- Pedro CantúAdmin
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El tesoro perdido del francés invasor, base histórica.
Lun 17 Mar 2008, 11:44 am
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EL TESORO PEDIDO DEL FRANCÉS INVASOR.
En un caluroso día de agosto de 1866, hicieron acto de presencia las fuerzas imperialistas al mando de Emilio Lámberg y sus aguerridos lugartenientes ópatas Jesús y Refugio Tánori. Lo hicieron por Villa de Seris, cruzaron el río para llegar después a ocupar el Centro del Hermosillo de ayer: la plaza del Parián. Los oficiales, en su mayoría franceses, suavos, suizos, austriacos, belgas y malos mexicanos que se prestaron al juego, encontraron acomodo entre las familias adineradas, donde los padres trataban en colocar a una de sus hijas entre la oficialidad, con la añoranza de encontrar aunque sea a un noble arruinado, pero noble al fin.
En cuanto a la tropa, en su mayoría mexicanos, ocuparon las instalaciones del teatro El Coliseo, de Don Ambrosio G. Noriega, quien en esos lejanos años era un corralón con altas paredes de adobe y sin techo.
Ahí durmió aquella cansada tropa que salió desde Guaymas, que tuvo que soportar las escaramuzas con los republicanos, quienes no los dejaban ni a sol y a sombra. Ese día trataron de reponer energías, mientras las calles aledañas al Coliseo hervían de caballada: al otro día, los mismos trabajadores del ayuntamiento se negaron a levantar tanta “caca” arrojada por los nobles pencos. Lámberg, un sueco radicado desde años atrás en nuestra patria, era muy aficionado a tocar el violín con destreza y siempre viajaba con él, incluyendo a su mujer y su fiel criado alsaciano Claude Schömberg. Este Schömberg tenía la responsabilidad de cargar siempre consigo los caudales del matrimonio, así como la paga de la tropa. Cada vez que eran desalojados por los republicanos, siempre se le sacó a escondidas, ya sea de una ciudad o de un pueblo. Día y noche era vigilado por tres soldados.
Como era de esperarse, a fines de ese mes, el general republicano Jesús García Morales irrumpió con violencia en nuestra ciudad, derrotando a las pocas fuerzas de traidores en Villa de Seris. La noticia llegó demasiado tarde, porque los nuestros cayeron por sorpresa y derrotaron a los invasores, tanto en las faldas del cerro de La Campana, el Parque Madero y en algunas calles de la ciudad. Como pudo, Lámberg salió con sus hombres en completa desbandada hasta llegar a las siembras del ranchito de los Muñoz, donde notó la ausencia de su señora esposa y del criado. Afortunadamente éstos encontraron refugio en casa de una familia, donde permanecerían ocultos mientras pasaba el desorden.
Para el 1º de septiembre siguiente Lámberg tuvo noticias de que la Ciudad del Sol había sido tomada a sangre y fuego por el aguerrido coronel imperialista José María Tranquilino “El Chato” Almada, logrando con esta acción expulsar a García Morales. Contento con estos resultados, Emilio Lámberg retorna con sus hombres a Hermosillo, lo que le lleva algo más de cuatro horas. Entonces el matrimonio se reúne de nuevo y logra imponer préstamos forzosos entre la población, lo que motiva cierto malestar, principalmente entre los liberales de corazón. Lógicamente, Schömberg acumuló más dinero y fue vigilado estrechamente a sol y a sombra.
Para el siguiente día se supo que de Guaymas se había desprendido hacia Hermosillo los sanguinaria guerrilla republicana Los Macheteros, al mando del general Ángel Martínez, haciendo limpia de franceses y traidores por donde atinaba a pasar. Los invasores pusieron pies en polvorosa hacia Ures, mientras que El Chato con rumbo hacia Mazatán, hasta alcanzar sus comederos en el distrito de Álamos. La señora Lámberg como siempre no tuvo de nuevo la oportunidad para huir con su marido, sino que esperaron hasta muy entrada la noche para hacerlo, mientras que aquél los estaría esperando en la hacienda El Gavilán, propiedad del conflictivo ex gobernador y adicto al Imperio, Don Manuel María Gándara y de Gortari.
La huida
Casi en la madrugada, cinco escurridizos jinetes salieron con sigilo del Centro de la ciudad, tomaron rumbo al oriente por la calle del Estanco o del Carmen, cruzaron los terrenos de Don Pascual Íñigo Ruiz y alcanzaron las aguas del río, que en esa época venía muy crecido. Para su mala suerte, un rondín de macheteros les marcó el alto desde muy atrás. Picaron espuelas a las bestias y lograron alcanzar el viejo camino real, para perderse así de sus enemigos.
No se supo como Schömberg logró matar a los tres custodios al pasar por la hacienda de la familia Carvajal (hoy La Sauceda). Antes de llegar al cerro del Puertecito alcanzó a ver el pueblo de la Iglesia Vieja, hasta donde llegó sucio y sin los caudales. Desafortunadamente ahí se encontraba una pequeña fuerza de republicanos, quienes le marcaron el alto. Su lengua alemana le impidió comunicarse con los nuestros e inmediatamente fue fusilado sin miramiento alguno. En cuanto a la señora jamás se supo nada de ella. Tal vez el criado la mató con sus guardias o ella puso pies en polvorosa con otra dirección.
La suerte les fue adversa a los invasores cuando llegaron a esta tierra, porque creyeron encontrar el respaldo que Maximiliano tuvo en el centro del país, principalmente en la capital de la República. Fue en los llanos de Guadalupe de Ures, durante la lluviosa noche del 4 de septiembre de 1866, donde Emilio Lámberg cayó muerto con muchos de sus hombres a manos de las fuerzas republicanas. Para el día 5, Sonora quedó libre de la ocupación extranjera.
El tesoro
Contaban los viejos moradores de la Iglesia Vieja, El Realito, San Bartola y la Mesa del Seri, que al pasar por las noches tempestuosas por las faldas de la Sierra de Santa Martha, alcanzaban a distinguir los destellos del fuego de San Telmo, señal inequívoca de que por allí existe un tesoro escondido. Se piensa que fue el que ocultó el desleal Claude Schömberg aquella trágica noche del 2 de septiembre de 1866. Bien valdría darle una buscadita, ¿no creen? Y como decía mi estimado amigo y desaparecido periodista Don Manuel Esquer de la Barrera: “Hay qu’ir”. Gracias por su tiempo.
http://www.primera-plana.com.mx/print.php?a=3396
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EL TESORO PEDIDO DEL FRANCÉS INVASOR.
En un caluroso día de agosto de 1866, hicieron acto de presencia las fuerzas imperialistas al mando de Emilio Lámberg y sus aguerridos lugartenientes ópatas Jesús y Refugio Tánori. Lo hicieron por Villa de Seris, cruzaron el río para llegar después a ocupar el Centro del Hermosillo de ayer: la plaza del Parián. Los oficiales, en su mayoría franceses, suavos, suizos, austriacos, belgas y malos mexicanos que se prestaron al juego, encontraron acomodo entre las familias adineradas, donde los padres trataban en colocar a una de sus hijas entre la oficialidad, con la añoranza de encontrar aunque sea a un noble arruinado, pero noble al fin.
En cuanto a la tropa, en su mayoría mexicanos, ocuparon las instalaciones del teatro El Coliseo, de Don Ambrosio G. Noriega, quien en esos lejanos años era un corralón con altas paredes de adobe y sin techo.
Ahí durmió aquella cansada tropa que salió desde Guaymas, que tuvo que soportar las escaramuzas con los republicanos, quienes no los dejaban ni a sol y a sombra. Ese día trataron de reponer energías, mientras las calles aledañas al Coliseo hervían de caballada: al otro día, los mismos trabajadores del ayuntamiento se negaron a levantar tanta “caca” arrojada por los nobles pencos. Lámberg, un sueco radicado desde años atrás en nuestra patria, era muy aficionado a tocar el violín con destreza y siempre viajaba con él, incluyendo a su mujer y su fiel criado alsaciano Claude Schömberg. Este Schömberg tenía la responsabilidad de cargar siempre consigo los caudales del matrimonio, así como la paga de la tropa. Cada vez que eran desalojados por los republicanos, siempre se le sacó a escondidas, ya sea de una ciudad o de un pueblo. Día y noche era vigilado por tres soldados.
Como era de esperarse, a fines de ese mes, el general republicano Jesús García Morales irrumpió con violencia en nuestra ciudad, derrotando a las pocas fuerzas de traidores en Villa de Seris. La noticia llegó demasiado tarde, porque los nuestros cayeron por sorpresa y derrotaron a los invasores, tanto en las faldas del cerro de La Campana, el Parque Madero y en algunas calles de la ciudad. Como pudo, Lámberg salió con sus hombres en completa desbandada hasta llegar a las siembras del ranchito de los Muñoz, donde notó la ausencia de su señora esposa y del criado. Afortunadamente éstos encontraron refugio en casa de una familia, donde permanecerían ocultos mientras pasaba el desorden.
Para el 1º de septiembre siguiente Lámberg tuvo noticias de que la Ciudad del Sol había sido tomada a sangre y fuego por el aguerrido coronel imperialista José María Tranquilino “El Chato” Almada, logrando con esta acción expulsar a García Morales. Contento con estos resultados, Emilio Lámberg retorna con sus hombres a Hermosillo, lo que le lleva algo más de cuatro horas. Entonces el matrimonio se reúne de nuevo y logra imponer préstamos forzosos entre la población, lo que motiva cierto malestar, principalmente entre los liberales de corazón. Lógicamente, Schömberg acumuló más dinero y fue vigilado estrechamente a sol y a sombra.
Para el siguiente día se supo que de Guaymas se había desprendido hacia Hermosillo los sanguinaria guerrilla republicana Los Macheteros, al mando del general Ángel Martínez, haciendo limpia de franceses y traidores por donde atinaba a pasar. Los invasores pusieron pies en polvorosa hacia Ures, mientras que El Chato con rumbo hacia Mazatán, hasta alcanzar sus comederos en el distrito de Álamos. La señora Lámberg como siempre no tuvo de nuevo la oportunidad para huir con su marido, sino que esperaron hasta muy entrada la noche para hacerlo, mientras que aquél los estaría esperando en la hacienda El Gavilán, propiedad del conflictivo ex gobernador y adicto al Imperio, Don Manuel María Gándara y de Gortari.
La huida
Casi en la madrugada, cinco escurridizos jinetes salieron con sigilo del Centro de la ciudad, tomaron rumbo al oriente por la calle del Estanco o del Carmen, cruzaron los terrenos de Don Pascual Íñigo Ruiz y alcanzaron las aguas del río, que en esa época venía muy crecido. Para su mala suerte, un rondín de macheteros les marcó el alto desde muy atrás. Picaron espuelas a las bestias y lograron alcanzar el viejo camino real, para perderse así de sus enemigos.
No se supo como Schömberg logró matar a los tres custodios al pasar por la hacienda de la familia Carvajal (hoy La Sauceda). Antes de llegar al cerro del Puertecito alcanzó a ver el pueblo de la Iglesia Vieja, hasta donde llegó sucio y sin los caudales. Desafortunadamente ahí se encontraba una pequeña fuerza de republicanos, quienes le marcaron el alto. Su lengua alemana le impidió comunicarse con los nuestros e inmediatamente fue fusilado sin miramiento alguno. En cuanto a la señora jamás se supo nada de ella. Tal vez el criado la mató con sus guardias o ella puso pies en polvorosa con otra dirección.
La suerte les fue adversa a los invasores cuando llegaron a esta tierra, porque creyeron encontrar el respaldo que Maximiliano tuvo en el centro del país, principalmente en la capital de la República. Fue en los llanos de Guadalupe de Ures, durante la lluviosa noche del 4 de septiembre de 1866, donde Emilio Lámberg cayó muerto con muchos de sus hombres a manos de las fuerzas republicanas. Para el día 5, Sonora quedó libre de la ocupación extranjera.
El tesoro
Contaban los viejos moradores de la Iglesia Vieja, El Realito, San Bartola y la Mesa del Seri, que al pasar por las noches tempestuosas por las faldas de la Sierra de Santa Martha, alcanzaban a distinguir los destellos del fuego de San Telmo, señal inequívoca de que por allí existe un tesoro escondido. Se piensa que fue el que ocultó el desleal Claude Schömberg aquella trágica noche del 2 de septiembre de 1866. Bien valdría darle una buscadita, ¿no creen? Y como decía mi estimado amigo y desaparecido periodista Don Manuel Esquer de la Barrera: “Hay qu’ir”. Gracias por su tiempo.
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