podía serle necesario para dar el golpe seguro. En cuanto a los caminos, veredas, apantle, ríos y cortaduras, poco trabajo le costó; La tierra en general era plana y los pequeños ramales de la sierra que la cortaban y que formaban las hondonadas donde estaban las labores, no necesitaban mucho estudio para un hombre nacido en el campo y criado entre los salvajes. Bastaba que una vez pasase por un camino cualquiera, para que no tuviese ya la necesidad de que lo guiasen.
Mientras se hizo esta necesaria y provechosa excursión, sus muchachos se alistaron siguiendo su mismo sistema. Un día desaparecía uno y regresaba a los tres o cuatro con su silla guarnecida de plata, con su vestido nuevo, y acaso con otro caballo mejor. Así, al regreso de don Pedro, los treinta y dos estaban ya listos, y como se ha dicho, en seguida fueron uno y otro desapareciendo. Don Pedro les dio cita para el cerro de atlihuayan y calculando el tiempo que emplearían en el camino, les fijo la fecha y la hora en que debían llegar, aconsejándoles que caminara cada uno por su lado y cuando más de dos en dos. Las horas eran entre las ocho y las nueve de la noche. Entendidos en estos y otros pormenores, y con su santo y seña para reconocerse en la oscuridad, cada uno tomo el rumbo que su jefe les había previamente señalado.
- chicharoIdentidad Certificada
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Re: ERAN LOS LADRONES DE RIO FRO PARTE DE LOS PLATEADOS?
Miér 12 Ago 2009, 12:15 am
Que buen relato saludos
atte
chicharo
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