Cuento: El tesoro de los mendigos
Sáb 09 Oct 2010, 3:58 pm
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La caída de las gotas de lluvia amenizaban en ambiente, el techo de lámina hacía de estas un ruido que adormecía a Juan Pérez, un albañil humilde, modesto y muy trabajador.
Durante toda su vida se dedicó a este oficio, su manos callosas hablaban por sí del esfuerzo que inció durante su niñez, nunca tuvo tiempo de disfrutar su infancia, nunca conoció una escuela primaria, nunca tuvo dinero para comprar el más mínimo capricho. Era tarde, la noche y la lluvia soplaban un aire helado que entumía su cuerpo, acurrucado en su vieja cama de tablas con un trapo como cobija, no sentía la más mínima molestia, estaba acostumbrado a esa vida, nunca la cuestionó, nunca la intentó superar.....era felíz.
La lluvia goteaba agonizante del techo, estaba terminando, había mucha tranquilidad, el olor a hierba inundaba el ambiente y el cantar de las ranas le daban vida a la noche. Ya temprano en la mañana, la luz del sol empezaba a ser visible, Juan Pérez se levantó a orinar por la puerta de su jacal, de regreso vió en la esquina de su pequeño cuarto un resplandor, no tenía forma, azuloso, danzaba lentamente, no le dio atención, era tanto su sueño que regresó de inmediato a su cama.
Era una mañana de domingo, las campanas de la iglesia cercana lo despertaron, al salir de su cuarto hizo un gesto de incomodidad en su cara mientras la cubría con las manos, el día estaba radiante, hacía calor, tomó una tasa de café frio.
Salió por la tarde a caminar, Juan Pérez era un hombre solitario, a sus 55 años de edad nunca había tenido familia, de niño tuvo que arreglárselas para sobrevivir, afortunadamente alguien se apiadó de él y le enseñó su oficio, esa persona al envejecer le heredó su pequeña propiedad, la cual conservaría por tantos años con mucho cariño, era el recuerdo de su abuelo Timo.
Al caminar por el centro colonial de su ciudad, vió una antigua construcción casi derruída, había señalizaciones y esa antigua casona iba a ser demolida pronto,
-mañana vengo a pedir chamba, a lo mejor me contratan- decía dentro de sí, así tendría trabajo al menos por dos semanas más, eso era motivo de gusto para él.
-Dios padre, bendíceme el día de mañana, tengo ya algunos días sin chamba, dame la oportunidad de ganarme nuevamente mi sustento- oraba Juan ya en el seno de su casa por la noche antes de dormir.
Esa noche durmió profundamente, tenía ya tiempo que no descansaba de esa forma, en su sueño vió a Timo que sonriente lo veía, con su cara arrugada, su cabello plateado y la inocencia irradiada de sus ojos, los ojos de un hombre que había vivido dignamente, Timo le extendía la mano.
Al día siguiente, Juan despertó con un fuerte dolor de estomágo, la cabeza le punzaba y el dolor en el cuerpo apenas le permitían incorporarse de su cama. Con grandes esfuerzos se levantó, medio se vistió y avanzó hacia el portón. Se sintió mareado y se sostuvo, agarró aire y volvió a andar, esas 5 cuadras hacia el centro de la ciudad iban a ser eternas, su cuerpo mostraba debilidad y estaba a punto de derrumbarse.
A la mitad del camino, Juan estaba exhausto, débil y muy enfermo, su terquedad de ir a solicitar empleo en esa vieja construcción lo hizo aguantar un poco más. Sentía calor en su cabeza, de repente todo empezó a dar vueltas y todo se oscureció, solamente recordó haber visto las caras de esa pareja de mendígos que siempre estaban en la esquina de ese edificio, lo veían fíjamente, no recordó más.
-!!Mamá!!, ¡ya se esta despertando el señor!- gritaba una niña sucia y famélica.
-¿Se siente mejor señor? Decía Aurora mientras le pasaba un pocillo con agua.
-¿Dónde estoy? Preguntaba Juan sorprendido mientras se incorporaba.
-Tranquilicese- decía Ignacio, -se desmayó en la calle, se ve que tenía ya algunos días sin comer-
Ese día Juan Pérez permaneció en la casa de los mendígos, compartieron su alimento con él, poco a poco empezó a tomar forma y su palidez empezó a desaparecer, pero no del todo. Por la noche insistieron en alojarlo, Juan aceptó. Ya pasadas las 2 de la mañana, se levantó y regresó a su casa sin hacer ruido, no avisó y ni les hizo saber nada, solamente se fue.
Pasarón unos días, después de noches de arder en sudor y fiebre hasta que Juan pudo recuperarse, hizo uso de unos pocos centavos que había juntado. Cuando ya se sintió mejorado, recordó aquella oportunidad de tener trabajo, razonó, simplemente ya no habría una sola plaza, si es que esa casa ya estaría derrumbada. Se recostó nuevamente, el canto de los pajarillos lo arruyó, volvió a dormir profundamente, su agotamiento era de tanto esfuerzo durante toda su vida, estaba debilitado y exhausto, así viviría hasta el último momento de su vida.
Ya en la tarde se levantó, salió a caminar, decidió quitarse la duda de esa casona, al acercarse después de un largo trayecto, vió que estaban demoliendo a la casa en ese momento, una gran máquina con una enorme bola de acero tomaba impulso, dejando caer esa masa sobre los muros de la edificación. Una vez estando en el sitio, la enorme bola vuelve a impulsarse y golpea fuertemente parte del muro, una lluvia de monedas y joyas emergieron dentro de los muros, todo cayó al suelo, la gente estaba perpleja, Juan reaccionó, se quitó su camisa y tomó lo que pudo, estiraba la mano y agarraba monedas de oro, unas monedas muy raras, cuadradas, veía entre el apuro y amontonamiento de la gente los anillos con piedras, collares, pendientes y demás adornos. Todos tomaron lo que pudieron y corrieron, Juan se dirigió a su jacal, llegó y se encerró de inmediato, solamente medio se reía cuando recordaba que hasta el operador de la máquina saltó y se abalanzó sobre los objetos de oro tirados en el suelo.
Ya acostado, Juan estaba angustiado, no tenía idea de la riqueza que acababa de encontrar, no podía imaginárselo, por eso estaba tranquilo pero preocupado a la vez, alguien podría atentar contra él para quitarle ese oro, a él no le importaba mucho dichos objetos, sabía que tenían valor, pero le consternaba más su seguridad. Se levantó, tomó una pala y empezó a hacer un pequeño hoyo en la esquina de su cuarto, solamente excavó unas cuantas paladas cuando topó con algo muy duro, retiró la tierra, sintió respirar un olor fétido, asqueroso, casi vomita. Revisa con cuidado y eran 3 barras de oro apiladas, no sintió alegría, solamente recordó a Timo, cuando agonizante le dijo que cavara en ese cuarto, que había dejado para él algo que hace años halló mintras trabajaba, podía ayudarle, ya entendía a que se refería.
Esa noche Juan no supo que hacer, juntó todo lo que encontró en un día y se recostó, su espalda sentía un escalofrío, su cuerpo empezaba a temblar nuevamente, y la fiebre no tardó en aparecer. Esta vez Juan sabía que no había regreso, lo tomó con calma y se relajó, había vivido dignamente, estaba listo. Pasarón dos horas, en la madrugada Juan se levantó, salió y tardo un tiempo, al regresar se recostó nuevamente, no tardó en dormirse para siempre.
A la mañana siguiente, la casita de Aurora e ignacio estaba llena de alegría, Dios los había bendecido y había vertido monedas, joyas y lingotes de oro por su ventana, tendrían oportunidad de mejorar, podrían emprender y renovar sus vidas gracias a un hombre que supo ser agradecido con la vida y con quiénes lo ayudaron desinteresadamente.
Ellos nunca lo sabrían.
Re: Cuento: El tesoro de los mendigos
Sáb 09 Oct 2010, 5:38 pm
ke wen relato...
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Re: Cuento: El tesoro de los mendigos
Dom 10 Oct 2010, 12:08 am
Orale que buena narracion, otra mas para tu libro, felicidades GTP-QRO.
Saludos.
Saludos.
Re: Cuento: El tesoro de los mendigos
Dom 10 Oct 2010, 8:34 pm
Saludos muchachos y gracias por sus comentarios.
GeoTec Prospectiva.
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Re: Cuento: El tesoro de los mendigos
Dom 10 Oct 2010, 8:50 pm
QUE BUEN CUENTO
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Re: Cuento: El tesoro de los mendigos
Dom 10 Oct 2010, 9:59 pm
QUE BARBARO *ARQUE*QUE TALENTO TIENE ME TRANSPORTO A LA MORADA DE (JUAN PEREZ)FELICIDADES Y MUCHAS GRACIAS POR COMPARTIR ESTE RELATO WOW!!
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